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Albert Hirschman y las teorías del desarrollo

Por Francisco Leal Buitrago / Razón Pública  

Acaba de morir uno de los grandes pensadores del siglo XX: original, heterodoxo, transgresor.  Vivió en Colombia y algunos colombianos tuvieron el honor de trabajar con él, otros serían sus alumnos, pero pocos han comprendido su visión del desarrollo.

Un pensador original

Mi primer contacto con Albert O. Hirschman (1915–2012) — pensador original,

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Por Francisco Leal Buitrago / Razón Pública  

Acaba de morir uno de los grandes pensadores del siglo XX: original, heterodoxo, transgresor.  Vivió en Colombia y algunos colombianos tuvieron el honor de trabajar con él, otros serían sus alumnos, pero pocos han comprendido su visión del desarrollo.

Un pensador original

Mi primer contacto con Albert O. Hirschman (1915–2012) — pensador original,

creativo y autosubversivo que acaba de morir — fue a través de su libro Journeys Toward Progress (1963), producto de sus años de experiencia en Colombia y en Brasil, a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado.

Hirschman dedicó su libro a Celso Furtado, quien buscaba aplicar la teoría cepalina del desarrollo en Brasil como ministro de economía del gobierno de Goulart cuando éste fue derrocado por un golpe militar en 1964.  También dedicó el libro a Carlos Lleras Restrepo, quien quiso aplicar la misma teoría en Colombia, mediante la ley de reforma agraria de 1961 que promovió en el Congreso.  En este mismo año había aparecido publicado en español La estrategia del desarrollo económico.

Estas referencias al desarrollo relacionadas con Hirschman no significan que él estuviera interesado en promover alguna de las teorías sobre el tema. Todo lo contrario: su pensamiento sobresalió entre los teóricos universales que se desligaron de esas teorías tan en boga en esos años.

Contra el desarrollismo

Finalizada la Segunda Guerra, las Naciones Unidas se plantearon como objetivo lograr el desarrollo económico y social: las sociedades industrializadas, que se autodenominaron desarrolladas, debían tratar de ayudar a las sociedades atrasadas o subdesarrolladas.

La competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética por delimitar sus áreas de influencia durante la Guerra Fría obligó a las naciones colonialistas a replantear su política exterior frente a las sociedades atrasadas.

Científicos sociales del Primer Mundo diseñaron teorías sobre el desarrollo que estuvieron en el primer plano de discusión, donde primaba el voluntarismo para lograr el desarrollo de los países del denominado Tercer Mundo, prioridad absoluta de las ciencias sociales y de la política hasta mediados de los años setenta, cuando comenzó su declinación al ser reemplazadas por las teorías liberales de la democracia.

Colombia fue uno de los países donde el desarrollismo tuvo menos impacto. El experimento de una incipiente reforma agraria — promovido por Lleras Restrepo — abortó con el Pacto de Chicoral de 1973.

La concepción del desarrollo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) fue más amplia y menos voluntarista: permitió a América Latina iniciar la ruptura con los esquemas dominantes. Raúl Prebish, Celso Furtado, Aníbal Pinto y Osvaldo Sunkel hicieron parte de quienes elaboraron esa concepción.

Pero Hirschman fue más allá al diseñar teorías realmente heterodoxas sobre el desarrollo. Desde un principio eliminó las causalidades espurias que se atribuyen a fenómenos sociales por parte de visiones exclusivistas, en particular en la economía.

Lección de humildad

En 1977 tuve la oportunidad de conocer personalmente a Hirschman cuando junto con Guillermo O’Donnell trabajamos como consultores para Martín Piñeiro, director de la oficina del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) en Bogotá.

En el segundo semestre del año siguiente y el primero de 1979 tuve el privilegio de ser Miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, por invitación de Hirschman. Él era el director de la Escuela de Ciencias Sociales de ese centro de pensamiento, que ha albergado en su planta a figuras universales, comenzando por Einstein.

Fue muy enriquecedor haber compartido la vida académica con ese extraordinario pensador y con colegas de varios países. En Princeton comencé mi libro Estado y política en Colombia (1984), que en su momento sirvió de texto en varias universidades.

Cuando le correspondió a Hirschman el turno de presentar su trabajo ante colegas de distintas nacionalidades  — incluidos algunos de América Latina — en el seminario establecido para ello, hizo la mejor demostración de temperancia en la discusión.

Varios miembros visitantes aprovecharon la oportunidad frente al director de la Escuela para ser más críticos de lo usual. Pero no fue sólo su temperancia, sino ante todo su estímulo para que ampliáramos los problemas críticos. Fue una sesión en la que Hirschman mostró su sencilla, sabia y acogedora personalidad, verdadero modelo para tantos egos que pululan en nuestra academia.

Un gran legado por descubrir

Los fracasos de las políticas desarrollistas, la ampliación de la brecha entre países industrializados y atrasados, y las distintas vías de industrialización de estos últimos confluyeron en propuestas que buscaron liberarse del desarrollismo. Sin embargo, este reto observado hace tres décadas languideció.

Hoy subsisten herencias de antiguas simplificaciones y dogmatismos, además de que la excesiva sofisticación de análisis cuantitativos obscurecen la preocupación científica por elaborar modelos de desarrollo socialmente equitativos.

Durante su larga vida, Hirschman no cejó en su producción científica. Por el contrario, la enriqueció sobremanera, al punto de que sus novedosas enseñanzas contrastaron aún más con la relativa pobreza en que cayeron estudios sofisticados, supuestamente destinados a romper con los desequilibrios sociales provocados por el voraz apetito de enriquecimiento a costa de las mayorías y de la naturaleza.

A raíz de su muerte reciente, numerosos artículos coinciden en afirmar que con él desapareció el último de los grandes pensadores sobre el progreso de los pueblos.

Razón Pública.

 

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