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Brasil: Dilma, los jóvenes y la crisis del crecimiento

Por Rafael Malagón Oviedo* / Razón Pública  

No es lo que parece: ni “primavera brasileña” ni mayo del 68.  Pero sí jóvenes de una clase media en ascenso, que exigen coherencia y transparencia a un régimen progresista, cuyos logros se ven amenazados por una coyuntura difícil.

Los jóvenes ocupan las calles

No ocurría desde los años 80: las noticias sobre Brasil giran hoy en torno a gigantescas protestas callejeras.

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Por Rafael Malagón Oviedo* / Razón Pública  

No es lo que parece: ni “primavera brasileña” ni mayo del 68.  Pero sí jóvenes de una clase media en ascenso, que exigen coherencia y transparencia a un régimen progresista, cuyos logros se ven amenazados por una coyuntura difícil.

Los jóvenes ocupan las calles

No ocurría desde los años 80: las noticias sobre Brasil giran hoy en torno a gigantescas protestas callejeras.

En su gran mayoría son estudiantes de secundaria o universitarios quienes ocupan la Avenida Paulista en São Paulo, la Avenida Rio Branco en Rio de Janeiro, la Plaza Sete en Belo Horizonte, o quienes desafían a la fuerza pública en inmediaciones del Estadio Nacional Mané Garrincha, en plena celebración del torneo internacional Copa FIFA de Confederaciones.

Los participantes se citan por las redes sociales, anuncian con tiempo los días de protesta y negocian con las autoridades cómo garantizar la seguridad para quienes protestan y para quienes observan, con el fin de evitar confrontaciones tan violentas como las que acontecieron hace apenas unas pocas noches en São Paulo. Algunas organizaciones sociales se han movilizado intentando vincular sus propias demandas a las manifestaciones.

Las imágenes en la prensa y en la televisión despertaron casi mecánicamente en los mayores de 30 años dolorosos recuerdos de la cruda represión policial, en la época de la dictadura militar, entre 1964 y 1985. Las autoridades locales reconocieron que hubo excesos y un uso indebido de la fuerza.

¿Una “primavera” brasileña?

Al revisar el contenido de las protestas se comprende — al contrario de los titulares de algunos de los principales diarios del mundo — que no se vive nada parecido a una “primavera brasileña” en contra de un gobierno progresista, que ha experimentado con el desarrollo de políticas sociales agresivas, orientadas hacia la equidad  y la inclusión, para corregir una profunda crisis social heredada de viejas fórmulas neoliberales de los años 90.

El movimiento no se declara apolítico, pero ha preferido conservar su independencia frente a los partidos políticos.  La inconformidad se ha enfocado sobre dos motivos inmediatos:

• un aumento relativamente moderado en el precio del transporte colectivo, operado por el sector privado bajo el control de las autoridades municipales; en muchas regiones, el ajuste se mantuvo por debajo de la inflación.
• los enormes recursos públicos invertidos en las obras para el próximo mundial de futbol en 2014, cuya organización arroja un cierto aire de exclusión, dados los estándares impuestos por la FIFA y las intervenciones denormalización urbana que implicaron las obras públicas en muchas ciudades, con desplazamiento de algunas comunidades y otras decisiones verticales tomadas por las administraciones locales.

Los jóvenes invitan a la sociedad brasileña a discutir a fondo el ejercicio ampliado de una ciudadanía activa que comienza a emerger en el Brasil de hoy, reivindicando aún más profundización de los derechos, mejores condiciones en los servicios públicos, mayor equidad y sobre todo, criticando los canales convencionales de representación, por considerar que muchos de ellos son ineficaces o que ocultan nidos de corrupción.  Se trata de una fuerza movilizadora y renovadora que de ninguna manera se opone a las transformaciones de los últimos años: por el contrario, presiona por su profundización.

Es la expresión crítica de capas medias de la población, politizadas o en vías de serlo, que han alcanzado nuevos estándares de dignidad durante los últimos años. La emergencia de esta fuerza social constituye un reto tanto para los propios jóvenes como para el sistema político.

10 años de logros formidables

Mucho va del gobierno despótico y oscuro de Hosni Mubarak en Egipto o del autocrático y engreído Erdogan en la también convulsionada Turquía, al de DilmaRousseff. Pensar que un “olor de primavera árabe” recorre el territorio brasileño es malinterpretar los signos que surgen en medio de las protestas.

Durante los últimos 10 años, el Estado brasileño frenó las fuerzas privatizadoras, redefinió su papel como principal garante y responsable de las políticas de equidad y  mejoría general de las condiciones de vida, preservó el control de la economía y la dirección de las líneas estratégicas del desarrollo, como el sector energético y el  portuario.  Todo ello en el marco de una compleja situación política que articula tendencias de centro–derecha con fuerzas de centro–izquierda y de izquierda, en todos sus matices.

Ha quedado demostrado en estos años que la trillada tesis de “primero hacer crecer la torta, para luego repartirla”, encierra más un prejuicio ideológico que una tesis técnicamente consistente: Brasil ha hecho crecer la torta… principalmente repartiéndola.

Las políticas sociales emprendidas por los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), no se limitan al vigoroso programa de Bolsa Familia, cuyos subsidios han logrado sacar de la pobreza extrema a cerca de 22 millones de personas y reducir la mortalidad infantil en menores de 5 años entre 2004 y 2009 en un 17 por ciento, entre otros de sus efectos positivos.

El gasto público en educación ha ido creciendo en la última década hasta situarse en el 6,1 por ciento del PIB, y es ya uno de los más altos del continente; pero además, como expresión de la voluntad de avanzar por este camino, se discute en la actualidad un proyecto que determina que los Estados tengan que invertir en educación el 100 por ciento de las transferencias por rentas petroleras.

En esta misma línea, programas como Ciencia Sin Fronteras, llevará en los próximos 5 años a cerca de 100.000 brasileros a cursar estudios avanzados en centros internacionales de reconocido prestigio científico y tecnológico. Aquí también hay otro sesgo a destacar: dejar de entender la política social como un dispositivo asistencialista, para constituirla en la fuerza transformadora de un desarrollo con inclusión e equidad.

En forma sintética, el cuadro general es el siguiente:

• el coeficiente Gini, que mide la concentración del ingreso, bajo de 0,63 a 0,52, así quede aún una gran tarea por realizar;

• 30 millones de brasileños se unieron a la llamada “nueva clase media” entre 2003 y 2011, accediendo al empleo formal, al crédito y al consumo.

• La disminución de las desigualdades sociales tiene un componente racial y de género, pues cerca del 75 por ciento de esta nueva clase media no es blanca y el empleo formal para las mujeres ha crecido en un 136 por ciento en los últimos 20 años.

Estas cifras garantizan que en la próxima generación, los jóvenes recibirán una educación más completa y de mayor calidad, vivirán en entornos más incluyentes y en espacios democráticos más consolidados: son beneficios que sin duda marcan ya el espíritu de la actual generación de jóvenes que hacen parte de esta transición… y de las manifestaciones.

Vientos frescos y desafíos políticos

Las visiones apocalípticas sobre Brasil auguran que el ciclo de estabilización económica mediante la ampliación del consumo interno tocó a su fin y que ahora será necesario aplicar medidas de ajuste —  como recortes en los gastos sociales — o adoptar medidas regulatorias — es decir, todo lo contrario: desregular para atraer el capital extranjero —  o entrar en una nueva ola de privatizaciones y apalancar así un nuevo ciclo de expansión económica.

Estas fórmulas están fracasando en Europa, pero constituyen la única agenda que ofrece la derecha del país: apostar por el desgaste de la imagen de la actual mandataria en una coyuntura de dificultades económicas.  Incluso se ha jugado a sembrar el pánico en los medios locales, divulgando falsos informes sobre la suspensión del programa Bolsa Familia en algunos Estados.

Sin embargo, una lectura excesivamente económica de la realidad acaba por confundir capacidades con productos y valores con dinero. La brecha en materia de modernización del sector productivo es evidente, pero Brasil puede sortear la crisis actual sin reversar los derechos ya adquiridos por la población.

El principal  desafío para los dirigentes actuales en el poder es de orden político:

• ¿Cómo guardar un equilibrio entre un necesario tecnicismo administrativo y el ejercicio de la política, destinado a fraguar alianzas, sin desbordar principios?

• ¿Cómo repensar un modelo o una tentativa de desarrollo, incluyente, equitativo, respetuoso del medio ambiente, ampliando la gama y mejorando la calidad de los servicios?

• ¿Cómo garantizar que sectores sociales históricamente excluidos hasta hace poco puedan beneficiarse por igual de los beneficios sociales y culturales que produce esta sociedad?

•¿Cómo vincular a los jóvenes de manera más decidida a la “cosa pública”?

La formidable expresión de crítica juvenil trae vientos frescos  para reorientar el rumbo de los próximos años. Sin duda, estos reclamos sobre la necesidad de revisar los canales democráticos deben ser escuchados.

*Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, candidato a Doctor en Salud Pública en la “Escola Nacional de Saúde Pública- Fundação Oswaldo Cruz”, Rio de Janeiro, Brasil.

Razónpublica.com.

 

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