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Cambio de las condiciones mundiales

Por Eduardo Sarmiento Palacio  

Las condiciones mundiales adquieren una forma compleja para América Latina que sólo ha sido asimilada por Argentina y Brasil. En un principio la crisis recayó en Estados Unidos, luego se trasladó a la zona euro y ahora amenaza a los países de mediano desarrollo.

En el último libro mostré

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Por Eduardo Sarmiento Palacio  

Las condiciones mundiales adquieren una forma compleja para América Latina que sólo ha sido asimilada por Argentina y Brasil. En un principio la crisis recayó en Estados Unidos, luego se trasladó a la zona euro y ahora amenaza a los países de mediano desarrollo.

En el último libro mostré

que las condiciones que siguieron a la globalización dieron lugar a un contexto externo en el que no hay lugar para todos los países. El mundo está expuesto a una guerra para conformar superávits comerciales, aumentar las exportaciones y ampliar la producción industrial, en la cual todos no pueden tener éxito. Así, la crisis de Estados Unidos en 2008 obedeció al monumental déficit comercial con China y, la de Europa, a los cuantiosos déficits en cuenta corriente de las economías periféricas.

En ambos casos la solución se ha logrado a cambio de trasladar los desbalances al resto del mundo. Así, la política de Estados Unidos de tasa de interés cero y compra de títulos con recursos de emisión propició revaluaciones en los países emergentes y redujo a la mínima expresión los enormes superávits de China y Japón. Por su parte, los desajustes cambiarios de los países periféricos de Europa se han morigerado con políticas contractivas que han deprimido los salarios y elevado la competitividad.

América Latina nunca entendió en qué juego se encontraba y se sintió gratificada por haber sido la región que salió mejor librada de la crisis. Le apostó a la revaluación y los déficits en cuenta corriente. El tipo de cambio fijo, los TLC y la rienda suelta a la inversión extranjera le ofrecían un medio fácil para estimular el crecimiento económico. Las economías experimentaron grandes reducciones en los precios de las importaciones que en algunos países, como Colombia, significaron crecimientos del producto nacional de más del 1% por año, a cambio de propinarles serios golpes a la industria y la agricultura. El corto plazo se antepuso al largo plazo.

Es precisamente lo que se está viendo en la actualidad. La mejoría de las condiciones de Estados Unidos llevará a la reducción del programa de compra de títulos del Tesoro con recursos de emisión, que ya ha generado alzas en las tasas de interés de largo plazo y devaluaciones en los países emergentes que revertirán la ganancia en los términos de intercambio. En efecto, México, Brasil, Chile y Colombia registran fuertes caídas en la actividad productiva.

La lección es clara. La entrega de las balanzas de pagos de los países emergentes al mercado los ha dejado desprotegidos y expuestos a déficit en cuenta corriente y retroceso industrial. De nuevo se muestra que las relaciones comerciales van en favor de los países que tienen mayor productividad, y más cuando los tipos de cambio se dejan a la discreción de la Reserva Federal y se renuncia a las políticas industriales y agrícolas.

Las aperturas comerciales, el tipo de cambio y los TLC fueron concebidos a la luz del principio de ventaja comparativa, el cual establece que los diversos países están en las mismas condiciones de competir en los mercados. Todos pueden aumentar la producción de bienes transables y equilibrar las cuentas externas. El resultado ha sido controvertido por los hechos que muestran que las actividades de ventaja comparativa son limitadas por las demandas. Los países en desarrollo tienen que producir otros bienes de mayor complejidad para impulsar el crecimiento y el empleo, y sólo lo pueden hacer, sin grandes sacrificios de salarios, dentro del marco de tipo de cambio fijo ajustable, aranceles, controles de capitales y políticas industriales y agrícolas.

El Espectador, Bogotá, 8 de septiembre de 2013.

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