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Comentarios a los comentarios sobre el informe de Memoria Histórica

Por Juan Manuel López Caballero   

Aunque dos temas, el informe de Memoria Histórica y el estudio del Marco para la paz en la Corte Constitucional, compiten, y con razón, por acaparar la atención de los columnistas y editorialistas, el primero es mucho más importante en la medida que el segundo solo terminará

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Por Juan Manuel López Caballero   

Aunque dos temas, el informe de Memoria Histórica y el estudio del Marco para la paz en la Corte Constitucional, compiten, y con razón, por acaparar la atención de los columnistas y editorialistas, el primero es mucho más importante en la medida que el segundo solo terminará

siendo parte de él, así acabe teniendo más consecuencias inmediatas. Valen pues algunas consideraciones respecto a aquel documento.

Una primera consideración es que el efecto que finalmente tiene en la opinión pública no depende directamente de su contenido sino de lo que los ‘formadores de opinión’ le extraen o presentan (al respecto es que, sin haberlo leído, se plantean estos comentarios).

Para quienes hemos estado interesados y empapados de la problemática de la violencia, la confrontación armada, y sus vinculaciones con la política y la economía política es un magnifico e indispensable esfuerzo por concretar y divulgar al país lo que en estos aspectos ha sido la reciente historia.

Por eso se debe destacar que es recopilación de trabajos e informaciones conocidas y que lo que sorprende es la poca trascendencia que se les había dado, apareciendo ahora como si fueran desconocidos. En este aspecto son las cifras lo que ha impactado y en sí mismas merecen atención. Por un lado se basan en registros y realidades y no, como en otros casos, en datos que, sin fuente verificada, a fuerza de repetirlos se vuelven históricos. No es ‘los 300.000 muertos de la Violencia’ que algún estudio que intentó documentarlos encontró que no serían ni el 20% de ese número; o los 27.000 de la matanza de las bananeras que García Márquez ya trata como una exageración sin fundamento; o las supuestas decenas de muertos de la plaza de toros cuando María Eugenia Rojas que nunca existieron; casos estos en los cuales la leyenda desborda la realidad histórica. Además, en alguna forma son realidades aún vivas, en el sentido que afectan las vidas de todos los que aparecen en esas estadísticas.  Y debe destacarse también que, aunque ninguna información es especulación, como lo dice el informe: “Aunque muchas verdades han salido a la luz pública, una parte importante aún permanece oculta…” “Colombia apenas empieza a esclarecer las dimensiones de su propia tragedia”.

Por otro lado lo estadístico borra mucho de lo puntual (por lo menos en la forma en que lo recogen los ‘opinadores’): el periodo tomado no señala suficientemente el paso de antes del paramilitarismo a después del paramilitarismo (no solo en lo cuantitativo —más del 70% de los casos son de este tiempo—, sino el cambio cualitativo a la franca barbarie nace entonces); al hablar de ‘el Estado’ lo vuelve demasiado un anonimato, sin hacer precisiones de tiempo y de responsabilidades funcionales que permitan entender que eso corresponde a ciertos protagonistas; no trasmite lo suficiente las coincidencias que dinamizaron esos procesos y que con orígenes diferentes tuvieron tanto o más incidencia que aquellos que se enfatizan (en particular el narcotráfico y la política estadounidense de remplazar la guerra al comunismo por la guerra a las drogas); y acepta el lugar común de la continuidad de la guerrilla partidista de la época de la violencia, a la de la guerra fría de los sesenta y setenta y a la de los ochenta en adelante, cuando esta última se debe entender como una consecuencia de la falta de evolución política o como forma de una política armada, explicada, más que por una confrontación entre partes, por lo incapaz de un régimen institucional, que no logró o no permitió tramitar y ajustar los cambios sociales  que requería el país (el Frente Nacional y la cultura política de exclusión, ‘clientelismo’ y corrupción de la cual no nos hemos librado).

La forma en que se comentan los horrores del conflicto no da relevancia a las razones del mismo. Para los comentaristas frases del prólogo como “La justicia —o, para ser más precisos, la impunidad—  se destaca en este informe como uno de los factores que contribuye a mantener y escalar la guerra” o “La sociedad ha sido víctima pero también ha sido partícipe en la confrontación: la anuencia, el silencio, el respaldo y la indiferencia deben ser motivo de una reflexión colectiva” no compiten con lo truculento de los relatos.

Los comentaristas parecen más dedicados a ‘descubrir’ el pasado que a entender el mensaje que debe emanar del informe. Semana tal vez lo recoge al concluir: “Si todos ellos escucharan lo que las víctimas intentan decirles en este informe académico, Colombia tendría, quizás, una oportunidad”.

No sobra destacar algo que probablemente buscaron darle significado los autores, y es que a diferencia de los ‘libros blancos’ sobre los episodios negros que han pasado otras naciones, éste no lo bautizaron como esos ‘Nunca Más’  porque no se refiere a un resumen de un episodio terminado sino a lo que aspira es contribuir a que se entienda la urgencia de acabar con algo que sigue sucediendo.

31 de julio de 2013.

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