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Internacionales

Contratiempo europeo con el país del centro

Por Rafael Poch-de-Feliu
Desde Berlín

Más de veinte años después de la disolución de la URSS, Ucrania continúa en medio del gran pulso europeo por hacerse con el entorno postsoviético.

La batalla de Ucrania tiene 20 años de historia. Se libra desde la misma disolución de la URSS, en 1991. “Sin Ucrania, Rusia nunca podrá volver a ser gran potencia”, decía a finales de los noventa el estratega americano Zbigniew Brzezinski, que ponía como objetivo occidental integrar a Ucrania en la OTAN para el año 2010.

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Por Rafael Poch-de-Feliu
Desde Berlín

Más de veinte años después de la disolución de la URSS, Ucrania continúa en medio del gran pulso europeo por hacerse con el entorno postsoviético.

La batalla de Ucrania tiene 20 años de historia. Se libra desde la misma disolución de la URSS, en 1991. “Sin Ucrania, Rusia nunca podrá volver a ser gran potencia”, decía a finales de los noventa el estratega americano Zbigniew Brzezinski, que ponía como objetivo occidental integrar a Ucrania en la OTAN para el año 2010.

La “integración en Europa” era el preludio de esa operación a la que Occidente ha dedicado considerables cantidades de esfuerzos y dinero.

La máxima de Brzezinski se resume en dos datos. Sumados los PIBs de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, se alcanza más del 80% de la potencia económica del espacio postsoviético y una población de 200 millones, lo que da para afirmarse como un polo geoestratégico estable en el mundo multipolar. Impedir esa integración es objetivo estratégico compartido por Estados Unidos y la UE en su cruzada contra los BRICs.

Para Alemania, potencia dirigente de la UE, Ucrania ha sido siempre la llave del dominio europeo central-oriental. En las dos guerras mundiales fue objetivo primordial de sus ejércitos. Hoy, su mercado de 45 millones, es objetivo de sus consorcios. Pero Berlín tiene también una importante relación energética y comercial con Rusia, así que su política es necesariamente dual: por un lado tiene una considerable dependencia del gas ruso, por el otro se alinea con su socio/vasallo polaco en la política de contención/integración del espacio ex soviético.

Nada representa mejor ese doble vector que la situación vivida el 8 de noviembre de 2011. Aquel día se estrenó la “ruta norte” con la que un gaseoducto ruso comunicaba con Alemania vía el Mar Báltico, eludiendo territorios postsoviéticos en litigio entre Euroatlántida y Rusia. El tubo, que había sido calificado en Varsovia como “un nuevo Pacto Molotov/Ribentropp”, fue compensado con una carta conjunta firmada por los ministros de exteriores alemán y polaco, Guido Westerwelle y Radoslaw Sikorski.

En aquel documento Varsovia aceptaba el liderazgo alemán en la reforma de la UE a cambio del apoyo alemán a la política antirrusa de Polonia en el Este. El objetivo de esa política sigue siendo lo que Brzezinski decía hace casi 20 años: sacar a los países ex soviéticos que aún están en una “zona gris”, a medio camino entre las encontradas influencias de Rusia y Occidente, e integrarlos en Europa para invalidarlos en jugadas integratorias rusas alternativas. En Moscú a esa política se le llama la “Idea Yagellónskaya”, una reedición de la expansión polaca hacia el Este que la unión personal del Gran Duque lituano Jogaila y la reina Eduviges afirmó a partir de 1386. Aquella unión federativa dominó en el siglo XV el espacio hoy en litigio entre el Báltico y el Mar Negro, de ahí la analogía moscovita. La carta conjunta Westerwelle/Sikorski obtuvo, “un amplio apoyo entre los miembros de la UE”, apunta una nota del ministerio de exteriores polaco.

En ese contexto se llega a la cumbre que la Unión Europea celebra en Vilnius, capital de Lituania, los días 28 y 29 de noviembre, con la inocente propuesta de firmar un documento de integración con los países que hoy componen cierta zona “Yagellónskaya/postsoviética” ampliada: Azerbaidján, Bielorrusia, Ucrania, Armenia, Moldavia y Georgia, la llamada “Asociación Oriental”. Desde Berlín Merkel subrayó el 18 de noviembre ante el Bundestag su política dual, al decir, en dos ocasiones en un breve discurso ante el Bundestag, que dicha iniciativa, “no se dirige contra Rusia”, ni supone, “un instrumento de ampliación de la UE”.

En el “partido de la guerra” de Euroatlántida había cierta ansiedad y muchas ganas de darle una patada a Rusia en el bajo vientre, para vengarse de la victoria que Moscú consiguió en Siria, al desmontar con un acuerdo los deseos de intervencionismo militar de Francia, Reino Unido y sectores del complejo de seguridad de Washington, deseo que no entusiasmaba en Berlín. Hacia Ucrania hubo mucha arrogancia bananera. Alemania exigió que Kiev le entregara a Yulia Timoshenko, una oligarca ucraniana encarcelada por corrupción, cuya principal diferencia con sus adversarios de Kiev es que defiende una línea occidentalista para su país. Pero lo peor era la agenda económica y política que la “Asociación Oriental” ofrecía a Ucrania: incompatibilidad con la integración aduanera y económica con Rusia (es decir un enorme perjuicio para la industria de los magnates de Donetsk), subida de un 40% de las tarifas de gas y calefacción para la población local, congelación salarial, ajuste austeritario, bajada de subsidios energéticos y eliminación gradual de los agropecuarios. Y todo esto sin compensación alguna de parte de la UE y con una oferta crediticia del FMI muy desfavorable, explicó el primer ministro ucraniano, Nikolai Azárov.

Por todo esto, Ucrania no firmará la “Asociación Oriental”, y en su lugar aboga por el entendimiento tripartito (Unión Europea-Rusia-Ucrania) que promueve Moscú en el marco de su propia jugada de integración aduanera con Kazajstán, Bielorrusia, etc. La prensa alemana, que como siempre solo menciona “el chantaje de Putin a Ucrania”, echa chispas por esta derrota.

Ucrania es un gran país que está en el medio de la falla tectónica Este-Oeste. Su población y cultura tiene tanto elementos occidentales (en Galitzia) como eslavos orientales hermanados a Rusia, al este de Kiev y en Crimea. No está interesada en movimientos radicales, sino que intenta surfear entre ambas fuerzas. La decisión de no firmar la “Asociación Oriental”, “no cambia un ápice la estrategia de desarrollo de Ucrania”, que no da la espalda a la UE, dice Azárov. Rusia juega sus cartas un poco mejor que hace unos años, pero la tendencia es a perder posiciones. Habrá que ver cómo Moscú capitaliza la actual deriva desintegradora de la UE bajo el obtuso liderazgo alemán. La batalla de Ucrania continúa.

Berlín.

 

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