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Nacional

Ecuador en el nuevo mandato de Rafael Correa

Susadny González / Revista Bohemia  

En esta entrevista, el defensor de derechos humanos del Ecuador, Alexis Ponce hace un análisis de los retos que tiene el presidente Rafael Correa Delgado, tras asumir el pasado 24 de mayo un nuevo periodo de gobierno para consolidar en los próximos cuatro años la denominada Revolución Ciudadana.

Ciertos analistas sostienen que después de la muerte de Chávez, Rafael Correa emerge como el nuevo líder del continente. ¿Comparte este criterio o vislumbra un liderazgo

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Susadny González / Revista Bohemia  

En esta entrevista, el defensor de derechos humanos del Ecuador, Alexis Ponce hace un análisis de los retos que tiene el presidente Rafael Correa Delgado, tras asumir el pasado 24 de mayo un nuevo periodo de gobierno para consolidar en los próximos cuatro años la denominada Revolución Ciudadana.

Ciertos analistas sostienen que después de la muerte de Chávez, Rafael Correa emerge como el nuevo líder del continente. ¿Comparte este criterio o vislumbra un liderazgo

más colegiado en la región?

Comparto el criterio de mi Presidente, quien públicamente expresó su desacuerdo con que la oligarquía mediática global lo sitúe como “el nuevo caudillo” a la muerte de Chávez. Rafael ha dicho claramente que no le interesa liderar absolutamente nada, sino “servir a nuestras patrias pequeñas y a la Patria Grande, nuestra Latinoamérica”.

Ahora bien, en una perspectiva histórica, e independientemente de la correcta postura personal manifestada por nuestro “Mashi”, como lo llamamos muchos en Ecuador (“mashi” en quichua: amigo, compañero), es indudable que el Presidente Rafael Correa se ha ido convirtiendo, a pasos acelerados, en un referente del nuevo liderazgo continental, reconocido así por aliados y adversarios en buena parte del mundo.

Hace seis años escribí algo que me parece sigue vigente y se potencia cada día: sostuve que Correa tiene una cualidad regional inédita: ser un líder que, por su personalidad natural y su sólida formación académica, unifica como una bisagra geopolítica las identidades de las grandes regiones del continente: el norte y el centro de Sudamérica, el Caribe y el Cono Sur.

A propósito del liderazgo colegiado, es acertada la tesis de nuestro querido compañero Álvaro García Linera, Vicepresidente de Bolivia, quien señaló en octubre de 2012 que “nuestros procesos no amarran a un modelo exclusivo, sino que son búsquedas plurales con velocidades y densidades diferenciadas para desmontar la maquinaria neoliberal y que se juntan unos con otros y forman un torrente que converge”. Es obvio que, bajo esa dimensión, como sucedió en las luchas de la Primera Independencia con Bolívar, San Martín, Morelos, Artigas, Sucre, Martí, Morazán y otros, hoy tenemos en Latinoamérica un potente liderazgo colegiado: Rafael, Lula, Nicolás, Evo, Cristina, Raúl, Dilma, Daniel, Mauricio, Pepe…

El Mashi”, como todos los heterogéneos jefes de estado de la nueva Latinoamérica, es un líder en proceso permanente de construcción regional: se va formando cada día como un estadista supranacional con fuerte impacto generacional y en la gente sencilla, de a pie, en lugares tan disímiles como Caracas, Milán, Madrid, Buenos Aires o La Habana.

¿Cuál es la visión que en su país se tiene hoy del presidente Rafael Correa? En su opinión cuáles son algunas de sus fortalezas para conducir un proyecto de gobierno como la Revolución Ciudadana y el Buen vivir que defiende.

La visión del ciudadano de a pie es que tenemos, y así es, un presidente 100% ecuatoriano, que lleva en sí mismo las identidades de las cinco regiones del país, que siendo costeño tiene mucho de serrano, que siempre cumple lo que dice, que trabaja de sol a sol, sin descanso (recuerdo que a Fidel en Cuba el pueblo le decía “el Caballo”, por la forma de trabajar y de darse), que se conoce cada palmo del territorio como pocos presidentes (quizás Alfaro o Velasco Ibarra), que es muy tierno y delicado con los humildes y muy severo, casi “un diablo” con los poderosos, que es amoroso con los pobres y los niños, y a la vez apasionado y enérgico ante las injusticias y las trabas del día a día, con una voluntad indomable, un pragmatismo que no eclipsa su gran idealismo, y sólidos conocimientos de estadista del nuevo tiempo. El 30-S lo vi crecer a la altura conmovedora de la historia de América Latina. Si fuese colombiano, la gente le diría “¡es un berraco!”. Creo que sintetiza un acumulado nacional de décadas, eso es lo que no entiende la oligarquía mediática golpista, es decir reúne las fortalezas históricas y‘ese misterio humano’ que es el carisma, de tres hombres que lo antecedieron: Eloy Alfaro, Velasco Ibarra y Jaime Roldós.

Sus ideas, frases y decires, se repiten y recuerdan en muchos espacios, publicaciones y eventos por doquier. Y si “las ideas son a prueba de balas”, es que el hombre ha vencido. Quizás, ya como cosa mía, digo que le hace falta, un poco, volver a recuperar, después de algunos años de ejercicio del poder, esa cautivadora ironía sonriente que enamoró a tantos y tantas, cuando era el ministro de Economía más joven en la historia del país.

Su principal fortaleza es el apoyo popular, real e impresionante, que ha mantenido y aumentado con el paso de los años. Esa fortaleza determina las demás: en primer lugar, la progresiva radicalización, que en todo líder consecuente es notoria, como en el Fidel de 1961, el Perón de 1955, el Chávez del 2001. Para conducir la Revolución Ciudadana, el Gobierno y el horizonte estratégico del Socialismo del Buen Vivir, esas fortalezas garantizan el avance, no sin dificultades objetivas y subjetivas, de nuestro proceso, que es propio, sin anclas a modelos previos, autóctono, que se hace al andar, y que, al decir de Mariátegui, es creación heroica.

En unos de sus artículos usted alude a la manera en que algunos gobiernos progresistas parecen abocados a la búsqueda de un camino alternativo al neoliberalismo. ¿De qué manera se ilustra ese horizonte estratégico en su país?

Es una inusitada ‘tríada’ la que vivimos hace años en el continente y Ecuador: por un lado, es un momento de superación definitiva del neoliberalismo, la fase salvaje del capitalismo global; por otro lado, es un ‘tempo’ histórico de integración irreversible y unidad continental como solamente tuvimos a inicios del siglo XIX, en la ruptura definitiva con el imperio español al cual derrotamos; y, finalmente, es un espacio de diversidades juntadas como lo manifiesta ese intelectual ejemplar que es Álvaro García Linera, para estructurar modelos, estados y sociedades post-neoliberales.

Ese horizonte estratégico y esa tríada, se ilustran en el país en el desmantelamiento progresivo, pero acelerado, del neoliberalismo, en las esferas económica, política, institucional, ideológica y cultural -éstas dos últimas, las más complejas siempre-; el desplazamiento de la oligarquía del control centenario del aparato del Estado; la derrota táctico-estratégica de sus operadores clásicos: los viejos partidos políticos y gremios corporativos más emblemáticos; la configuración, también paulatina y acelerada, del nuevo Estado, en un tiempo histórico donde conviven aún, como es obvio, las dos formas estatales; la superación del “ethos” neoliberal en la distribución de los ingresos y recursos, hoy generados y multiplicados hacia la prioridad gubernamental que son los derechos, obras y servicios sociales; la construcción de una cada vez más sólida agenda exterior soberana, independentista, multi-polar y latinoamericanista que dejó atrás, en el cajón del olvido, al viejo colonialismo mental de la política internacional ecuatoriana del período 1999-2005; los crecientes beneficios estructurales y materiales a los más pobres, las capas populares del país y, factor importante, presente en Ecuador como en el resto de procesos gubernamentales de nuevo tipo, los crecientes beneficios a la clase media, que se amplía inusitadamente. Pero quizás, lo que mejor ilustra el horizonte estratégico, es el factor subjetivo: la recuperación del amor propio, de la autoestima nacional, del orgullo de saberse parte del Ecuador, la identidad de saberse un pueblo en un país diferente y, en muchas cosas, mejor que el que tuvieron las generaciones pasadas. Este país, más que edificios y obras materiales, necesitaba esperanza. Y la empezó a retomar.

Nos falta, obviamente, avanzar en esa necesidad de construir la discursiva y praxis que “baje hacia” y “empodere” a la población en la bandera estratégica más relevante que debemos construir entre todos: el socialismo del buen vivir. Cuando ese proyecto de largo plazo sea asumido profusamente por un pueblo ansioso de participar, la cuenta regresiva del capitalismo marcará un hito en la historia republicana. Pero considero impostergable señalar que ese camino, cualquiera sea el nombre que adopte en el resto de naciones fraternas, debe ser colectivo, regional, es decir global, paso indispensable para vencer a escala continental.

Ud. decía: “la Revolución Ciudadana se halla, paradójicamente, en la hora crucial de las potencialidades y las encrucijadas”. ¿Pudiera argumentar esa afirmación?

Esa afirmación, en rigor, la sostuve en un trabajo que escribí en noviembre del 2008; es decir, han pasado cinco veloces y profundos años, razón por la cual deben contextualizarse y entenderse a la luz de aquel primer año de Revolución Ciudadana. Aún no ocurría entonces, el intento de golpe y magnicidio del 30-S, ni se manifestaban, con la elocuencia de Angostura, los sectores fascistas como el representado por el coronel (r) Mario Pazmiño en FFAA y, sobre todo, en ciertas estructuras de la Policía; aún el partido mediático no se consolidaba como la poderosa vanguardia global de la reacción contra este proceso; tampoco se clarificaba, como hoy, el papel que la historia habrá de calificar, de las ONG’s, los partidos de la autollamada “única y verdadera izquierda” y los movimientos indigenistas y obreristas que abandonaron la lucidez y generosidad de los 80as y 90as, para ensombrecerse en la neblina de sus propios límites, que los convirtió en un “Polifemo anti-correísta” de mirada corta y odios estrechos, que les llevó a apostar a favor de la intentona fascista del 30 de Septiembre. La Revolución Ciudadana, en su difícil viaje colectivo hacia el nuevo país, ha recibido las rocas, ataques y conjuras de este cíclope que tiene, como en la mitología griega, varios otros hermanos en el continente: los cíclopes que, con su solo ojo con que ven la realidad, se oponen a Rafael, Evo, Nicolás, Cristina, Dilma, Pepe y Daniel.

Ahora bien, hay que entender que toda revolución -más aún las que van surgiendo en el siglo 21- siempre camina entre potencialidades y encrucijadas. No creo en la irreversibilidad definitiva de los procesos, ni en la vida ni en la historia. Estamos en un momento aún no definido ni definitivo de los procesos progresistas de América Latina. Luego de lo ocurrido en Honduras y Paraguay nadie puede sostener que tiene certeza de qué ocurrirá más tarde con los intentos desestabilizadores en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, etcétera.

No sería marxista -y creo serlo- si dijera que nuestro proceso es ‘irreversible’. Caminamos entre potencialidades y encrucijadas: es el signo del destino latinoamericano. Apuesto a las potencialidades, no faltaba más, pero las encrucijadas existen siempre, menos para las estatuas de sal. Con todo ello, veo que las encrucijadas se pueden definir y resolver a través de lo que hemos dado en llamar, tanto por parte del gobierno y una gran porción de la militancia de PAIS, como por parte de los movimientos sociales, obreros, poblacionales y campesinos aliados, la Radicalización del proceso.

¿Cuáles se esbozan como tareas impostergables para el ejecutivo de Correa? ¿Dónde estriban a su juicio los desafíos de la nueva Asamblea?

En el corto plazo la tarea impostergable para el Ejecutivo y Legislativo, se estima que será la aprobación de las leyes estratégicas, trabadas por la oligarquía mediática y la partidocracia criolla antes de su derrota del 17 de febrero. Es decir, las leyes de Comunicación, de Agua, de Tierras y, finalmente, el nuevo Código Penal (y aparejado a éste, tendrá que aportar al cambio estructural de la Fiscalía del Estado, que aún sigue anclada a la vieja dimensión represiva de los 80as y a la visión policial de la DEA).

En el nuevo período presidencial del 2013 al 2017, teniendo como nuestro sur (meta estratégica) al socialismo del buen vivir, veo en el horizonte la construcción inicial de los pilares de aquellas nuevas estructuras del país: el cambio de matriz productiva, la democratización de la economía y los medios de producción; el cambio de la matriz energética; la revolución científica-tecnológica; el desarrollo de un estado democrático del buen vivir desde los territorios; la revolución cultural y del conocimiento (“Ciudad Yáchay” es la piedra fundacional de aquella); y el fortalecimiento participativo de la sociedad.

Pero considero esencial que en todos los plazos: corto, mediano y largo, nuestro proceso genere más democracia que la ya generada y más participación de la que ya existe, pues en este nuevo período abierto por el triunfo aplastante del 17 de febrero, profundizar el proceso de cambio político, social y económico, significa cuidarlo, ahondándolo, puesto que por él hemos luchado millones de ecuatorianos y ecuatorianas, para que no fracase ni en el cuatrienio, ni tampoco en la siguiente década del 2020 al 2030, donde los pilares fundacionales del socialismo del buen vivir empezarán a dar los nuevos frutos.

En esa perspectiva, los desafíos de la nueva Asamblea estriban en la capacidad de generar una elocuente y masiva participación social y ciudadana extra-parlamentaria, ampliando espacios incluyentes inusitados a las organizaciones sociales y permitiendo que las disidencias internas y externas se expresen para cualificar ese salto dialéctico que implica el socialismo del siglo 21. La humildad y la modestia son más bellas cuando más fuerte eres.

Hace unas semanas el presidente hablaba de la necesidad de la crítica y autocrítica a favor del proyecto en construcción. ¿Cuáles son a su entender los principales señalamientos que se le pudiera hacer a su Gobierno?

Solo los dogmáticos y los sectarios desconocen el humilde poder de la autocrítica. Rafael, semanas atrás, con acierto conceptual y valentía corazonal llamó públicamente “a ejercer la autocrítica para revolucionar la revolución”. No podemos dejar solo al presidente Correa en este llamado. Es necesario hacerle saber que cuenta con el apoyo militante, crítico y autocrítico, de PAIS, de los funcionarios, de todas las fuerzas sociales organizadas del país y Latinoamérica que apoyan la profundización participativa y democrática del proceso. 

Revista Bohemia.

 

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