Nacional
Efecto medio
Por Ramiro Bejarano Guzmán
Si este país fuese serio, en vez de que las actas ultrasecretas de la Comisión Asesora de las Relaciones Exteriores se hubiesen enviado a la Procuraduría, para que un día de estos el troglodita del procurador las filtre a los medios según sus conveniencias políticas, tendrían que haberse
Por Ramiro Bejarano Guzmán
Si este país fuese serio, en vez de que las actas ultrasecretas de la Comisión Asesora de las Relaciones Exteriores se hubiesen enviado a la Procuraduría, para que un día de estos el troglodita del procurador las filtre a los medios según sus conveniencias políticas, tendrían que haberse hecho públicas hace mucho rato.
¿Qué es lo que hay en esas actas sobre el proceso de La Haya que no podamos conocer los colombianos, pero sobre todo, qué guardan esos papeles que no tengamos derecho a saber? Allí tiene que estar lo que han dicho los expresidentes y mandatarios de turno sobre el diferendo con Nicaragua, y lo que han aconsejado sobre cómo manejar esa situación, que a la postre terminó siendo un desastre y una ofensa a la dignidad nacional. El ciudadano del común se pregunta con razón: ¿cómo pudo salir tan mal lo de La Haya, si detrás de la estrategia se supone que estaban las cabezas más prominentes?
Mientras no se conozcan completamente esos documentos tan importantes seguirá creciendo la inquietud legítima que hay sobre el misterioso “efecto medio” y el papel que en ello habría jugado el excanciller Julio Londoño Paredes.
Ciertamente, todo indica que por canales informales, antes de que se profiriera el trágico fallo que nos privó de una inmensa porción marina, personas cercanas a la Corte de La Haya pidieron a asesores del Gobierno que identificaran una posibilidad de cómo podría ser la sentencia, y que tal consulta la habría atendido Londoño Paredes. Cosas insólitas que pasan en tribunales extranjeros que jamás uno pensaría que podrían ocurrir, pues eso aquí no es pensable ni siquiera en una inspección de Policía. Mis fuentes me aseguran que el excanciller Londoño, sin consultar al Gobierno ni a nadie, les habría propuesto una especie de borrador de fallo que terminó siendo muy parecido a la fatídica sentencia. En otras palabras, todo indicaría que la Corte de La Haya habría interpretado después de recibir las aproximaciones de lo que supuestamente el Gobierno entendía como “efecto medio” o razonable de fallo, que si decidía como finalmente lo hizo, aquí quedaríamos satisfechos.
Si todo eso ha pasado por las narices de la Comisión Asesora, sin que se conozcan reacciones enérgicas por parte de sus miembros, lo que hay que pensar no es en sofisticados argumentos para mantener en secreto lo que está por estallar, sino en acabar de una vez por todas con ese esperpento. ¿De qué ha servido una comisión en la que además del Gobierno y de los expresidentes, tienen asiento los excancilleres, quienes con honrosas excepciones no son más que un contingente de burócratas? Sería muy conveniente, por ejemplo, que se conocieran las razones por las cuales esa comisión no atendió las juiciosas advertencias del expresidente López Michelsen, quien en muchísimas ocasiones dejó públicamente sentado que el meridiano 82 no era una frontera y que, por tanto, era urgente negociar con Nicaragua, antes de que tuviésemos que soportar la vergüenza de un fallo adverso, del cual ni esta generación ni las venideras, podremos reponernos.
El Espectador, Bogotá, 6 de abril de 2013.