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El 11 de septiembre latinoamericano

Por Ricardo Villa Sánchez  

Latinoamérica también tiene su 11 de septiembre; aquel fatídico día de 1973, en que los gorilas golpistas en Chile, bombardearon el Palacio de la Moneda, asesinaron a traición al presidente electo Salvador Allende, derrocaron a la democracia e implementaron un régimen del terror

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Por Ricardo Villa Sánchez  

Latinoamérica también tiene su 11 de septiembre; aquel fatídico día de 1973, en que los gorilas golpistas en Chile, bombardearon el Palacio de la Moneda, asesinaron a traición al presidente electo Salvador Allende, derrocaron a la democracia e implementaron un régimen del terror que perduró hasta cuando fueron derrotados por el No, en el plebiscito de 1988.
 

Suena paradójico que 40 años después del golpe militar en Chile se enfrenten por la presidencia dos hijas de ex militares de corrientes distintas. Una que justifica el golpe y otra que sufrió sus consecuencias. El triunfo de la democracia, para algunos, para otros simboliza las heridas que aún siguen vivas y que, como bien lo dijo Allende, lo dejó colocado en un tránsito histórico, en el que terminó por pagar  con su vida la lealtad al pueblo. Por algo también manifestó alguna vez que “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.
 

Las alamedas por donde, en su última proclama, Allende quiso que pasara el hombre libre, se cerraron no sólo en Chile sino en la consciencia de muchos soñadores latinoamericanos que vieron cómo las opciones políticas se limitaban a seguir el ejemplo cubano, hasta que la caída del muro de Berlín y, en Colombia la expedición garantista de la Constitución de 1991, les indicó que la única vía para acceder al poder, era la de las urnas, la de la deliberación pública, la de la paz.
 

En Colombia aún estamos a la espera de los últimos resquicios de esa decisión de subir el peldaño de la reconciliación nacional, que ojalá tomen en los diálogos de La Habana, para cerrar esa cruento capítulo que todavía  nos duele, con el prólogo de una solución política dialogada al conflicto armado que desde hace más de medio siglo desangra al país y que ojalá permita la apertura democrática que pide a gritos el país nacional y que parecería le ha puesto cortapisas por décadas, el país político.
 

Para la muestra, varios botones, entre otros, miren lo que ha ocurrido en Medellín contra Alonso Salazar cuando se enfrentó a las mafias, en Cali  hasta que suspendieron a Jorge Iván Ospina, actualmente mantienen al filo de la navaja a Gustavo Petro en Bogotá, a Sergio Fajardo en Medellín y hasta Iván Cepeda en la Cámara de Representantes, sin dejar de mencionar, lo sucedido con Piedad Córdoba. Dirigentes políticos polémicos, que desde sus diversas miradas y expectativas, para muchos, encarnan una alternativa seria de transformación social y política.
 

Es cierto que en un estado de derecho, nadie puede estar por encima de la ley, también que en una democracia siempre deben haber alternativas, y así el ejercicio de la administración pública sea un proceso de aprendizaje continuo, es igual de necesario darse la pela, asumir riesgos con mucho sacrificio y liderazgo, en  beneficio de las mayorías, del bienestar general, y en busca de fortalecer lo público, que es de todos; no obstante, parecería que combinando todas las formas de lucha, los quieren sacar del juego político. ¿Hasta cuándo?
 

En ese escenario, además de la resistencia al cambio en las esferas del gobierno local y regional, el debate se centra en preguntarse ¿qué pasará con esa multitud indignada que últimamente resiste en las calles y que en Colombia nuevamente le están cerrando los espacios de participación política con la reforma del umbral electoral que de cierta forma les impide acceder a conformar partidos o movimientos políticos y, de esta manera, también a ocupar espacios de poder? ¿Será que continúa o se avecina una nueva versión del Frente Nacional?
 

A finales de los sesenta, Salvador Allende dio un ejemplo de que una postura socialista podía acceder al poder por la vía de las urnas. En su primera intención perdió, pero perseveró y en 1970 triunfó en los comicios electorales, no obstante,  terminó como un mártir de las causas revolucionarias, el 11 de septiembre de 1973, cuando lo asesinaron. Si para bien o para mal lo hubieran dejado terminar su mandato democrático, ¿cuánta sangre impune, no se hubiera derramado?, ¿cuántas viudas, cuántos hijos e hijas, cuantas víctimas se hubieran evitado en la nación panamericana?
 

Esta es la coyuntura crítica en la que estamos los colombianos, decidir si permitimos que como dicen James Robinson y Daron Acemoglu en ¿Por qué  fracasan los países?, las elites dominantes, cedan espacios de poder que posibiliten construir un nuevo pacto social que integre la posibilidad, entre otras cuestiones, de una oposición seria, instituciones incluyentes y pluralistas,  igualdad de oportunidades,  y prensa veraz, es decir, una democracia real o que continúe  per secula seculorum, este desgastado modelo inequitativo.
 

Decía nuestro Nobel García Márquez, sobre el caso del recordado presidente Chileno Salvador Allende que “la experiencia le enseñó demasiado tarde que no se puede cambiar un sistema desde el gobierno, sino desde el poder”, y el poder en una democracia, lo tiene el pueblo soberano, ¿o no?
 

rvillasanchez@gmail.com

Bogotá, D. C., 11 de septiembre de 2013.

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