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El camino del retorno

Por Eduardo Sarmiento Palacio  

El país está viviendo de nuevo el fracaso de las dos teorías centrales que sirvieron de fundamento para montar el modelo económico de los últimos veinte años.

Primero, la teoría de la ventaja comparativa, que dictamina que el libre mercado conduce a una especialización en los productos que son elaborados a menor costo relativo

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Por Eduardo Sarmiento Palacio  

El país está viviendo de nuevo el fracaso de las dos teorías centrales que sirvieron de fundamento para montar el modelo económico de los últimos veinte años.

Primero, la teoría de la ventaja comparativa, que dictamina que el libre mercado conduce a una especialización en los productos que son elaborados a menor costo relativo

y adquirir los otros en el exterior, y llevó a desmontar los aranceles, a firmar el TLC con Estados Unidos y extenderlo a todo tipo de países. Segundo, la teoría de la neutralidad del dinero que inspiró el banco central autónomo, que le da prioridad a la inflación sobre cualquier otro objetivo, y se materializa en el criterio de inflación objetivo, el tipo de cambio flexible y el balance fiscal.

La primera teoría condujo a un desmonte arancelario que ocasionó una estructura productiva en que la producción se realiza en la minería y los servicios y la mayor parte de la demanda de bienes industriales y agrícolas se adquiere en el exterior. La segunda significó una serie de interferencias con la producción y el empleo y una revaluación persistente del tipo de cambio.

Las dos teorías en su conjunto ocasionaron un monumental y creciente déficit en cuenta corriente que terminó configurando una severa deficiencia de demanda efectiva (exceso de ahorro). Al igual que los países periféricos de Europa, la economía quedó expuesta a presiones contractivas que no pueden enfrentarse fácilmente con las políticas convencionales.

Infortunadamente, esta realidad no se ha querido entender en los círculos oficiales. La avalancha de importaciones se atribuye a prácticas ilegales. La revaluación se interpreta como consecuencia del progreso que atrae inversión extranjera y presiona las tasas de interés al alza. Las soluciones han resultados tan ligeras como el diagnostico. De un lado, se procedió a elevar los aranceles de una serie de productos, y de otro, el Banco de la República redujo la tasa de interés de referencia y elevó la compra de divisas.

En verdad, el país está basado en un modelo que privilegia el abaratamiento de las importaciones y la baja de la inflación. Si bien los dos propósitos son respetables, se alcanzaron a notar serios daños en la industria, la agricultura, el empleo y la estabilidad cambiaria. Lo grave es que la revisión del modelo se está realizando al golpe de los hechos.

Quiérase o no, las circunstancias obligarán al Gobierno a extender los aranceles a las confecciones y el calzado y los subsidios al café a otros sectores que enfrentan situaciones similares. Así, la economía se mueve dentro de la contradicción de que por una ventanilla aprueba acuerdos de libre comercio y por otra se intenta contrarrestar sus efectos elevando los aranceles al resto de países.

Por su parte, el Banco de la República está empeñado en el propósito imposible de inducir una cuantiosa devaluación dentro de un marco de severa austeridad monetaria y bajas metas de inflación. Las autoridades monetarias se resisten a fijar el tipo de cambio y anunciar que a ese valor se adquirirá la totalidad de las divisas, al igual que establecer metas más flexibles de inflación, en parte porque contradicen la principal función del Banco. Pero los fracasos reiterados, tarde o temprano, se llevan por delante los dogmas.

En fin, la economía se extravió con un mapa que suponía que la Tierra es plana. El camino de retorno no será fácil mientras no se reconozca el error de las teorías dominantes que privilegian el abaratamiento de las importaciones y la inflación con respecto a la producción y el empleo, las sustituya por otras más cercanas a la realidad y enmarque las rectificaciones dentro de un programa coherente. El peor de los mundos es un sistema dictado por el susto de las cifras imprevistas.

El Espectador, Bogotá, 10 de febrero de 2013.

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