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Elecciones para la paz

Por Rodolfo Arango  

Como van las cosas en la Habana, Clara López Obregón, una mujer de izquierda democrática, tendrá que dirigir el barco de la paz, cual avezada gaviera, a puerto seguro.

A quienes creen que la política no es dinámica y todo está preescrito o previamente pactado,

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Por Rodolfo Arango  

Como van las cosas en la Habana, Clara López Obregón, una mujer de izquierda democrática, tendrá que dirigir el barco de la paz, cual avezada gaviera, a puerto seguro.

A quienes creen que la política no es dinámica y todo está preescrito o previamente pactado,

bien puede recomendárseles que echen un ojo a la velocidad de los cambios políticos por los que transita Colombia. Si la tendencia en las encuestas se consolida y la cabeza del Polo Democrático Alternativo ocupa la Presidencia de la República a partir de agosto de 2014, la negociación con las Farc y con el Eln tendría una base más seria y sólida que la actual, interferida por intereses particulares, legales e ilegales. En el Congreso, la representación de ese partido es la que mejor conoce la situación del campo, cuya expoliación y pobreza han mantenido vivo el conflicto.

El gobierno Santos, salvo que decida romper las negociaciones antes de terminar el año, cosa improbable porque sería darles la razón a sus críticos uribistas, ha construido su propia trampa: dejó en manos de la guerrilla la velocidad del proceso al atarlo, desde un principio, a los tiempos electorales. Conclusión razonable debe ser la continuidad del proceso pero sin Santos en el poder. A esta altura del partido, como dirían los hinchas no fanáticos ni criminales, el país debe tener las cosas claras: la paz es y debe ser una política de Estado, no de un gobierno. Pero, por otra parte, es tiempo ya de que los grupos enfrentados cesen su demencial carrera de muerte y le den al país la oportunidad de desplegar todas sus potencialidades. Es hora de construir, no de destruir.

Precisamente las mujeres, las mayores víctimas de la guerra, están llamadas a sacar a la población y a las futuras generaciones del remolino de odio, venganza y muerte, bien representado en los tuits de los “varones” que se despedazan públicamente en los medios. Tanta energía para odiar y tan poca generosidad para amar… El país, lleno de gente joven, se merece algo más y mejor. En estas circunstancias, un estatuto de garantías para la oposición debería convertirse en prioridad nacional. Todo parece apuntar a que la experiencia hará entender, incluso a santistas y a uribistas, la importancia de leyes que protejan a los partidos y movimientos que no están en el poder. El principal reto para el próximo gobierno estaría en construir una democracia basada en la libertad, la igualdad, la solidaridad y la sujeción de todos y todas a una única legislación común.

Superar más de medio siglo de confrontación armada no puede depender de coyunturas electorales. El examen de lo sucedido y la responsabilidad de los involucrados deben ser independientes del voto popular. Más bien vale lo contrario: el conocimiento de la verdad histórica, documentada, investigada y analizada por personas independientes y con alta credibilidad, permitirá formarse un juicio y aprobar o no lo pactado. No sea que los responsables de nuestra crisis humanitaria resulten los que terminen escribiendo la historia. Para construir la paz no basta cesar los hostigamientos. Se requiere instituir un estado de paz que presupone un orden democrático y republicano, legítimo para las partes y al cual puedan mantenerse leales pese a las dificultades. La disposición de abandonar el estado de guerra y abrazar el derecho como instrumento de paz no está del todo presente en nuestra cultura. Sin embargo, una sustitución pacífica del poder político sería una prueba “clara” de que ya estamos preparados para la paz, así nuestra democracia tenga aún mucho que mejorar.

El Espectador, Bogotá, 26 de septiembre de 2013.

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