Conecta con nosotros

Nacional

Entre la ilusión desarrollista y el pensamiento post-desarrollista

Por Maristella Svampa / Causa Sur

Se ha escrito mucho acerca de las dificultades que tiene una gran parte de los movimientos sociales actuales para comprender e involucrarse en la compleja dinámica de reconstrucción del Estado, en el marco de procesos nacionales caracterizados como “gobiernos en disputa”. Sin embargo, muy poco se ha hablado acerca de la ilusión desarrollista que hoy caracteriza a los gobiernos de la región y de las consecuencias que ello podría aparejar en términos de proyectos de sociedad.

Publicado

en

Por Maristella Svampa / Causa Sur

Se ha escrito mucho acerca de las dificultades que tiene una gran parte de los movimientos sociales actuales para comprender e involucrarse en la compleja dinámica de reconstrucción del Estado, en el marco de procesos nacionales caracterizados como “gobiernos en disputa”. Sin embargo, muy poco se ha hablado acerca de la ilusión desarrollista que hoy caracteriza a los gobiernos de la región y de las consecuencias que ello podría aparejar en términos de proyectos de sociedad.

Más aún, pareciera que las discusiones acerca de los modelos de desarrollo posible han quedado relegadas a un segundo plano o sencillamente escamoteadas, en virtud de las altas tasas de crecimiento económico y el superávit fiscal que los gobiernos exhiben como carta de triunfo, luego de un largo período de estancamiento y regresión económica. Desde nuestra perspectiva creemos que, en no pocas ocasiones, la posibilidad de abrir un debate público sobre los antagonismos que se van gestando a partir de las nuevas dinámicas del capital se encuentra obturada, no sólo por razones económicas y políticas sino también por obstáculos de tipo cultural y epistemológico, que se refieren a las creencias y representaciones sociales. Con ello, buscamos subrayar la importancia que adquieren ciertos imaginarios y narrativas nacionales –y regionales- acerca del desarrollo, íntimamente ligados a una determinada concepción de la naturaleza americana.

ILUSIÓN DESARROLLISTA, NATURALEZA E IZQUIERDAS

Distintos autores han subrayado el carácter antropocéntrico de la visión dominante sobre la naturaleza, como “canasta de recursos” y a la vez como “capital”. Pero en América Latina, esta idea se vio potenciada por la creencia de que el continente es, para retomar al sociólogo boliviano R. Zavaletta, “el locus por excelencia de los grandes recursos naturales”. La “ventaja comparativa” de la región sería, como señalaba el venezolano F. Coronil, su tendencia (histórica) a exportar Naturaleza. Desde esta óptica, paisajes primarios, escenarios barrocos, en fin, extensiones infinitas, que tanto han obsesionado a viajeros y literatos de todas las épocas, van cobrando una nueva significación al interior de los diferentes ciclos económicos. Un ejemplo lo ofrece el actual boom minero, que alcanza a casi todos los países latinoamericanos e incluye las altas cumbres cordilleranas, donde se encuentran las cabeceras de importantes cuencas hídricas hasta ayer inalcanzables y convertidas hoy en el objetivo de faraónicos proyectos, como el de Pascua Lama -el primer proyecto binacional del mundo, compartido por Chile y la Argentina- o los emprendimientos mineros en fase de exploración en la Cordillera del Cóndor, en Ecuador y Perú. Otro ejemplo emblemático es el “descubrimiento” de las virtudes del litio: hasta ayer, el Salar de Uyuni era tan sólo un paisaje primario, que hoy cobra una nueva significación ante la exigencia de desarrollar energías sustitutivas del petróleo. De este modo, el nuevo paradigma biotecnológico termina por resignificar aquellos recursos naturales “no aprovechados” o territorios “improductivos”, insertándolos en un registro de valoración capitalista.

Volviendo a Zavaletta, éste afirmaba que la idea del subcontinente como lugar por excelencia de los grandes recursos naturales, fue dando forma al mito del excedente, “uno de los más fundantes y primigenios en América Latina”. Con ello, el autor boliviano hacía referencia al mito “eldoradista” que “todo latinoamericano espera en su alma”, ligado al súbito descubrimiento material de un recurso o bien natural que genera el excedente como “magia”, “que en la mayor parte de los casos no ha sido utilizado de manera equilibrada”. Aunque las preocupaciones de Zavaletta poco tenían que ver con la problemática de la sustentabilidad ambiental, hoy tan importante en nuestras sociedades, creemos que resulta legítimo retomar esta reflexión para pensar en el actual retorno de este mito fundante, de larga duración, el excedente como magia, ligado a la abundancia de los recursos naturales y sus ventajas, en el marco de un nuevo ciclo de acumulación. El tema también ha sido desarrollado por varios autores latinoamericanos, entre ellos, por el ya citado Coronil o el ecuatoriano A. Acosta, quien ha reflexionado sobre “maldición de la abundancia”, ligándola a la “enfermedad holandesa”, a partir de lo cual establece la relación entre paradigma extractivista y el empobrecimiento de las poblaciones, el aumento de las desigualdades, las distorsiones del aparato productivo y depredación de los bienes naturales. En sintonía con estas lecturas, nuestra perspectiva subraya la importancia del mito primigenio del excedente como magia, que en el contexto del actual Consenso de los Commodities alimenta la ilusión desarrollista, expresada en la idea que, gracias a las oportunidades económicas actuales (el alza de los precios de las materias primas y la creciente demanda, proveniente sobre todo desde Asia), es posible acortar rápidamente la distancia con los países industrializados, a fin de alcanzar el desarrollo siempre prometido y nunca realizado de las sociedades latinoamericanas.

La ilusión desarrollista se conecta no sólo con la “memoria larga” sino también con la experiencia de la crisis; esto es, con el legado neoliberal de los `90, asociado al aumento de las desigualdades y la pobreza. Por ejemplo, el final de “la larga noche neoliberal” en la expresión del presidente ecuatoriano Rafael Correa, tiene un correlato político y económico, vinculado a la gran crisis de los primeros años del siglo XXI -desempleo, reducción de oportunidades, migración en masa- tópico que atraviesa también el discurso de los Kirchner en Argentina, con el objetivo de contraponer los indicadores económicos y sociales actuales con aquellos de la gran crisis que sacudió a nuestro país en 2001-2002, ante el fin de la convertibilidad entre el peso y el dólar. El superávit fiscal y las altas tasas de crecimiento anual de los países latinoamericanos, ligados a la exportación de productos primarios, apuntalan un discurso triunfalista acerca de una “vía latinoamericana”, la cual podría, incluso, en el marco de políticas económicas heterodoxas, sortear airosamente el impacto de la crisis económica y financiera mundial.

Por otro lado, la ilusión desarrollista tiene hondas raíces intelectuales en las izquierdas. En efecto, en América Latina, las izquierdas –sea en su matriz anticapitalista como nacional-popular- han sostenido y continúan sosteniendo una lectura productivista, que apuesta al proceso de expansión de las fuerzas productivas; concepción que privilegia una visión en términos de conflicto entre capital y trabajo, al tiempo que tiende a minimizar o presta escasa atención a las nuevas luchas sociales concentradas en la defensa del territorio y los bienes comunes. En este marco, la dinámica de desposesión por despojo -retomada en la actualidad por el geógrafo marxista D.Harvey- se convierte en un punto ciego, no conceptualizable. A esto se añade el hecho de que dichas corrientes de izquierda se han mostrado refractarias a aquellos otros paradigmas (como el ambientalismo) que cuestionan abiertamente la visión productivista acerca del Desarrollo y la Naturaleza. No pocas veces la problemática ecológica ha sido considerada como una preocupación importada de la agenda de los países ricos, que contribuiría a la reafirmación de las desigualdades entre países industrializados y aquellos en vías (o con aspiraciones) al desarrollo industrial.

En términos más generales, la ilusión desarrollista, promovida por los gobiernos progresistas más radicales como Bolivia y Ecuador, aparece hoy asociada a la acción del Estado productor y relativamente regulador junto a una batería de políticas sociales, dirigidas a los sectores más vulnerables, cuya base misma es la renta extractivista. Ciertamente, no es posible desdeñar la recuperación de determinadas herramientas y capacidades institucionales por parte del Estado nacional, el cual se ha vuelto a erigir en un actor económico relevante y, en ciertos casos, en un agente de redistribución. Sin embargo, en el marco de las teorías de la gobernanza mundial, que tiene por base la consolidación de una nueva institucionalidad basada en marcos supranacionales o meta-reguladores, la tendencia no es precisamente que el Estado nacional devenga un “mega-actor”. Al contrario, la hipótesis de máxima apunta al retorno de un Estado moderadamente regulador, capaz de instalarse en un espacio de geometría variable, esto es, en un esquema multiactoral de complejización de la sociedad civil, ilustrada por movimientos sociales, Ongs y otros actores, pero en estrecha asociación con los capitales privados multinacionales, cuyo peso en las economías nacionales es cada vez mayor. Ello coloca límites claros a la acción del Estado nacional y un umbral inexorable a la propia demanda de democratización de las decisiones promovida por las comunidades y poblaciones afectadas a causa de los grandes proyectos extractivos.

No hay que olvidar tampoco que el retorno del Estado a sus funciones redistributivas se afianza sobre un tejido social diferente al de antaño, producto de las transformaciones de los años neoliberales, y en muchos casos en continuidad –abierta o solapada- con aquellas políticas sociales compensatorias, difundidas en los años `90 mediante las recetas del Banco Mundial. Por último, más allá de las retóricas industrialistas que despliegan los gobiernos progresistas, los cambios económicos en curso se han orientado a profundizar el modelo extractivista, en el marco de una fuerte trasnacionalización de la economía, lo cual viene acompañado por la tendencia a la reprimarización de la economía y la consolidación de enclaves de exportación, altamente dependientes del mercado internacional. En este contexto y mal que le pese, el neodesarrollismo progresista comparte con el neodesarrollismo liberal tópicos y marcos comunes, aun si busca establecer notorias diferencias en relación con el rol del Estado y las esferas de democratización.

PARADOJAS DEL NEODESARROLLISMO PROGRESISTA

Este escenario de contrastes que presenta hoy América Latina abre a un terreno de grandes acechanzas. Uno de los rasgos más notorios de la época es que el Consenso de los Commodities impuso una brecha, una herida, en el pensamiento crítico latinoamericano, el cual en los `90, mostraba rasgos mucho más aglutinantes, frente al carácter monopólico del neoliberalismo como usina ideológica. Así, el presente latinoamericano refleja diferentes tendencias políticas e intelectuales: por un lado, están aquellas posiciones que dan cuenta del retorno del concepto de Desarrollo, en sentido fuerte; esto es, asociado a una visión productivista que incorpora conceptos engañosos, de resonancia global -Desarrollo sustentable en su versión débil, Responsabilidad Social Empresarial, gobernanza- al tiempo que busca sostenerse a través de una retórica falsamente industrialista. Sea en el lenguaje crudo de la desposesión del neodesarrollismo neoliberal, como en un neodesarrollismo progresista que apunta al control del excedente por parte del Estado, el actual modelo de desarrollo se apoya sobre un paradigma extractivista, se nutre de la idea de “oportunidades económicas” o “ventajas comparativas” proporcionadas por el Consenso de los Commodities, y despliega ciertos imaginarios sociales -la ilusión desarrollista- desbordando las fronteras político-ideológicas que los años `90 habían erigido. Por encima de las diferencias que es posible establecer en términos político-ideológicos y los matices que puedan hallarse, dichas posiciones reflejan la tendencia a consolidar un modelo neocolonial de apropiación y explotación de los bienes comunes, que avanza sobre las poblaciones desde una lógica vertical (de arriba hacia abajo), colocando en un gran tembladeral los avances alcanzados en el campo de la democracia participativa e inaugurando un nuevo ciclo de violación de los Derechos Humanos.

Asimismo, ambas posiciones resaltan la asociación entre mega-proyectos extractivistas y trabajo, generando expectativas laborales en la población que pocas veces se cumplen, puesto que en realidad se trata de proyectos capital-intensivos y no trabajo-intensivos, tal como lo muestra de manera emblemática el caso de la minería a gran escala. Comparten la idea del “destino” inexorable de América Latina como “sociedades exportadoras de Naturaleza”, en función de la nueva división internacional del trabajo y en nombre de las ventajas comparativas. Por último, el lenguaje progresista comparte además con el lenguaje neoliberal la orientación adaptativa de la economía a los diferentes ciclos de acumulación. Esta confirmación de una “economía adaptativa” es uno de los núcleos duros que atraviesa sin solución de continuidad el Consenso de Washington y el Consenso de los Commodities, más allá de que los gobiernos progresistas enfaticen una retórica que reivindica la autonomía económica y postulen la construcción de un espacio político latinoamericano.

Dos de los escenarios latinoamericanos más paradójicos y emblemáticos de la ilusión desarrollista son los que presentan Bolivia y Ecuador. El tema no es menor, dado que ha sido en estos países donde, en el marco de fuertes procesos participativos, se han ido pergeñando nuevos conceptos-horizontes como los de Descolonización, Estado Plurinacional, Autonomías, Buen Vivir y Derechos de la Naturaleza. Sin embargo y más allá de la exaltación de la visión de los pueblos originarios en relación a la Naturaleza -el “buen vivir”- inscriptas en el plano constitucional, en el transcurrir del nuevo siglo y con la consolidación de dichos regímenes, otras cuestiones vinculadas con la profundización de un neodesarrollismo extractivista fueron tomando centralidad.

Veamos el caso de Bolivia, donde a partir de 2006, el gobierno de Evo Morales emergió como la síntesis más acabada de la articulación entre movimientos sociales y nuevo poder político, a partir de la implementación de la agenda de Octubre con la nacionalización de los recursos naturales y la Asamblea Constituyente. Mientras que en la primera etapa de gobierno (2006-2009), primaron los conflictos con las oligarquías del Oriente, la necesidad de definir y dotar de nuevos marcos constitucionales al Estado Plurinacional, así como de re-crear el Estado Nacional en términos económicos y sociales; en la segunda etapa a partir de 2010, el proyecto hegemónico aparece caracterizado por una agenda estatalista que promueve la implementación de una serie de megaproyectos estratégicos, basados en realidad en la expansión de las industrias extractivas: participación en las primeras etapas de explotación del litio, expansión de la megaminería a cielo abierto en asociación con corporaciones transnacionales, construcción de grandes represas hidroeléctricas y carreteras en el marco del IIRSA, entre otros. Así, mientras la primera fase apuntaba a potenciar un lenguaje descolonizador múltiple, más allá de las tensiones evidentes, la segunda tiende a reducir los contornos del proceso de descolonización, no sólo a través de la tendencia a desplegar una hegemonía por momentos poco plural, sino sobre todo a través de la exacerbación de una práctica extractivista, que viene acompañada de un falso discurso industrialista: el “gran salto industrial”, en palabras del vicepresidente Alvaro García Lineras.

Sin embargo, este proceso encontró severos obstáculos. Uno de los puntos de inflexión fue la Contracumbre realizada en Cochabamba sobre el cambio climático (abril de 2010), que reunió en la célebre mesa 13 (no autorizada por el gobierno), a aquellas organizaciones que se propusieron debatir sobre la problemática ambiental en Bolivia. Pero fue sin duda lo sucedido en el conflicto con el TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure), lo que constituyó un parteaguas. Recordemos que este territorio se convirtió en una zona de discordia entre los habitantes de la región y el gobierno por la construcción de una carretera. Se trata de una zona muy aislada y protegida, cuya autonomía está reconocida desde los años `90. No obstante ello, el gobierno de Evo Morales se propuso construir esa carretera recortando la autonomía del territorio, sin consultar previamente a las poblaciones indígenas involucradas y a sabiendas de que éstas se oponían. Después de una larga marcha de indígenas desde el TIPNIS hasta La Paz, apoyada por numerosas organizaciones indígenas y ambientalistas y de un oscuro hecho de represión, el gobierno de Evo Morales retrocedió en sus propósitos, aunque no está del todo claro cuál será la resolución final del conflicto.

Finalmente, lo ocurrido con el TIPNIS, visibilizó la fuerte disputa por la definición de lo que hoy se entiende en aquel país por descolonización, en la medida en que muestra la tensión entre la hipótesis estatalista fuerte -un Estado Nacional que avanza con megaproyectos extractivos, sin consultar a los ciudadanos- y la hipótesis de construcción del Estado Plurinacional, que supone el respeto de las autonomías indígenas y de la filosofía del “buen vivir”.

HACIA UN PENSAMIENTO POST-DESARROLLISTA

Más allá del neodesarrollismo imperante, en sus versiones progresistas y neoliberales, en América Latina existe una perspectiva crítica diferente, que hoy aparece ilustrada por diferentes organizaciones sociales y posicionamientos intelectuales que cuestionan abiertamente el modelo de desarrollo extractivista hegemónico y su concepto de naturaleza. En un contexto de retorno del concepto de desarrollo como gran relato y en sintonía con los cuestionamientos propios de las corrientes indigenistas, el campo del pensamiento crítico ha venido retomando la noción de “post-desarrollo” elaborada por Arturo Escobar, así como elementos propios de una concepción “fuerte” de la sustentabilidad. En efecto, al compás de los conflictos socio-ambientales se han ido forjando marcos interpretativos de la acción, que expresan un cruce entre discurso ambientalista y matriz indigenista; consignas movilizadoras en defensa de los bienes comunes, la justicia ambiental, el buen vivir y los derechos de la naturaleza; esto es, una gramática común latinoamericana. Asimismo, desde la tradición crítica del pensamiento latinoamericano, la perspectiva del post-desarrollo ha venido promoviendo otras valoraciones de la Naturaleza, que provienen de otros registros y cosmovisiones: pueblos originarios, perspectiva ambientalista, eco-comunitaria, eco-feminista, decoloniales, movimientos eco-territoriales, entre otros.

El pensamiento post-desarrollista se asienta hoy sobre tres ejes-desafíos fundamentales: primero, el de pensar y establecer una agenda de transición hacia el post-extractivismo. En razón de ello, en varios países de América Latina ha comenzado a debatirse sobre las alternativas al extractivismo y la necesidad de elaborar hipótesis de transición, “desde una matriz de escenarios de intervención multidimensional” (Fundación R.Luxemburgo, 2012). Una de las propuestas más interesantes y exhaustivas ha sido elaborada por el Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), bajo la dirección del uruguayo Eduardo Gudynas (2011), la cual plantea que la transición requiere de un conjunto de políticas públicas que permitan pensar de manera diferente la articulación entre cuestión ambiental y cuestión social. Asimismo, considera que un conjunto de “alternativas” dentro del desarrollo convencional serían insuficientes frente al extractivismo, con lo cual es necesario pensar y elaborar “alternativas al desarrollo”. Por último, se subraya que se trata de una discusión que debe ser pensada en términos regionales y en un horizonte estratégico de cambio, en el orden de aquello que los pueblos originarios han denominado “el buen vivir”.

Aunque estos debates han tenido mayor resonancia en Ecuador, fue en Perú donde un conjunto de organizaciones que participan de la Red Peruana por una Globalización con Equidad (RedGE), dio un paso adelante y realizó una declaración de impacto, presentada ante los principales partidos políticos, poco antes de las elecciones presidenciales de 2011. La declaración plantea un escenario de transición hacia el posextractivismo, con medidas que apuntan al uso sustentable del territorio, al fortalecimiento de instrumentos de gestión ambiental, al cambio del marco regulatorio, al respeto del derecho de consulta, entre otros grandes temas. Asimismo, un interesante ejercicio realizado por los economistas Pedro Franke y Vicente Sotelo demuestra la viabilidad de una transición al posextractivismo, a través de la conjunción de dos medidas: reforma tributaria con mayores impuestos a las actividades extractivas o impuestos a las sobreganancias, la supertaxi, para lograr una mayor recaudación fiscal; y una moratoria minera-petrolera-gasífera, respecto de los proyectos iniciados entre 2007 y 2011.

El segundo eje se refiere a la necesidad de indagar a escala local y regional en las experiencias exitosas de alterdesarrollo. En efecto, es sabido que, en el campo de la economía social, comunitaria y solidaria latinoamericanas existe todo un abanico de posibilidades y experiencias que es preciso explorar. Pero ello implica una previa y necesaria tarea de la valoración de esas otras economías, así como una planificación estratégica que apunte a potenciar las economías locales alternativas -agroecología, economía social, entre otros- que recorren de modo disperso el continente. Por último, también exige contar con mayor protagonismo popular, así como de una mayor intervención del Estado por fuera de todo objetivo o pretensión de tutela política.

El tercer gran desafío que enfrenta el pensamiento post-desarrollista es proyectar una idea de transformación que diseñe un “horizonte de deseabilidad”, en términos de estilos y calidad de vida. Gran parte de la capacidad de resiliencia 12 de la noción de desarrollo se debe al hecho de que los patrones de consumo asociados al modelo hegemónico permean el conjunto de la población. Nos referimos a imaginarios culturales que se nutren tanto de la idea convencional de progreso como de aquello que debe ser entendido como “calidad de vida”. Más claro: hoy, la definición de qué es una “vida mejor”, aparece asociada a la democratización del consumo, antes que a la necesidad de realizar un cambio cultural, respecto del consumo y la relación con el ambiente, en función de una teoría diferente de las necesidades sociales.

En suma, son muchos los desafíos, paradojas y ambivalencias que hoy afrontan el pensamiento post-desarrollista en sus diferentes vertientes, vinculada tanto a las movilizaciones populares y socioambientales, como al pensamiento crítico. No obstante, la discusión sobre el posextractivismo está abierta y muy probablemente éste sea uno de los grandes debates de nuestras sociedades y del pensamiento latinoamericano del siglo XXI.

Notas

1) Este artículo es una versión reducida de otro, cuyo título es “Pensar el Desarrollo desde América Latina”, publicado en el libro compilado por G.Massuh, La renuncia al bien común. Extractivismo y (post)desarrollo en América Latina, Buenos Aires, Mardulce, abril de 2012.

2) René Zavaletta Mercado: 2009. Lo nacional-popular en Bolivia, La Paz, Plural. 1ra edición, 1986.

3) F. Coronil, El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela – Nueva Sociedad, Venezuela, 2002.

4) Alberto Acosta: 2009. La maldición de la abundancia, Ediciones Abya Yala, Quito, Ecuador.

5) “La minería de gran escala se caracteriza por ser una de las actividades económicas más capital-intensivas. Cada 1 millón de dólares invertido, se crean apenas entre 0,5 y 2 empleos directos. Cuanto más capital-intensiva es una actividad, menos empleo se genera, y menor es la participación del salario de los trabajadores en el valor agregado total que ellos produjeron con su trabajo: la mayor parte es ganancia del capital.” Para el tema, véase 15 mitos de la minería transnacoional en argentina, Colectivo Voces de Alerta, Buenos Aires, Editorial El Colectivo- Revista Herramientas, 2011.

6) El conflicto del Tipnis es empero de carácter multidimensional. El Gobierno defendía la construcción de la carretera, porque ayudaría a la integración de las diferentes comunidades y les daría las facilidades necesarias para mejorar la salud, la educación y el comercio de sus productos. Sin embargo, la carretera abriría la puerta a numerosos proyectos extractivos, que traerían consecuencias sociales y ambientales negativas (con Brasil u otros socios detrás). Al mismo tiempo, el conflicto tuvo el mérito de volver a instalar la disputa de construcción de la hegemonía dentro del esquema más plural del “mandar obedeciendo”, que formaba parte de las premisas originarias del gobierno de Evo Morales.

7)A. Escobar: 2005. “El post-desarrollo como concepto y práctica social”, en D. Mato (coord.), Políticas de Economía, ambiente y sociedad en tiempos de globalización, Caracas, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, pp.17-31.

8) AAVV, Grupo permanente de trabajo Alternativas al Desarrollo, Fundación Rosa Luxemburg: 2012. Más allá del desarrollo (Ecuador, Fundación Rosa Luxemburgo, en prensa).

9) Eduardo Gudynas: 2011. “Más allá del nuevo extractivismo: transiciones sostenibles y alternativas al desarrollo; pp 379- 410, En: “El desarrollo en cuestión. Reflexiones desde América Latina”, F. Wanderley (Oxfam y CIDES UMSA, La Paz, Bolivia)

10) http://www.redge.org.pe/node/637

11) Pedro Francke y Vicente Sotelo: 2011. “Transiciones. Post extractivismo y alternativas al extractivismo en el Perú”. Alejandra Alayza y Eduardo Gudynas editores. (Ediciones del CEPES, Lima, Perú).

12) “La resiliencia como concepto es un término que proviene de la física y se refiere a la capacidad de un material para recobrar su forma después de haber estado sometido a altas presiones (CEPVI, 1996). Por lo tanto, en las ciencias sociales podemos deducir que una persona es resiliente cuando logra sobresalir de presiones y dificultades de un modo que otra persona no podría desarrollar”. http://www.cepvi.com/articulos/resiliencia2.shtml

Causa Sur

Septiembre de 2012.

Continúe leyendo
Click para comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Facebook

⚠️LO MÁS RECIENTE ⚠️️

NUESTRO TWITTER