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Fútbol profesional: “Socializa pérdidas y privatiza utilidades”

Por José Arlex Arias Arias  

Motiva este ensayo la “ira e intenso dolor” que sufren los hinchas cada que su equipo profesional sufre una derrota, queda eliminado en alguna instancia del campeonato o, en el peor de los escenarios, pierde la categoría cayendo al “infierno” de la división inferior

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Por José Arlex Arias Arias  

Motiva este ensayo la “ira e intenso dolor” que sufren los hinchas cada que su equipo profesional sufre una derrota, queda eliminado en alguna instancia del campeonato o, en el peor de los escenarios, pierde la categoría cayendo al “infierno” de la división inferior

-como en el caso del fútbol profesional colombiano desciende a la categoría B-, que no es otra cosa que señalar a directivos, jugadores y aficionados –estos los únicos damnificados- que el equipo de sus “amores” perdió los últimos tres años. Hecho que para directivos y jugadores es apenas un trabajo o un negocio más, pero para los últimos es una verdadera catástrofe.

Al Real Cartagena lo apodan el “yo yo”, típico juego de sube y baja, puesto que se convirtió en supercampeón del descenso al completar cuatro en 20 años -1992, 2002, 2007 y 2012-, seguido por Pereira, Bucaramanga, Unión Magdalena, Cúcuta Deportivo y Cortuluá, que han tenido esa deshonrosa distinción en dos ocasiones cada uno. Cuando Real Cartagena descendió a la B en 1992, estuvo 7 años continuos en ese cadalso, los mismos que lleva en este momento Unión Magdalena, que bajó en 2005; y el rival con quien dirimió el “infierno”, Cúcuta Deportivo, estuvo desde 1997 hasta 2005 en la fatídica B. El denominador común de estos últimos equipos es que son o han sido manejados administrativa y financieramente por núcleos familiares cerrados, que en su lógico criterio es para consolidar su patrimonio económico.

El laureado escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro “El fútbol a sol y sombra” se refiere al hincha: “Una vez por semana, huye de su casa y acude al estadio…agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos”.

Galeano hace la distinción del hincha con el fanático: “el fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique la razón y a cuanta cosa se le parezca…El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso…El fanático tiene mucho por vengar.” 

La explotación de esos instintos primarios individuales y colectivos determinaron la creación de la “industria de la diversión”, en este caso el subsector es el fútbol. Como toda industria en el régimen capitalista, el punto óptimo lo da la máxima ganancia, no para los usuarios -hinchas o fanáticos- sino para los inversionistas. Y en el mejor legado neoliberal, toca aprovecharse de todo lo que el Estado les pueda proporcionar, con métodos legales o algunos no tanto. Se apropian de la marca ciudad o departamento –al mejor estilo de lo que sucedió con Juan Valdés- con  lo cual exacerban el regionalismo, avivando los clásicos que llenan las arcas; son casi propietarios de los estadios, obteniendo grandes beneficios, pero las refacciones las paga el erario; presionan a los gobiernos territoriales para los patrocinios -en los últimos tres años Real Cartagena recibió de la alcaldía y gobernación cerca de $4.500 millones-; adicionalmente les hacen todo tipo de descuento tributario so pretexto de llevarse el equipo. Es un negocio redondo complementado con millonarios derechos de televisión, radio y venta de jugadores -método esclavista bajo la figura de transferencias- y concesiones de ventas en los estadios, con elevadísimos precios. Se han hecho ricos incitando las pasiones y -con la complicidad de muchos- haciendo uso del patrimonio público.

¡Mientras el hincha llora y al fanático lo atropella la tragedia del descenso, el “inversionista” disfruta de la industria del fútbol con sus multimillonarias utilidades!  

arlexariasarias@hotmail.com

Cartagena Bolívar, 12 de noviembre de 2012.


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