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Hambre, un tema incómodo: la cuestión es el acceso

Por Bernardo Kliksberg / Página/12  

Uno de cada ocho habitantes del planeta se va a dormir con hambre todas las noches. Se estima que el mundo produce actualmente alimentos para 9000 millones de personas y tiene 7200 millones. Diez millones de niños fallecen por año antes de cumplir cinco años. Un tercio por desnutrición, la que causa, asimismo, que 165 millones de niños tengan retrasos del crecimiento. Si durante los primeros mil días de vida, un niño no tiene la alimentación necesaria sufre graves daños,

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Por Bernardo Kliksberg / Página/12  

Uno de cada ocho habitantes del planeta se va a dormir con hambre todas las noches. Se estima que el mundo produce actualmente alimentos para 9000 millones de personas y tiene 7200 millones. Diez millones de niños fallecen por año antes de cumplir cinco años. Un tercio por desnutrición, la que causa, asimismo, que 165 millones de niños tengan retrasos del crecimiento. Si durante los primeros mil días de vida, un niño no tiene la alimentación necesaria sufre graves daños,

que no son reversibles después.

Según el Informe 2013 de la FAO, 2000 millones de personas sufren de “hambre escondida”. Carecen de uno o más de los micronutrientes principales. Los déficit en vitamina A (30,7 por ciento de los niños) impiden el funcionamiento normal del sistema visual. La falta de hierro es uno de los factores que lleva a la anemia (47,9 por ciento) que afecta el desarrollo cognitivo, el embarazo, la mortalidad materna. Las deficiencias en yodo (30,3 por ciento) impactan en el funcionamiento mental.

Según Harvard (2011), la desnutrición es uno de los factores que ha llevado a la disminución o el estancamiento de la estatura promedio de las mujeres pobres, entre otros en países como Guatemala y Honduras, que tienen algunas de las mayores brechas en altura entre las mujeres ricas y pobres. ¿Por qué tanta hambre cuando hay un “superávit” de alimentos?

La FAO, que dirige con un liderazgo ejemplar, renovador y avanzado José Graziano, fundador del exitoso programa Hambre Cero en Brasil, previene en el título de su informe 2012 que “el crecimiento económico es necesario, pero no suficiente para acelerar la reducción del hambre y la malnutrición”. Hay un problema de acceso a los alimentos. Para los 1200 millones sumidos en pobreza extrema (menos de 1,25 dólar diario), es muy difícil adquirirlos. También es complejo para los 3000 millones sumidos en la pobreza (menos de 3 dólares diarios). Así por ejemplo, en Níger, representan del 70 al 80 por ciento de los ingresos. Ese acceso se ha hecho mas difícil desde la gran crisis del 2008/9 por las consecuencias pauperizantes que sigue teniendo, y la suba y volatilidad de los precios, agudizadas por la especulación en las bolsas de alimentos.

Por otra parte, los agricultores pobres están siendo especialmente afectados por las consecuencias del cambio climático. El aumento de la frecuencia y magnitud de los desastres naturales, y la desertificación de extensas zonas están destruyendo precarios equilibrios de supervivencia.

El hambre es derrotable

Amartya Sen mostró el peso del acceso. Analizó las cifras de expectativa de vida en Inglaterra durante las seis primeras décadas del siglo pasado. Cuando más aumentaron fueron durante las guerras. Explica (Sen y Kliksberg, Primero la Gen. 2012): “En tanto que el suministro total de alimentos per cápita se redujo durante la guerra, la incidencia de una exagerada desnutrición también disminuyó en vista del uso más eficaz de los sistemas públicos de distribución relacionados con el esfuerzo bélico y una forma más equitativa de compartir los alimentos a través de los sistemas de racionamiento”.

Dar a un niño una taza con los micronutrientes que necesita cuesta sólo 0,25 centavo de dólar diario. Ello significa 91 dólares anuales. Se gastan por segundo dos millones en armas.

¿Se puede reducir el hambre con rapidez? El Brasil de Lula y Dilma lo mostró a través del programa Hambre Cero declarado referencia mundial por los organismos internacionales. Al inicio del gobierno de Lula había 44 millones de desnutridos. En el 2009, 20 millones menos, y siguió bajando. Lula declaró al tomar posesión (1/1/03): “Vamos a crear las condiciones para que todas las personas en nuestro país puedan comer decentemente tres veces por día, todos los días, sin necesidad de donaciones de nadie. Brasil no puede continuar conviviendo con tanta desigualdad”.

El programa comprendió políticas combinadas que iban a las causas de fondo. Entre ellas, promoción masiva de los agricultores pobres, a través del seguro de la renta agrícola, prioridad a la producción interna, compras públicas, aumento de la producción de alimentos locales, incentivos a la investigación en el uso de tecnologías apropiadas, crédito, cooperativas y asistencia técnica.

Se estimularon su organización y participación y se convocó a la sociedad civil y las empresas. Subrayan Graziano, Belik y Takagi (2012), sacando lecciones del programa para otros países latinoamericanos en los que fue clave su centralidad: “Es importante que una política de seguridad alimentaria se afirme como política transversal y como centro de la planificación de un gobierno, y no meramente como un programa sectorial vinculado al desarrollo agrícola o al área asistencial”.

Destacan que “en América latina es fundamental asociar las políticas de seguridad alimentaria a la implantación simultánea de políticas masivas de distribución de la renta. La raíz del hambre y de la inseguridad alimentaria está en la estructura desigual de la renta, y en su perpetuación y profundización”.

Brasil sigue teniendo exigentes desafíos, pero la población desnutrida era en el 2010/12, según la FAO, 6,9 por ciento frente al 17,5 por ciento en otro de los Brics, la India, y 12,5 por ciento a nivel mundial.

El tema es el modelo

Argentina conoció el hambre en los ’90 de mano del modelo neoliberal.

En un país con capacidad de producir alimentos para diez veces su población, la foto de un niño de Tucumán que murió de hambre recorrió el mundo. Del 2003 en adelante, las políticas económicas inclusivas, las agresivas políticas sociales, el énfasis en salud pública, nutrición y educación, la redistribución en los ingresos, el programa estratégico agropecuario redujeron el problema a cifras mínimas, pero que deben seguir siendo enfrentadas.

A la desnutrición se suma hoy la obesidad. Ciento treinta millones de latinoamericanos tienen sobrepeso. En ello inciden la ingesta de “comidas basura” llenas de grasas ultrasaturadas, las bebidas azucaradas, el exceso de sodio. Esa “dieta”, fomentada por ciertos intereses económicos en los más humildes, produce daños circulatorios, diabetes y diversas enfermedades. México, uno de los países con mayor obesidad, con 70.000 muertes anuales por diabetes, termina de imponer impuestos especiales a la comida chatarra y las bebidas azucaradas. En EE.UU. la agencia reguladora de alimentos y medicamentos, anunció que se propone prohibir los transfats (8/11/13).

“El derecho a una alimentación adecuada” establecido hoy en normas internacionales es una exigencia ética elemental, pero sigue siendo negado en la práctica a vastos sectores. Las políticas ortodoxas, que gran parte de América latina desechó, siguen en boga en otros lugares, y no sólo no atienden el problema, sino que están presionando porque se recorten ayudas alimentarias a los más pobres. Las generaciones futuras juzgarán a las actuales, en primer lugar, por cómo encararon la restitución de este derecho, el mas básico de todos.

Bernardo Kliksberg: Miembro de la Comisión Directiva del Alto Panel Internacional de Expertos en Seguridad Alimentaria.

Página/12, Buenos Aires.

 

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