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¡Por una respuesta de ética!

Jaime Enríquez Sansón   

En mi condición de asesor privado en temas de Educación, recibo a diario consultas de la más variada índole y muchas veces de enfoques desconcertantes por su concepción e intenciones. Pero pocas me han causado tanta preocupación como aquella que en estos días me manifestó un madre de familia

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Jaime Enríquez Sansón   

En mi condición de asesor privado en temas de Educación, recibo a diario consultas de la más variada índole y muchas veces de enfoques desconcertantes por su concepción e intenciones. Pero pocas me han causado tanta preocupación como aquella que en estos días me manifestó un madre de familia

que buscaba la contra calificación de un examen de Ética de su hijo quien cursa grado 7º en un prestigioso establecimiento educativo de la ciudad de Pasto. Como estaba a punto de perder el año lectivo (calendario B) y en el dicho examen tenía nueve respuestas buenas de las diez que necesitaba para aprobar la materia, dijo en forma enfática: “Si es necesario acudo a la Secretaría de Educación porque yo no voy a permitir que mi hijo pierda el año por una respuesta de Ética”.

Una respuesta de Ética. Si, eso es lo que piensan la mayoría de ciudadanos incluidos nuestros congresistas. Una respuesta de Ética, para los tales, vale poco o no vale nada. Una respuesta de Ética es algo así como un renglón casi imperceptible en el maremágnum de datos que se acumulan para declarar inteligente a un alumno o capaz a un examinado o aprobado a un aspirante a ingreso en cualquier nivel de la educación colombiana. Una respuesta de Ética es, para muchos, algo insignificante.

Y al analizar esta expresión es que uno entiende el desbarajuste que vivimos. Se ha perdido tono moral porque la moral es la traducción latina de la voz griega ética y las dos significan buenas costumbres. Se ha llegado a valorar como más importante el reconocer la relación entre el cuadrado de las hipotenusas y la suma de los cuadrados de los catetos, como si hipotenusa o catetos nos definieran la vida, la convivencia, la felicidad. Se ha llegado a considerar más importante el manejo del bisturí que la ética con la cual se debe utilizar. O la puntería al disparar en el polígono que el valor de la vida humana sobre la cual se dispara. O la oportunidad de la noticia, el calibre amarillista de la chiva, que el respeto por la dignidad humana y el infinito valor de la verdad. O la aguda manipulación del inciso que el espíritu de la ley. O los efectos de la componenda parlamentaria que las esperanzas del pueblo desharrapado y elector. En fin, el grave problema de la desvaloración de la Ética pesa como moderna espada de Damocles sobre la vida de los colombianos. Falta ética en los mercados y en las aulas, en los templos y en los cuarteles, en las oficinas y los cuerpos colegiados, en la prensa, la radio, la televisión y las editoriales; en calles y caminos, en despachos y pasillos oficiales, en los buses y los aviones, en los taxis y en las motos. Por ello es imperativo ponerle ética a los uniformados y a los oficinistas, a los togados y a los pastores de las iglesias, a los patrones y a los trabajadores, a los catedráticos y a los científicos. Hay que ponerle ética al ciudadano y al campesino, día tras día, hora tras hora, minuto a minuto de nuestro transcurrir vital.

El congreso colombiano de ahora perdió precisamente eso. Se engolosinó de poder, se quiso hartar de presupuesto, de prebendas y de guiños complacientes salidos del despacho presidencial. Y sus miembros, al menos las grandes mayorías mostradas en su escuálida miseria y desnudas ante su propia pequeñez, ni siquiera se ruborizan frente al dedo acusador del amigo, del vecino, del copartidario que les confió su suerte mediante el voto. La deslegitimación que vive el congreso colombiano es reflejo de la moral de las madres de familia, que, como aquella que menciono al principio, seguramente a los hoy congresistas les enseñaron con el ejemplo a pelear con las garras y el corazón para obtener un resultado, a toda costa, duela lo que duela, pase lo que pase, pero a no dejarse ganar por culpa “de una respuesta de ética”.

El Decálogo exige respuestas éticas. Los viejos códigos de todas las culturas, el de Hammurabi, la Ley de las doce tablas, por supuesto la Constitución Política de Colombia, plantean situaciones que nos imponen respuestas éticas. De una respuesta ética, de una sola, puede depender el honor de una persona, la supervivencia de un individuo, la dignidad de un país. La vida es el contrapeso diario entre el bien y el mal, entre lo ético y lo antiético. La existencia humana, en lo que de racional tiene, se basa ineludiblemente en el respeto por la ética en todos sus alcances, sin excepciones. La ética, la moral, no pueden ser marcos teóricos ajenos al comportamiento. No podemos siquiera concebir una decisión inmoral enmarcada en un discurso moral. No podemos admitir la dicotomía que se plantea entre el decir y el actuar, el opinar y el vivir. Toda nuestra vida debe ser una clara respuesta de Ética, a la Ética, así, con mayúscula, para poder enseñarla a nuestros hijos. Es cuestión de decoro, es cuestión de decencia, es cuestión de integridad.

Altos de la Colina, Pasto, junio 28 de 2012.

jrenriquezs@yahoo.com

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