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La bancada solitaria de Jorge Robledo

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Como una estrategia para asegurar su sobrevivencia, el salmón, pez de agua dulce, nada contra la corriente. El senador del Polo Democrático, Jorge Enrique Robledo, también sigue esa estrategia al pie de la letra, para asegurar el mismo propósito en medio del unanimismo propio de la política colombiana. No en vano, durante muchos años Robledo usó la imagen de un salmón para su columna en La Patria, la cual también se llama Contracorriente.

Apenas en este último periodo legislativo, el senador Robledo se ha ganado

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Como una estrategia para asegurar su sobrevivencia, el salmón, pez de agua dulce, nada contra la corriente. El senador del Polo Democrático, Jorge Enrique Robledo, también sigue esa estrategia al pie de la letra, para asegurar el mismo propósito en medio del unanimismo propio de la política colombiana. No en vano, durante muchos años Robledo usó la imagen de un salmón para su columna en La Patria, la cual también se llama Contracorriente.

Apenas en este último periodo legislativo, el senador Robledo se ha ganado

el premio al mayor número de debates. Para la próxima semana ya anunció que controvertirá las cifras del gobierno sobre entrega de viviendas, lo cual significa que estrenará al joven ministro, Luis Felipe Henao, con un difícil cara a cara. Por otro lado, ha puesto contra la pared a multinacionales como Cerro Matoso y Claro. Ha sido un constante dolor de cabeza para el trámite de los tratados de libre comercio y sobre todo para ministros como Andrés Felipe Arias y su política de Agro Ingreso Seguro.

En este gobierno, su blanco ha variado entre ministros como Juan Camilo Restrepo, a quien martilló hasta el último día sobre las cifras de la restitución de tierras del gobierno. También ha tenido duros cruces de palabras con el ministro Mauricio Cárdenas, en especial durante el trámite de la reforma tributaria y, actualmente, tiene en la mira la reforma a la salud, liderada por el ministro Alejandro Gaviria, quien seguramente ha perdido más de una hora de sueño gracias a las preguntas incómodas del senador.

Y aunque últimamente parece que Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos son tan diferentes como el agua y el aceite, en Jorge Enrique Robledo encuentran un enemigo en común. Para el senador las diferencias entre los dos mandatarios son solamente de forma, pues ambos representan un modelo económico fallido que acosa a los sectores productivos de la economía nacional.

Y aunque ahora es uno de los senadores mas importantes del país por su irreverencia y capacidad de crítica, lo cierto es que su molestia con el status quo y el establecimiento comenzó en los años setenta, cuando los aires de Vietnam, el mayo francés, la debacle electoral de la Anapo y el ambiente revolucionario que se vivía en la Universidad de los Andes contagiaron a la juventud. “Si uno no era revolucionario, era de palo” dice el senador.

Nacido en Ibagué, pero manizalita de familia, Robledo se graduó como arquitecto uniandino y entró a la política por medio de la Juventud Patriótica, la organización juvenil del Moir, movimiento de izquierda liderado por Francisco Mosquera. Recién casado con su cómplice de toda la vida, Carmen Escobar, se fue a Caldas a hacer política.

Mientras dictaba clases de Arquitectura en la Universidad Nacional, luchó por la causa campesina y cafetera por más de 20 años. En esos años se convirtió en un autodidacta sobre la economía nacional y hoy en día es uno de los expertos nacionales en la economía del café. Uno de sus triunfos de esa época fue el exitoso paro cafetero de 1995, el primero nacional del gremio, tanto que todavía guarda los afiches de esa convocatoria en su estudio.

Poco a poco fue haciendo nombre y después de traspiés y derrotas electorales, en 2002 llegó al Senado de la República con una votación de 45.000 votos. Cuatro años más tarde, ya como senador del joven partido Polo Democrático, logró doblar su votación y alcanzar más de 80.000 votos.

Durante estos cuatro años enfiló baterías contra el gobierno de Álvaro Uribe, contra Tomás y Jerónimo y contra el TLC con Estados Unidos. Sus debates cosecharon frutos, pues en 2010 su votación se volvió a doblar. Logró 150.000 votos, solo superado por Juan Lozano y Gilma Jiménez. Cualquier político podría testificar sobre cuan difícil es doblar la votación en apenas cuatro años. Y más aún, hacerlo dos veces.

¿A qué se debe su éxito? Según personas del círculo íntimo del senador, este ascenso se debe a su trabajo, rigor y a la firmeza de sus convicciones. “Busca la inconsistencia, la pieza suelta y no se rinde hasta encontrarla” dice un excolaborador suyo. Su disciplina cultivada a través de la arquitectura, de la docencia y de la pertenencia a un grupo tan estricto como el Moir, es una de sus grandes virtudes.

Las ideas para sus debates nacen de discusiones con personas de toda su confianza como Aurelio Suárez, Clara López, Gustavo Triana y Carlos Gaviria. Luego de semanas de investigación y recopilación de cifras, el senador se clava un fin de semana en su casa y no recibe llamadas de nadie.

Durante más de dos días, crea unos esquemas parecidos en su orden a los planos arquitectónicos. Para no perderse, usa distintos tipos de letra, resaltadores y anotaciones al margen para saber qué va primero, qué debe enfatizar y dónde debe pausar. Sus debates se caracterizan por argumentos sólidos, frases irónicas, gran elocuencia y tono casi académico.

“El senador es una muestra del dicho de Einstein. Un 90 por ciento de transpiración y un 10 por ciento de imaginación. Es un abnegado por sus temas” dice alguien que estuvo durante ocho años en su equipo de trabajo.

Robledo no es el típico político de izquierda. Ha sido capaz de aliarse pragmáticamente con personas tan distintas como Armando Benedetti para hacerle oposición al TLC con Corea, con Maritza Martínez para preparar un debate en contra de la petrolera Pacific Rubiales, con Juan Mario Laserna para el debate del 4G, se sentó en la misma silla con Juan Carlos Vélez para defender el paro cafetero e, incluso, siempre tuvo buenas migas con uno de los capos de Congreso, Hugo Serrano, un gran dirigente liberal.

“Aunque no lo crean, yo sé que no puedo cambiar esto solo” dice Robledo. A pesar de ello, sus contradictores, incluidos izquierdistas que salieron del Polo, destacan su fama de presuntuoso, irascible, sectario, dogmático y rígido sin límite.

Actualmente, además del atraso del país y de la pobreza de capitalismo nacional—“aquí no podemos hacer ni una balinera” dice descorazonado— tiene otra obsesión. Está dedicado a fortalecer a su partido. Se inspiró en el ejemplo de Lula da Silva y el Partido de Trabajadores, por lo cual piensa dedicarse a planear la estrategia para que el Polo todavía exista en 50 o 100 años. No en vano es, sobre todas las cosas, un hombre de partido.

Fue así como aceptó volver al Congreso en 2014 y apoyar a Clara López como candidata presidencial. Solo así también se puede entender su aparente vista gorda con los hermanos Moreno. Aunque la cúpula del partido se escudó en el debido proceso, cuando la corrupción de los hermanos era evidente, Robledo y los otros directivos del Polo prefirieron el silencio. Esto para muchos ha sido el talón de Aquiles del senador que sus contrarios políticos no pierden oportunidad de recordárselo.

Negado para la música y el baile, amante de las papas fritas y la gaseosa, ávido usuario de Twitter y dueño de un humor negro difícil de resistir, Robledo se ha convertido en un referente de la oposición para el país. Aunque muchos no piensen como él, pocos se atreverían a contradecir que su presencia cada vez mayor en la política colombiana y su decisión de nadar contra la corriente, más que útil, es necesaria.

Semana, Bogotá.

 

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