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La bomba que inició una guerra

Por Daniel Samper Pizano  

Es hora de desmontar las mentiras que rodean la barbarie de Hiroshima, madre de la era nuclear, bajo cuya amenaza vivimos todos.

El 6 de agosto de 1945, a las 8 y 15 a.m., la ciudad japonesa de Hiroshima quedó cubierta por un extraño y silencioso resplandor.

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Por Daniel Samper Pizano  

Es hora de desmontar las mentiras que rodean la barbarie de Hiroshima, madre de la era nuclear, bajo cuya amenaza vivimos todos.

El 6 de agosto de 1945, a las 8 y 15 a.m., la ciudad japonesa de Hiroshima quedó cubierta por un extraño y silencioso resplandor. Inmediatamente después, un viento de destrucción la pulverizó, provocó miles de incendios y dejó entre 70.000 y 80.000 muertos, todos ellos ciudadanos inermes. La historia del mundo acababa de dar un vuelco. Nada volvería a ser como antes: había explotado la primera bomba atómica dirigida contra una comunidad humana. Tres días después se repitió el apocalipsis en Nagasaki, donde perecieron 40.000 personas más.

Esta semana se cumplieron 68 años de aquellas explosiones y es triste captar que la formidable tragedia ya está asumida y archivada como un capítulo más de la historia. Lo que fue un horror infernal hoy es un mero dato, y, para peor, erizado de mentiras.

Las estadísticas son cómodas para sepultar tragedias. Se necesitó que, en mayo de 1946, el periodista John Hersey publicara en Nueva York una larga crónica sobre Hiroshima, para que quedara a la vista el pavoroso drama humano. En vez de guarismos, el escrito estaba habitado por personas: “La señora Nakamura se encontraba mirando a su vecino cuando un resplandor blanco, el blanco más blanco que jamás había visto, iluminó todo… Algo la levantó y la lanzó volando a la habitación vecina seguida por trozos de su vivienda”. Mucha gente que no había derramado una lágrima ante la cifra de muertos interrumpía la lectura de la crónica llorando a gritos.

Por otra parte, a los norteamericanos les vendieron el mito de que gracias a la bomba atómica había terminado la II Guerra Mundial y Estados Unidos se había ahorrado la muerte de miles de sus soldados. El secretario de Guerra, Henry L. Stimson, afirmaba que un millón. El presidente Harry Truman rebajó el cálculo y dijo que bien valía la pena “liquidar un par de ciudades japonesas para salvar a un cuarto de millón de nuestros chicos en la flor de la juventud”. Todas eran especulaciones falsas. Sobre esta clase de afirmaciones sesgadas se construyó la leyenda, que hoy tratan de desbaratar los historiadores, de que la bomba atómica fue indispensable para ganar la II Guerra Mundial y ahorró muchas víctimas.

Ya se sabe que no es verdad. Las tropas y armas de Estados Unidos habían salvado a una Europa arrinconada por Hitler. Faltaba Japón, el extremo oriental del Eje. Pero cuando Truman decidió soltar la bomba, Japón estaba a punto de entregarse. Solo pedía que se respetara al emperador, cosa que al final los aliados aceptaron… cuando ya había tenido “éxito” el terrible experimento nuclear. Dijo el almirante gringo William D. Lehay, asesor presidencial: “El uso bárbaro de esta bomba no fue una ayuda contra Japón, que estaba derrotado y listo para rendirse.” Su colega Chester W. Nimitz concuerda: “La bomba atómica no jugó un papel militar decisivo en la derrota japonesa”. Finalmente, el mayor héroe de la guerra y futuro presidente de USA, Dwight Eisenhower, reconoció que había expresado a Truman su oposición a “esta cosa tan desagradable”, pues “Japón ya estaba vencido y era innecesario arrojar la bomba”.

Pero Truman no intentaba asustar a Japón sino a Rusia, y consideró que 110.000 japoneses muertos constituían un buen mensaje. Pese al aviso, en 1949 la Unión Soviética estrenó su arsenal atómico. Así empezó la carrera de las armas nucleares, que ha otorgado a nueve países –ya casi diez– la capacidad de convertir el planeta en una gigantesca Hiroshima. Algunos están gobernados por tipos que serían peligrosos incluso con una cauchera, como Putin, o lunáticos como el bebé ególatra de Corea. Otros por desalmados como Truman, que uno habría supuesto considerados y responsables. En sus manos estamos. Aconsejo dormir con los ojos abiertos.

El Tiempo, Bogotá, 11 de agosto de 2013.

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