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La igualdad

Por Rodrigo Borja   

Construir una sociedad igualitaria ha sido un viejo ideal de la humanidad. Pero la igualdad resultó una meta esquiva. Nunca se la pudo conquistar. Hubo aproximaciones a un orden social igualitario y democrático, en el que disminuyeran los desniveles políticos, económicos y sociales entre

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Por Rodrigo Borja   

Construir una sociedad igualitaria ha sido un viejo ideal de la humanidad. Pero la igualdad resultó una meta esquiva. Nunca se la pudo conquistar. Hubo aproximaciones a un orden social igualitario y democrático, en el que disminuyeran los desniveles políticos, económicos y sociales entre

las personas, pero sólo fueron aproximaciones.

Todas las clásicas declaraciones de derechos partieron del principio de que “los hombres nacen iguales”, pero la historia se encargó de negar sentido a esa afirmación porque los seres humanos sufren las diferencias desde su nacimiento. E, incluso, antes. La realidad ha negado obediencia a los postulados deontológicos.

De ahí que el novelista inglés George Orwell decía con sorna: “Todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Y Rousseau sostenía que la desigualdad nació cuando el primer hombre gritó: “¡esto es mío!” A fines del siglo XVIII la consigna revolucionaria de Francia fue: “libertad, igualdad y fraternidad”. Pero la igualdad debía sobreponerse a la libertad -puesto que la igualdad es una condición para la existencia efectiva de la libertad- y eso implica una limitación del individuo por el grupo y un gran despliegue de esfuerzos en la dirección de la justicia social. Paradójicamente, se requieren tratamientos desiguales y discriminaciones compensatorias para que las personas se aproximen a la igualdad.

En los tiempos actuales, con el “darwinismo” económico implantado en el mundo por el ultraliberalismo, hay un alejamiento de la igualdad. Todo está montado no sólo para que las diferencias se agudicen sino además para que se pongan en evidencia, se las vea. Y la publicidad comercial, a través de medios de comunicación cada vez más penetrantes, se encarga de manejar las desigualdades para estimular los apetitos de compra. En la sociedad de consumo las cosas están dispuestas para que la gente busque los privilegios y pague más por ellos. Asistimos a la promoción deliberada de la desigualdad: de la “desigualdad óptima”, que decía el economista alemán Ulrich Pfeiffer, a cuyo amparo puede darse, según él, la plena realización del individuo y de la sociedad. De acuerdo con este pensamiento -de corte neoliberal- es preciso emanciparse del igualitarismo infecundo y de las reacciones “envidiosas” ante la concentración del ingreso, puesto que ellos conspiran contra la creación de la riqueza social.

De otro lado, la incorporación de la informática a las faenas de la producción ha ahondado las diferencias entre los ingresos altos y los bajos, es decir, entre los ingresos de los grupos altamente capacitados en el manejo de los nuevos software y los de los trabajadores no calificados. Temo que las revoluciones informática y biogenética -no obstantes sus portentosos avances científicos y tecnológicos- van a contribuir a la formación de sociedades extremadamente desiguales.

19 de noviembre de 2013.

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