Nacional
La tierra se acerca a un punto de inflexión
Por Arlene B. Tickner / El Espectador
El discurso internacional del gobierno de Santos no se refleja en la política nacional, sino que es casi la antítesis de ella, le resta solidez y sostenibilidad. Sobre todo si de lo que se trata es de desarrollar una propuesta genuina de protección ambiental y de desarrollo capaz de enfrentar el punto de inflexión planetaria que se aproxima.
En un artículo publicado el 7 de junio de Nature,
Por Arlene B. Tickner / El Espectador
El discurso internacional del gobierno de Santos no se refleja en la política nacional, sino que es casi la antítesis de ella, le resta solidez y sostenibilidad. Sobre todo si de lo que se trata es de desarrollar una propuesta genuina de protección ambiental y de desarrollo capaz de enfrentar el punto de inflexión planetaria que se aproxima.
En un artículo publicado el 7 de junio de Nature, 22 prestigiosos académicos de cinco países advierten que la Tierra se está acercando a un punto de inflexión crítico causado por el crecimiento poblacional, la destrucción masiva de los ecosistemas y el cambio climático.
Según los científicos, éste podría tener, en cuestión de pocas generaciones, un impacto profundo sobre la atmósfera, la biodiversidad, bosques, océanos y la agricultura, lo cual provocaría mayor inestabilidad económica, conflicto social, migraciones y pérdida de vidas.
Esta semana la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible de la ONU se realiza bajo la sombra de la era Antropocena, en la cual el control humano sobre casi la mitad de los suelos del planeta nos ha puesto al borde de una transición irreversible. Si bien es demasiado tarde revertir este proceso, administrar, mitigar y adaptarse al deterioro ambiental se ha vuelto imperativo. Sin embargo, al examinar 90 de las metas y objetivos más importantes suscritos por los Estados —de un total de 500 en los últimos 50 años— el reciente informe GEO-5 del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente concluye que hay avances significativos en tan sólo cuatro de ellos; algún avance en 40; poco o ninguno en 24, incluyendo cambio climático, desertificación y sequías; y un mayor deterioro en ocho.
El contraste con la “otra” cumbre de Río (1992), donde se firmaron acuerdos vitales relacionados con el desarrollo sostenible, no podría ser mayor. Veinte años después, no sólo no se aprobará ningún pacto vinculante, sino que la inasistencia de tres líderes mundiales, Barack Obama, Ángela Merkel y David Cameron, acentúa la falta de expectativas que rodea este encuentro. Entre la crisis económica en Europa y Estados Unidos, la impunidad ambiental con la que actúan unos y otros, y la diversidad de intereses en juego, la construcción de consensos mínimos se ha vuelto crecientemente difícil, incluso entre los países en desarrollo. Por ejemplo, si bien todos los integrantes del G77+China comparten el principio de la responsabilidad común pero diferenciada, que establece que cada país debe combatir el deterioro ambiental con base en su responsabilidad histórica así como su capacidad relativa, son difícilmente equiparables potencias emergentes como Brasil, China, India o Sudáfrica con las economías medias, y menos aún con los menos desarrollados y los pequeños Estados isleños, para los cuales no sólo está en juego el derecho al desarrollo sino la sobrevivencia misma.
Para que no sea considerado un fracaso total, como mínimo debe emerger de Río+20 un mandato fuerte y claro sobre la necesidad de identificar Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que complementen los Objetivos del Milenio, que se vencen en 2015. Se trata de una propuesta hecha inicialmente por Colombia, que terminó suscitando considerable entusiasmo al ofrecer una “gran idea” en torno a la cual la Cumbre pudiera gravitarse. Pese al hit diplomático que anota el gobierno Santos con esto, el hecho de que su discurso internacional no se refleja en la política nacional, sino que es casi la antítesis de ella, le resta solidez y sostenibilidad. Sobre todo si de lo que se trata es de desarrollar una propuesta genuina de protección ambiental y de desarrollo capaz de enfrentar el punto de inflexión planetaria que se aproxima.
El Espectador, Bogotá, junio 20 de 2012.