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Nacional

Las argucias de Interbolsa

Por Eduardo Sarmiento Palacio  

El debate de Interbolsa ha recaído sobre las manifestaciones y las actitudes individuales de algunos personajes.

La guerra de inculpaciones termina en el yo no fui y contribuye a diluir la responsabilidad del conjunto.

La verdad es que Interbolsa era una gran pirámide

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Por Eduardo Sarmiento Palacio  

El debate de Interbolsa ha recaído sobre las manifestaciones y las actitudes individuales de algunos personajes.

La guerra de inculpaciones termina en el yo no fui y contribuye a diluir la responsabilidad del conjunto.

La verdad es que Interbolsa era una gran pirámide

auspiciada por las normas existentes, la permisividad de las instituciones oficiales y el carrusel de funcionarios que pasaban de la firma comisionista a altos cargos del Gobierno. Por tratarse de una firma comisionista que captaba recursos con rendimientos superiores a los del sistema bancario, percibía grandes aumentos de depósitos que podían trasladarse a terceros sin alterar el flujo corriente de transacciones y sin mayor capital. Los beneficios se originaban en el desfase entre los pasivos y los activos. Todo el juego se orientaba a apropiarse la diferencia y ocultarla.

El grupo estaba conformado por una maraña de empresas y sociedades indefinidas que facilitaban la triangulación y dificultaban la vigilancia. La organización disponía de facultades legales para captar depósitos de corto plazo y colocarlos en actividades de mayor duración y riesgo sin mayor vigilancia. Podía movilizar los fondos propios y acceder al sistema bancario con los repos para afectar las cotizaciones de las acciones, como se demostró con los socios de Interbolsa que tenían un claro vínculo con fabricato y lograron elevar el precio de la acción, que hoy se encuentra en $12 a $92. Tenía autorización expresa para colocar bonos de deuda pública sin conocer la procedencia y movilizarlos a los fondos privados de pensiones.

Muchas de las violaciones y abusos de los directivos y relacionados son el resultado del intrincado sistema que fue concebido para facilitar la captación de recursos por parte de la institución financiera y el traslado a los socios. En el fondo estaban titulados para realizar operaciones que se encuentran prohibidas y sancionadas para las personas del común.

Lo que no es fácil entender es por qué personas que trabajaron en Interbolsa y en las instituciones de control del Estado no vieron semejante Frankenstein. Para otra cosa se empleaba el prestigio y el reconocimiento de Interbolsa para captar recursos, cuando paralelamente se operaba con una maraña de empresas interrelacionadas para triangular operaciones. Así lo confirma el superintendente financiero al revelar que en una investigación posterior encontraron toda clase de argucias para falsificar los balances. Los pasivos se registraban como abonos de crédito o simplemente se llevaban a fondos al exterior sin ninguna acreditación. Si bien esto despeja las dudas sobre la naturaleza de la organización, no exime a la Superintendencia de la responsabilidad. En ningún balance se va a reconocer que los pasivos superan los activos.

No bastaba que los funcionarios que venían de Interbolsa se declararan impedidos y no firmaran disposiciones en favor de las firmas comisionistas. Su presencia en el Gobierno era un voto de confianza para Interbolsa y una restricción para que sus colegas actuaran con autonomía. Curiosamente, el tema no recibió mayor atención y tratamiento por parte de la junta del Banco de la República.

En fin, se armó una sofisticada pirámide que tenía todas las características ideadas por Carlo Ponzi a principios del siglo XX ante la vista gorda de las autoridades oficiales y que plantea interrogantes sobre el sector financiero. Es indispensable que el Gobierno reconozca la responsabilidad de los sucesos y señale cómo reformará la normatividad y la vigilancia para que no se repitan estos tipos de organizaciones contrarias al interés público.

El Espectador, Bogotá, 20 de mayo de 2013.

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