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Las viviendas gratis en Colombia

Por Jaime Enríquez Sansón   

Épocas fueron…  

Al llegar los conquistadores hicieron los trazos para la población de las villas que fundaban con los más severos criterios de la usanza española y según su experiencia y unos requisitos fáciles de prever: la dirección del viento, la fertilidad de los suelos, la ubicación de la iglesia,

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Por Jaime Enríquez Sansón   

Épocas fueron…  

Al llegar los conquistadores hicieron los trazos para la población de las villas que fundaban con los más severos criterios de la usanza española y según su experiencia y unos requisitos fáciles de prever: la dirección del viento, la fertilidad de los suelos, la ubicación de la iglesia,

la probabilidad de expansión, la cercanía de las aguas. Épocas fueron de épica memoria pues incluso se tenía en cuenta la noticia sobre la proximidad de tribus o pueblos indígenas bravos y los consejos dados por avisados ladinos.

El crecimiento de las villas, su conversión en ciudades y la modernidad, con las monstruosas edificaciones que muestran sus muñones de hierro en el proceso de edificación y poblamiento, trae a los urbanistas y planificadores nuevas preocupaciones y nuevos problemas que se solucionan en consideración a las necesidades del momento y de acuerdo a los recursos que se posean. Surgen, por supuesto, consecuencias de la invasión de esa denominada cultura del cemento como es la deforestación y los perjuicios para la fauna fruto de la tala y otras exacciones que guardan relación con el clima, el medio ambiente, la seguridad, la comunicación y el transporte pues a mayor población mayores exigencias para la supervivencia del ser humano. Esto es cuanto, con mucho orgullo y nada de humildad, se conoce como progreso.

En el intermedio: los tres cerditos

La clásica historieta de los cerditos, dos descuidados y perezosos y un tercero previsor y práctico, ilustra una etapa intermedia en este proceso de la vivienda. Tanto el que construye con paja como el que lo hace con débiles paredes son víctimas del arrasador aliento del lobo. Sólo quien utiliza cal y canto salva a esa generación porcina para tranquilidad de los futuros salchicheros y similares.

En los comienzos del siglo pasado, nuestros abuelos adquirían un terrenito en sitio plano, llamaban al maestro de obra y contrataban la construcción de su casa buscando que a ciertas horas recibiesen el sol las habitaciones grandes y a otras horas lo recibiese el patio para provecho de las plantas sembradas en el amplio espacio destinado para el efecto. Todo se hacía con la calma de la época y mientras desde la espadaña de la iglesia vecina se desgranaban lentas campanadas para anunciar el Ángelus o para marcar las horas, nuestros mayores se preparaban para el enteje y en el campo ronzaba el asno con su calma filosófica teniendo como fondo el reclamo del animal en celo o el quejido del ternero.

Las casas marca Vargas Lleras

Mucha agua, querido lector, ha pasado bajo los puentes desde entonces. Por eso las casas marca Vargas Lleras ya no pueden construirse ni señalando con lazos la distancia de la plazuela como lo hicieron los conquistadores, ni pensando en la resistencia de la paja, el barro con tamo o el ladrillo como cuando el cerdito Práctico, ni esperando que el sol abrigue en la mañana los pies de las matronas. Ahora se debe pensar que nuestras ciudades, edificadas a tontas y locas enfrentan muchos problemas: los planes de ordenamiento no se han tenido en cuenta y factores como los servicios públicos domiciliarios y el hacinamiento, la inseguridad y la educación pesan demasiado como para que se llegue así, deportiva y cachazudamente a prometer cien, mil o diez mil casas gratis para los destechados.

¿Y después de la casita… qué?

El presidente Santos pese a su afán de complacer al ministro Vargas Lleras, su posible sucesor en la distancia, tiene que hacer a un lado la demagogia y hablarle al país con sinceridad. No puede limitarse a evadir temas o a pronunciar discursos gaseosos para hacerse de buenas con el congreso como ocurrió este 20 de julio. La realidad del país no se arregla con sólo construir casitas pues cuando de techo para los colombianos más pobres se trata, debe primero escogerse un espacio con garantías de que las viviendas serán cómodas y decentes. Con un vecindario, póngase cuidado a esto, con un vecindario dispuesto a recibir a los nuevos habitantes. Pero estos, los destinatarios, deben tener la posibilidad de mantener sus casas, deben tener recursos para repararlas cuando sea necesario, para hacerles el debido mantenimiento y para no enajenarlas y buscar nueva vivienda como ya parece que piensan muchos. Dicho en otros términos, junto a la solución de techo debe haber solución de trabajo. En ninguna parte van a permitir que llegue al vecindario una población capaz de convertirse en amenaza porque entonces lo único que se estará haciendo es concentrar las formas de marginalidad – como las llamaba el presidente Belisario – cuyos integrantes deban recurrir al atraco y al asalto para comer y mantener su casa. El problema de la habitación es muy serio cierto, pero sólo es una arista del grave problema social de Colombia en donde las grandes mayorías padecen de pobreza, miseria y desempleo, mientras las diez familias que detentan el poder económico, industrial y financiero contemplan que la clase media, la que hace el papel de la carne en el sánduche, sostiene la sinvergüencería del Congreso y sus secretarios-pulpo o los sueldos de los asistentes-mueble que constituyen el séquito asistencial de los congresistas.

La pobreza, de otra parte, está compuesta por los más voraces destructores del medio ambiente: reciclan lo que no deben, destruyen cuanto tienen a mano para alimentar el fuego, contaminan el agua, asuelan los sembrados, propagan sus dolencias. Y esta cruda descripción no es incitación a combatir al pobre o a estimular la malquerencia al desposeído: es invitación a batallar contra la indigencia, es un reto para que se legisle contra la desigualdad, es un desafío a todos los colombianos para buscar soluciones diferentes a esas de las peligrosas propuestas populacheras de los madrugadores de votos que pululan por doquier. ¿Casas gratis? Si, pero sépase que las soluciones de fondo deben venir antes o junto a las casitas: ocupación, trabajo, educación, alimentación gratuita para los niños, recreación, atención a los ancianos, empleo con seguridad social, con servicios públicos, con salud sin los depredadores nacidos al amparo de la Ley 100.

El problema tiene muchísimo de largo y de ancho. La verdad de la Colombia nuestra no es como la de los pesebres pues no se arregla con casitas de cartón y luces efímeras y engaitadoras en vísperas de las elecciones. ¡Ojo con eso!

Pasto, julio 20 de 2012, después de la instalación de las sesiones ordinarias del Congreso.

jrenriquezs@yahoo.com

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