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Los pueblos fantasmas

Por José Arlex Arias Arias  

Suena un poco terrorífico, cercano a la alienación producida por las costumbres gringas, que nos lleva a celebrar “la noche de las brujas” a cambio del “Día del Niño”. De repente sirva para acuñar que hay quienes siguen como “profetas del desastre” o mejor, como fueron tildados en su momento,

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Por José Arlex Arias Arias  

Suena un poco terrorífico, cercano a la alienación producida por las costumbres gringas, que nos lleva a celebrar “la noche de las brujas” a cambio del “Día del Niño”. De repente sirva para acuñar que hay quienes siguen como “profetas del desastre” o mejor, como fueron tildados en su momento,

“los dinosaurios”. Pero la verdad es que todo fue previsto hace más de dos décadas. Sí, en Colombia existen muchos pueblos fantasmas y no son producto de la imaginación; mucho menos de la voluntad de sus gentes. Son la consecuencia de decisiones de nuestros gobiernos, que en su mayoría tuvieron orígenes allende las fronteras y ubicadas con razón por los analistas en el Consenso de Washington. El problema es que muchos se sorprenden y todavía no entienden cómo su pueblo, el corregimiento, la vereda o el municipio, se convirtió en “fantasma”.

La mayoría de los medios de comunicación, especialmente los que tienen intereses cruzados con los grupos económicos, fijaron su prisma en un solo ángulo de la noticia: la terrible violencia que ha azotado al país, convirtiéndonos en el segundo en el mundo con mayor número de desplazados internos, con cerca de cuatro millones de víctimas, que significan algo así como más del diez por ciento de los colombianos, cuatro ciudades como Cartagena, o la mitad de Bogotá. Es una gran tragedia, con multiplicidad de complejas causas; un entramado en el cual cada quien se justifica, pero que es la síntesis de años de incubación de fenómenos que algún día desaparecerán para la conquista de un poco de tranquilidad. Centenares de pueblos se volvieron fantasmas por la violencia: son noticia, tienen que ser noticia.

Hay otros pueblos fantasmas. Que no son noticia. Otras veredas y corregimientos que día a día botan todo tipo de desplazados y desarraigados. Tienen un denominador común: son territorios ricos o al menos lo parecen. Las comunidades se defienden con lo que pueden, pero en nombre de la “modernidad”, la eficacia, la competitividad y el uso del suelo para extraer su riqueza -con la complicidad del Gobierno Nacional, quien dicta las normas-, terminan siendo arrasadas por los detentadores del poder. Hay casos emblemáticos de carácter nacional que hacen tránsito a regiones fantasmas: como Marmato en el departamento de Caldas, asentado en un diluvio de vetas de oro; Montelíbano en Córdoba, que navega en ferroníquel; La Guajira y el Cesar, inundados en carbón, gas y petróleo.

La “modernidad” se llevó por los cachos y convirtió en pueblo fantasma a Galerazamba, corregimiento de Santa Catalina en Bolívar. Era un escenario paradisiaco, que rodeado por el mar se convirtió en un prodigio en la producción de sal y uno de los abastecimientos de la liquidada Alcalis de Colombia; pero la perversa lógica de la “eficiencia y la concesión” llevó al Gobierno a liquidar la empresa para entregar a una compañía privada la mina de sal, acabando de esta forma con la función social que su explotación prestaba a la población. Hoy es un pueblo fantasma: carretera impenetrable, playas carcomidas por la erosión, y las construcciones habitacionales y sociales de los trabajadores también exterminadas por la “modernidad”.

El desarraigo en dos corregimientos de Cartagena también tiene la misma razón de la eficiencia y eficacia de la “modernidad”, que para sus nativos hacen tránsito a “pueblos fantasma”, aunque con diferentes connotaciones: Punta Canoa es un caserío donde sus habitantes vivían de la pesca y atención al turismo hasta que el Distrito y Aguas de Cartagena decidieron construir el Emisario Submarino que vacía sus aguas en ese punto, litoral adentro. Los pobladores han dicho: ¿quién va a venir a bañarse o a comprar un pescado de donde se ha descargado toda la mier…de la ciudad? Seguro será pueblo fantasma y los “avivatos” se quedarán con el territorio.

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De igual forma se están quedando con el apetecido balneario de La Boquilla: con métodos legales y muchos, no sanctus. La mayoría de sus nativos ya están desarraigados y otros libran una batalla de resistencia civil en contra de las pretensiones y la presión de “fuerzas vivas” por arrasarlos. Imagínense una cuadra de ranchos de paja al lado de los grandes hoteles y centros de convenciones. Eso riñe con la “modernidad”.

¡Qué ironía: la abundancia de recursos y la “modernidad” tienden a convertir a la inmensa mayoría de colombianos en desarraigados y desplazados; en pobladores fantasmas!     

   

arlexariasarias@hotmail.com

Cartagena Bolívar, 29 de octubre de 2012.


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