Nacional
Los secretarios
Por Jaime Enríquez Sansón
La rueda, el fuego y la escritura – esta última gracias al ingenio de los sumerios – son punto de referencia del progreso de la humanidad. La escritura sobre todo suple las limitaciones de la memoria y atestigua los hechos cuando los hombres pretenden desconocerlos: he ahí la necesidad de la historiografía.
Por Jaime Enríquez Sansón
La rueda, el fuego y la escritura – esta última gracias al ingenio de los sumerios – son punto de referencia del progreso de la humanidad. La escritura sobre todo suple las limitaciones de la memoria y atestigua los hechos cuando los hombres pretenden desconocerlos: he ahí la necesidad de la historiografía.
Pero no siempre se ha podido manejar el mundo de las ideas convertidas en signos y en muchos casos ha sido necesario apoyarse en los monumentos, las marcas en las paredes de las cuevas, los edificios e incluso la misma débil memoria como hizo el profeta Mahoma quien aprendió toda la revelación del arcángel Gabriel y la transmitió, no a una o más de sus trece esposas, sino a los memoriones, esos prodigiosos repetidores mnemotécnicos del mensaje divino.
Muchos reyes y profetas prefirieron usar de amanuenses para evitar el esfuerzo o para garantizar la fidelidad del mensaje. He ahí no sólo el origen sino la necesidad de los escribientes, los pasantes, ahora los mecanógrafos o digitadores, en fin, los secretarios. Pero note el lector cómo SECRETARIO es voz con parentela en el latín, la lengua madre de todos los idiomas romances. Secretario en latín es scriba. Secreter en latín es privado. Secretarius sería secretario. Y todas esas palabras huelen a secreto, a cosa no revelada, a sucesos sólo para los iniciados, de manejo privado. El secretario, en efecto, comparte con el jefe o principal, aquello que no necesita ser de dominio público y esto explica la importancia de las secretarías, en cualquier sitio, en cualquier nivel de la administración pública o de los negocios particulares.
Los secretarios del Congreso
Uno de tales niveles es el del Congreso Nacional de la República. Allí pululan los secretarios. Y secretarias, por supuesto. Son personas cuya conducta se debe ajustar a los diccionarios: personas encargadas de escribir la correspondencia, extender las actas, dar fe de los acuerdos y custodiar los documentos de sus respectivas oficinas o dependencias. Manejan la información restringida a los demás, de acuerdo a las instructivas de sus superiores. Y en gran medida son los confidentes de sus jefes para los secretos de estado.
Ante obligaciones de esa naturaleza, frente a semejantes responsabilidades, nadie con dos dedos de frente puede negar que merecen consideración y tratamiento laboral excelente. Junto a sus altísimos deberes debe estar una retribución salarial acorde con los mismos. Se me ocurre el equivalente a unos dos o tres salarios mínimos. Tal vez un poquito más. Si acaso un racional y prudente sobresueldo, un veinte por ciento adicional sobre los tres o a lo sumo los cuatro salarios mínimos. Porque, entre otras cosas, la vida de los congresistas como la de la mujer del César (ver las Vidas paralelas de Plutarco) no sólo debe ser honesta sino parecerlo. Y ello se demuestra con obras transparentes, con hechos observables, sin secretos, sin tapujos, sin concilios ocultos ni movimientos torvos al amparo de la noche.
Incómodas comparaciones
Las comparaciones son feas. Y también incómodas. Pero en muchas ocasiones necesarias como en el presente caso para el cual voy a utilizar unos datos suministrados por un corresponsal. Veamos:
El sueldo estimado o reclamado por una madre de familia que además es ama de casa: cero pesos así ella nos haya dado la vida.
Sueldo de un bombero: Un millón de pesos por salvar una vida.
Sueldo de un policía: Millón doscientos mil pesos se arriesga por salvar otra vida.
Sueldo de un profesor: Millón cuatrocientos mil pesos por prepararnos para la vida.
Sueldo de un arquitecto: Dos millones ochocientos mil pesos por construir viviendas para vivir la vida.
Sueldo de un médico: Dos millones quinientos mil pesos por mantenernos con vida.
La gran pregunta
Si los secretarios de la Cámara o del Senado no cumplen ninguna de estas funciones, salvo lo de mantener los secretos de los padres y madres de la patria, ¿por qué los multimillonarios sueldos que se les ha dejado asignar? La situación del país no justifica derroches como tampoco explica el sueldo exorbitantes de unos funcionarios a quienes, para colmo de males, se les pretendió sin pudor alguno dar la condición de aforados, es decir, se quiso blindar como se dice ahora, contra toda acción legal suponiendo que son vulnerables a las tentaciones y que podían en cualquier momento llegar al límite del delito.
Los grandes responsables
Pero los responsables directos de esta impudencia no son los actuales secretarios del Congreso. Aunque pretendan seguir la ruta de algunos antecesores suyos que aprovecharon la posición como trampolín para hacerse elegir congresistas. Los culpables de semejante frescura, para decir lo menos, somos los ciudadanos, los electores, las grandes mayorías de colombianos explotados y ahora con justicia indignados.
Porque ellos no se han fijado sus emolumentos. Los ciudadanos todos hemos consentido esa desproporción. Los ciudadanos todos hemos cohonestado esa indelicadeza. Los ciudadanos todos hemos consentido esa sinvergüencería.
Por lo mismo ahora tenemos que abrir bien los ojos. Vamos a estar pendientes de cuanto suceda en el Congreso este 20 de julio. Vamos a ver como se elige secretarios, con quien conversan, con quienes se entrevistan. Vamos a mirar gracias a esa cámara indiscreta de que hablábamos en otra columna, no sólo los paseos y la mala educación de los congresistas que hablan por celular, bostezan, se rascan o se entretienen con la computadora mientras sus colegas adelantan serios debates, sino que vamos a deducir por las relaciones, amistades y bancadas, quiénes respaldan a quiénes y vamos a deducir en donde se empieza a cocinar cualquier olla podrida del fortín de los honorables. Porque el pueblo ya no aguanta más manipulaciones y está cerca la hora de la revocatoria de un mandato que se volvió espurio, indigno y bochornoso.
Pasto, 16 de julio de 2012 a los 66 años de la impresión de la novela Chambú del escritor pastuso Guillermo Edmundo Chaves.
jrenriquezs@yahoo.com