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No se trata de si se puede estar en una piscina sin mojarse…

Por Juan Manuel López Caballero  

Un amigo me hizo el reclamo de que me había salido de mi línea de intentar no ser apasionado porque exageré mencionando en reciente artículo un parecido de Álvaro Uribe con Hitler.

El tema no se refería a la muerte de millones de seres humanos, ni a que hubiera llevado

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Por Juan Manuel López Caballero  

Un amigo me hizo el reclamo de que me había salido de mi línea de intentar no ser apasionado porque exageré mencionando en reciente artículo un parecido de Álvaro Uribe con Hitler.

El tema no se refería a la muerte de millones de seres humanos, ni a que hubiera llevado

al mundo a esa barbaridad que fue la segunda guerra mundial.

Trataba de lo peligroso que puede ser un individuo con grandes capacidades cuando a éstas las acompaña un lado patológicamente obsesivo y éste a su turno se puede orientar  en forma peligrosa o dañina.

El caso es que seguramente esas condiciones lo hacen estar convencido de estar actuando correctamente, tanto en el propósito que busca como en los medios que utiliza.   Y es justamente la capacidad de liderazgo la que le permite contar con gran cantidad de seguidores, lo que a su turno le da no solo la fuerza para imponerse sino el respaldo ‘moral’ para seguir esas convicciones.

La pregunta no es si las intenciones de Uribe son buenas; ni de dudar de la firmeza de sus convicciones; ni de debatir sobre las razones de su liderazgo cuando el vacío en ese campo reina en Colombia; ni de sus habilidades y vocación por el trabajo y la superación de los retos. Todo esto también caracterizó a Hitler.

Lo que debemos pensar es hasta dónde van los paralelos con Uribe.

Hitler no fue hecho aislado de Alemania sino su producto. No solo lo siguieron sus conciudadanos sino lo promovieron; y aún después de revaluadas sus ‘ejecutorias’ muchos de los alemanes que fueron sus seguidores continuaron creyendo en él y en lo adecuado de sus políticas. Hoy desde una visión más distante hasta sus descendientes se horrorizan de lo que fue su época, pero no fue lo mismo durante su apogeo.

Prácticamente ninguno de los altos mandos que lo acompañaron salió de ese estado de admiración, y por el contrario mantuvieron la convicción de haber actuado en la forma que debían. En el juicio de Núremberg lo que se acusó no fue a unas personas sino a una política; fueron culpables de creer en esa política y en ese mesías, y por eso fueron acusados y castigados. No fueron enjuiciados por delitos comunes.

Hace pocos años se publicaron las entrevistas que les hizo el psiquiatra que les fue asignado para ayudarles en el proceso -asistirles como asesor y evaluarlos como perito-; en éstas se configura un estado casi de hipnotismo en el cual nada de crítica o autocrítica aparece respecto a lo que hicieron (el médico solo las transcribe sin ninguna nota o comentario).

También guardadas proporciones es lo que sucede en la estremecedora entrevista a Popeye en al cual dice que Escobar no era un asesino porque si acaso ordenaría matar unos veinte…

La historia del crecimiento del paramilitarismo y sus atrocidades es paralela a la carrera política de Álvaro Uribe; desde la promoción de las Convivir hasta los falsos positivos.

Y si algo quedó claro en la época de Hitler fue el papel preponderante de las técnicas de comunicación. Aunque se reconoce y se atribuye a Goebbels la importancia que adquirió y ejerció el poder mediático, eso fue posible por el interés de los mismos medios de servir al poder. No es muy diferente el atractivo de Uribe para nuestra prensa.

Una vez aclarado que la premisa es que no fue Hitler el único responsable de los horrores  que se vivieron bajo su poder; que ni él ni quienes creyeron en él y en sus políticas se sentían que actuaban contra los intereses de su nación; y que en él coincidían un carácter  obsesivo con grandes capacidades y vocación de liderazgo, lo que despierta interés es hasta dónde puede parecerse esto a lo que sucede en Colombia.

El liderazgo, el marcado temperamento obsesivo, el interés de los medios por tenerlo en la luz pública, el castigo que sufren sus principales asesores, las capacidades de trabajo, de orden y como estratega de Álvaro Uribe, la firmeza de sus convicciones, incluso el respaldo filosófico político de un Karl Smitt o de un José Obdulio, hacen que la pregunta que queda es si el sentido destructivo o dañino que imprimió el carácter de Hitler en su país también lo repite en algo el de nuestro ex presidente; o si por el contrario su protagonismo y el peso de su accionar son constructivos, y en consecuencia, para que salgan adelante, ameritan tanto el respaldo ciudadano, como el sacrificio que sufren quienes lo sirvieron, y como el despliegue de unos medios embelesados con sus twitters.

No se trata de si Álvaro Uribe tiene o no grandes capacidades; ni si son honestas sus convicciones o buenas sus intenciones; ni si su liderazgo es originado en un personal magnetismo o en lo sintonizado que está con el país; ni porqué atrae o si no debería atraer en esa forma la atención del mundo mediático; ni si puede en este momento ‘salir de la piscina sin estar mojado’. Lo que es determinante y sobre lo que cada uno debe reflexionar es sobre si la influencia sobre Colombia de las condiciones de carácter de Álvaro Uribe es de naturaleza constructiva y positiva, o si es más bien disolvente y dañina  para la armonía y la convivencia entre los colombianos.

30 de septiembre de 2013.

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