Nacional
Nueva era
Por Roberto Elías Salcedo Martínez
En diciembre todo se vuelve liviano, la celebración de la navidad nos coloca en aptitud amable, pase lo que pase, hasta la muerte del ser más querido, se asume con mayor madurez. Se dan muchas conciliaciones y reconciliaciones, la mirada de optimismo crece, los sueños repotencian la capacidad de lograrlos pronto.
Por Roberto Elías Salcedo Martínez
En diciembre todo se vuelve liviano, la celebración de la navidad nos coloca en aptitud amable, pase lo que pase, hasta la muerte del ser más querido, se asume con mayor madurez. Se dan muchas conciliaciones y reconciliaciones, la mirada de optimismo crece, los sueños repotencian la capacidad de lograrlos pronto.
La persona se envuelve en las luces cotidianas de encuentros familiares, llenos de recuerdos en una absoluta convivencia amplia, en lo general, todas y todos asumimos aunque muchos inconscientemente, la capacidad de dar, digo lo que escribo, porque también se asume la capacidad de recibir, o sea de reconocer que nos falta algo, aquí lo instintivo, porque lo esnob a la mayoría los arrastra en la ola publicitaria y los hacen actuar como zombis. Ni uno es tan opulento que no necesite algo, ni el otro es tan pobre que no pueda dar. Entonces en una involuntariedad, casi colectiva, se rompe la muralla materialista. Se filtra el sentimiento de la frescura de un abrazo, de una sonrisa de muchas manifestaciones afortunadamente invaluables que al ser (carente o acumulador) lo aterriza, lo ubica en lo igual que somos. Que nuestra misión en este hábitat es trascender como seres humanos en el mejoramiento permanente del nivel de conciencia para la estabilidad planetaria.
Una sociedad capitalista, salvaje e hipócrita no puede tener otra cosa que temor al fin del mundo, aunque esas estructuras de poder le hagan juego y saquen dividendos al estilo de vida e inclusive a los legados de generaciones respetables que poblaron con responsabilidad envidiable el territorio, antepasados dedicados al cuidado del entorno, como a la vez de gozárselo. De tal manera, adorando el contenido de sus alrededores como hacían con el agua, la naturaleza, los astros y demás acompañantes, asumiéndolos como verdaderos integrantes de la existencia. No eran ellos si faltaba una hoja de sus árboles, no eran ellos si faltará el sol, no eren ellos si faltará el otro. Que claridad colectiva que heredamos… Perdón. Aún en el siglo 21 no somos capaces de observar, irrisorios para un mundano que puede explorar otros planetas, viajar por la galaxia. La sociedad actual pretende ocultarnos esa herencia e impone su oscuridad, representada en las ansias del poder, desespero aciago de dominar, destruyendo la memoria, mientras emplea la depredación. Sus prácticas corruptas no tienen límites, involucrando a sus dominados en escuelas conductibles que garanticen el sistema, este mallado social de engaños, egoísmo y abuso. Alimentado todas las ventajas a través de estructuras humillantes que se montan para hacerte pequeño, impotente, hasta inútil.
No se trata de condenar al actual ritmo de convivencia en la tierra, sabemos que hacemos parte de un acumulado histórico, afianzado en el manejo económico, por encima de cualquier principio ético, por lo tanto, el aquí y ahora es un reto que nos llama a meditar si queremos seguir en el proceso inhumano de dominar, y dominar para que. Antes del resistirnos, generando por lo menos para la felicidad interna del alma, la liberación real del espíritu con la tranquilidad y el testimonio de vida diferencial, que aunque estemos sumergidos en esta celda de atrocidades, buscamos, sin bombos ni platillos, comportarnos en consecuencia con nuestro entorno inmediato. Así que el primer punto es renunciar al temor de morir, por lo contrario, con franqueza, sería mejor prepararnos para dicha muerte, situación inevitable. Quien la podía evadir no lo hizo, no solo preparándose para cumplir su misión sino también preparando a sus contemporáneos, principalmente a sus apóstoles, en aceptar dicho destino. Tampoco, queremos hacer un llamado a suicidios masivos, lo que queremos plantear es que debemos revaluar el compás que llevamos. Ese apego a falsas imágenes que desde la escuela tradicional nos enseñan sólo a repetir, manejado el lenguaje para la mezquindad: mi libro, mi lápiz e igualmente para excluir al otro.
Es evidente la relación de compromiso de cada quien con su prosperidad, sobre todo en estos momentos tan confusos donde la acumulación va desplazando la razón existencial por las ilusiones de comodidad, términos como el confort, glamour, entre otros de los tops preferidos, nos colocan más que en un estado de paz, en una sufrida y angustiosa carrera de apariencias, causa del estrés, cáncer moderno que carcome el alma, obviamente no detectable en el tejido celular, menos aún porque no es de manera individual que actúa sino como un manto extenso, cubriendo esta sociedad. Enfermedad colectiva, que a veces en los que ya no resisten su iluso estatus, les hace metástasis en su indefenso cuerpo, sin posibilidad de alargar la vida. Los coge sin chance, listos para el hueco, vestidos de cativo. Algunos tratan de encontrar al dios, a ese dios que siempre tuvieron de espalda y a veces pretendían contentar, ofrendando moneditas en el templo. Sólo queda tiempo para llorar, sin embargo, reclaman e insultan, sin comprender su suerte, cuando han sido juiciosos con su bondades reflejadas en algunos gestos de dádivas o caridades, incompletas por supuesto, que siempre hacían como cosecha estéril para asegurar por si acaso, en el más allá, lugar preferencial exigente aquí mismo, en la tierra.
Decía mi abuela: El mundo se acaba para el que se murió. Se acaba sabiamente cada instante y múltiples veces. En la tierra según estadísticas, fallecen diariamente ciento cincuenta mil personas, casi ocho por segundo, o sea el mundo se acaba ocho veces cada segundo. Ahora, es tan impresionante el miedo al morir, que se pretende alargar la vida siempre, pocos se resignan, como el de la canción: Hay doctor, usted me dijo le quedan tres meses, ya pasaron diez y míreme usted… hay doctor… hay doctor… Para nada optamos una posición catastrófica, ni apología a la muerte. Lo que si sentimos claro es que el mallado social en que nos encontramos desvirtúa tanto la generosidad como el privilegio de andar en este maravilloso globo. Por lo tanto, exhortamos a un reconocimiento de nacer diariamente, como le dijo el Gran Maestro al sabio anciano. La nueva era, es la que sembramos en nuestros corazones, afianzando la humildad, la solidaridad, la ternura, los afectos y en la mayor discreción posible, como era antes, en un principio, en silencio. Además, no olvidar cada mañana al despertar el levantarnos con agradecimiento, continuando el día a día con exagerada alegría, dispuestos a respetar el entorno y a gozarlo también. Pronto viviremos un mundo mucho mejor, verás.
Del resto con paciencia y maña seguir respondiendo a la cápsula de este absurdo tejido inhumano, con tranquilidad, interactuando sin afanes de salvadores, sin afanes de acumuladores sencillamente con fe y llenos de amor.
robertosalcedomtz@live.com
Bogotá D.C. 24 de Enero 2013.