Nacional
Todo por una cuenta
Por Rodolfo Arango
El escándalo por el uso de los servicios sexuales en la Ciudad Heroica por parte de los cuerpos de seguridad gringos ha despertado la indignación nacional por la afrenta a la moral y a las buenas costumbres en las relaciones internacionales.
Por Rodolfo Arango
El escándalo por el uso de los servicios sexuales en la Ciudad Heroica por parte de los cuerpos de seguridad gringos ha despertado la indignación nacional por la afrenta a la moral y a las buenas costumbres en las relaciones internacionales.
Resulta paradójico que el problema de fondo, la inequidad colonial aún presente en el país, no sea el tema de discusión a raíz de este nimio pero simbólico suceso. ¿Qué cruzó por la mente de guardaespaldas, marines y francotiradores gringos al saber que su jefe dormiría en la paradisiaca y fortificada joya del Caribe? Muy seguramente la llegada al exuberante trópico y el módico precio de los servicios sexuales servían de acicate a los muy sacrificados varones para complacer sus instintos. El florero de Llorente que desató la discordia no fue, sorpresivamente, la indelicadeza de la representación extranjera, sino el incumplimiento contractual de uno de ellos. Esa mentalidad de amo y esclavo refleja otra más extendida y compartida con sus jefes y anfitriones. La de que existen diferencias naturales de inteligencia, clase, origen y destino que justifican instrumentalizar a los pobres para mantener las relaciones coloniales que subsisten en nuestros países.
El pequeño lunar de la cumbre sirve para analizar la realidad de nuestras relaciones diplomáticas y comerciales con el coloso del Norte. Los presidentes de ambos países ponen su fe ciega en las virtudes del libre comercio, mientras celebran en la ciudad más inequitativa, racista y sexista del territorio. En Cartagena conviven la extrema pobreza y la extrema riqueza; el rebusque en el inframundo y la sofisticación de los manteles bien almidonados. No hace mucho el director de impuestos, Juan Ricardo Ortega, se sorprendía por el bajo recaudo predial en la ciudad amurallada, lo que contrasta con el lujo y la dimensión de sus viviendas. Como si fuera poco, los señores feudales del país se reparten playas, islas circundantes y rentas nacionales, ante la inacción cómplice de las autoridades. De poco o nada valen las manifestaciones grandilocuentes del presidente Santos de traicionar a los propios y traer la equidad a los archipiélagos. No es sorpresa que los últimos gobiernos nos hayan llevado a ser el segundo país más inequitativo de Latinoamérica, después de Haití.
El incidente de militares gringos y meretrices locales en la Cumbre de las Américas es un excelente ejemplo para enseñar el tipo de relaciones que deberíamos superar en el futuro. La dirigencia de ambos países es beneficiaria de condiciones estructurales de inequidad y de pobreza. Condiciones que no se superarán simplemente con el libre mercado. La cumbre de librecomercio fue abismo político. Tanta solemnidad y presentación acartonada sólo muestran la necesidad de ocultar una realidad lacerante e injusta. Por fortuna la vigilancia no llegó hasta las camas de los subalternos. El caso podría servir de material didáctico en los colegios nacionales y extranjeros, en particular los inaugurados por Shakira. Los niños y las niñas de la Costa Atlántica, del país y de las Américas podrían reflexionar con base en los hechos sobre los cambios que es necesario llevar a cabo en nuestras sociedades para modificar las relaciones actuales entre hombres y mujeres, blancos y negros, norteamericanos y sudacas, militares y prostitutas, dirigentes enajenados y poblaciones sometidas. En buena hora al marine se le olvidó (?!) pagar la cuenta.
El Espectador, Bogotá, abril 19 de 2012.