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Algo personal en la despedida de columnista para aspirar al Senado en la lista del Polo Democrático

Por Rodolfo Arango  

Suelo no escribir en primera persona mis columnas. Ahora debo hacer una excepción para despedirme.

Tuve un padre excepcional. Cuentan las tías que escapó a la muerte junto con mi abuelo al esconderse bajo un puente,

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Por Rodolfo Arango  

Suelo no escribir en primera persona mis columnas. Ahora debo hacer una excepción para despedirme.

Tuve un padre excepcional. Cuentan las tías que escapó a la muerte junto con mi abuelo al esconderse bajo un puente,

víctima de la violencia de los años cincuenta en los Llanos Orientales. Ya el asedio de los conservadores había expulsado al abuelo y a su hermano de Sonsón, Antioquia, cuando jóvenes. Sin poder terminar su bachillerato, tuvo que migrar a la capital para hacerse cargo de la familia. Pese a la adversidad, igual a la de millones de compatriotas, su honestidad y duro trabajo le permitieron salir adelante y conformar una bella familia, con una cariñosa y sabia esposa, rodeados de un entrañable círculo de amigos y amigas. Gracias a él gocé de una excelente educación y pude prepararme, emulando su disciplina, para servir a la gente.

He sido profesor universitario por más de veinte años en derecho constitucional y filosofía política en universidades nacionales y extranjeras, pero principalmente en la Universidad de los Andes. Fui asesor presidencial para la reforma constitucional de 1991, cuando se ideó la tutela para defender derechos fundamentales. Desde sus inicios y durante siete años trabajé en la Corte Constitucional, de la que fui luego conjuez. Allí contribuí, junto a magníficas personas, a diseñar el mínimo vital, la igualdad de oportunidades o la tutela por vías de hecho contra providencias judiciales, entre muchas otras doctrinas. Como activista de derechos humanos he viajado por toda América y Europa, convencido de que la paz se construye por vía del derecho. Gonzalo Córdoba y Fidel Cano me posibilitaron opinar por más de cinco años sobre la realidad política, social y económica del país desde las páginas editoriales de El Espectador. A ellos y a sus equipos de trabajo, mis sinceros agradecimientos.

El Polo Democrático Alternativo, partido en el que milito al lado de Carlos Gaviria Díaz desde sus inicios en 2005, me ha invitado a ser parte de su lista de candidatos al Senado de la República, lo que he aceptado con entusiasmo, aunque también con pesar por tener que despedirme ahora de mis lectores. Considero que ha llegado el momento de pasar de la reflexión filosófica y la crítica política al ejercicio de las funciones públicas, esto para contribuir a ahondar la democracia social en el país. Creo estar preparado para dar el paso al Legislativo desde la academia y la prensa, ámbitos a los que quisiera retornar en el futuro.

Como parte de segunda generación de desplazados he sido siempre sensible al sufrimiento humano, intolerante a la injusticia y admirador del trabajo honesto. En la universidad, los derechos sociales fundamentales han sido mi principal objeto de investigación. Colombia debe esforzarse en construir una sociedad justa, meritoria y, sobre todo, solidaria. El país, su población, tiene un enorme potencial de bondad, generosidad y laboriosidad; no obstante, no hemos logrado aún los niveles de institucionalización y civilidad necesarios para traducir esos nobles sentimientos en modos de actuar colectivo. En mis libros sobre derechos fundamentales, justicia, democracia social y desplazamiento forzado presento las bases de lo que considero debe ser una legislación y una jurisdicción sociales en un mundo globalizado. Sólo cuando sea posible a todas y todos el pleno florecimiento de sus capacidades en una sociedad con instituciones democráticas e igualitarias podremos superar la violencia fratricida y preservar la paz.

Esta es mi última columna en El Espectador. Agradezco a mi esposa, Consuelo de Vengoechea, correctora paciente y excelente interlocutora, su invaluable apoyo. Y, por supuesto, gracias a mis lectores y comentaristas, los cuales echaré mucho de menos.

El Espectador, 7 de noviembre de 2013.

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