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Alianza Pacífico. Emilio Sardi

Si algo dejó claro la reciente Cumbre de Alianza Pacífico (AP) es que no hay nada claro en esa quimera. Eso es normal. Desde el nunca suficientemente lamentado gobierno de Gaviria, nuestra práctica es entrar en negociaciones internacionales sin estudios serios que definan los objetivos del país, sus posibles beneficios y sus seguros costos. El caso de la AP no es la excepción. Como en las veces anteriores, con la AP no sabemos para dónde vamos ni cuánto costará el viaje.

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Si algo dejó claro la reciente Cumbre de Alianza Pacífico (AP) es que no hay nada claro en esa quimera. Eso es normal. Desde el nunca suficientemente lamentado gobierno de Gaviria, nuestra práctica es entrar en negociaciones internacionales sin estudios serios que definan los objetivos del país, sus posibles beneficios y sus seguros costos. El caso de la AP no es la excepción. Como en las veces anteriores, con la AP no sabemos para dónde vamos ni cuánto costará el viaje.

Es evidente que lo que Colombia busca con la AP no es estimular su comercio exterior. Si bien nuestro déficit comercial con los otros integrantes de la Alianza se rebajó de US$3.741 millones en 2012, cuando éste se constituyó, a US$2.156 millones en 2016, esto no se debió a un incremento en el comercio con ellos. Al contrario, fue fruto de la caída en el comercio con los nuevos socios del 42% desde la firma del tratado. ¡Vaya integración!

Y no son grandes nuestras posibilidades de inundarlos a ellos con nuestras exportaciones. Nuestras economías no son complementarias y, lo que es peor, en cada renglón de ellas por lo menos uno de nuestros socios es más eficiente y más desarrollado que nosotros. A lo que hay que añadir la inmensa ventaja que nos llevan en cuanto a la capacidad y experiencia de los negociadores internacionales, así como nuestras graves deficiencias comparativas en infraestructura y, sobre todo, en apoyo estatal. Las exportaciones del más pequeño de nuestros socios doblan las nuestras, mientras que las exportaciones de México ascienden a doce veces las de Colombia. ¿Pensaremos acaso que ellos nos contagiarán por contacto su capacidad exportadora?

Durante la Cumbre, por ejemplo, se anunciaban las posibilidades de exportaciones agrícolas de Colombia a la AP, en productos como el limón tahiti, la piña, el mango y el aguacate. Pues resulta que México es el principal exportador del mundo de aguacate, el primer productor de limón tahiti, el primer productor de mango en América y uno de los mayores productores de piña, superado por Costa Rica y Brasil, países que también tienen el comercio abierto en Chile. Es obvio que los principales destinos de nuestra producción agrícola estarán fuera de los países AP que, o son autosuficientes, o tienen compras de otros países más competitivos.

Tampoco luce muy optimista la posibilidad de atraer inversiones de firmas externas, que no tengan presencia en alguno de los países del bloque y que puedan desde Colombia establecerse para el mercado ampliado que existiría. Es mucho más probable que suceda lo contrario y que firmas que estaban considerando invertir en Colombia, decidan hacerlo en alguno de los otros países de la AP, todos los cuales les ofrecen menores cargas tributarias y mayores eficiencias en infraestructura y en trámites de comercio exterior.

Quizás lo único positivo de la reunión de Cali fue el anuncio de que Australia, Canadá, Singapur y Nueva Zelanda iniciarán la negociación para un acuerdo comercial con el bloque. Ahí podría haber un mercado interesante para productos colombianos. Todo dependería de si se negocian unas condiciones favorables y no se repitan los errores del pasado cuando firmamos TLC desequilibrados, en contra de las posibilidades de la economía nacional. Lamentablemente, esto es improbable pues los estudios que aquí nunca se hacen son indispensables para esa buena negociación.

Tomado de elpais.com.co

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