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“Con el abrazo de Peñalosa empezaron mis problemas”: vendedora informal que encaró al alcalde

Por Juan David Laverde Palma / El Espectador  

Dice que ha recibido amenazas, que en la Alcaldía le incumplieron y que teme por su vida. Otro engaño miserable y aprovechamiento de Enrique Peñalosa.

Cuenta Ana Isabel Hernández –la vendedora ambulante de 52 años que saltó a la fama cuando le cantó la tabla a Enrique Peñalosa el 4 de febrero en plena carrera séptima– que la foto que le tomaron en el Palacio Liévano cuatro días después, en la que aparece abrazada con el alcalde y en la que hubo promesas, fue el verdadero “abrazo de la serpiente”.

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Por Juan David Laverde Palma / El Espectador  

Dice que ha recibido amenazas, que en la Alcaldía le incumplieron y que teme por su vida. Otro engaño miserable y aprovechamiento de Enrique Peñalosa.

Cuenta Ana Isabel Hernández –la vendedora ambulante de 52 años que saltó a la fama cuando le cantó la tabla a Enrique Peñalosa el 4 de febrero en plena carrera séptima– que la foto que le tomaron en el Palacio Liévano cuatro días después, en la que aparece abrazada con el alcalde y en la que hubo promesas, fue el verdadero “abrazo de la serpiente”.

Lo dice consciente de la gravedad de su sentencia y así lo explica: “Ese día me tocó dormir en la calle. En la pensión me echaron, me gritaron ‘peñalosista’ y me dijeron que le pidiera posada al alcalde. Que era una doble, una triple, que no sé qué. Hoy mis amigos vendedores me dicen traidora”.

Su relato es tan fuerte, que prefiero que sea en primera persona: “Llevo en este trajín 17 años, desde que me vine de Sogamoso. Siempre revolando, como culebra en incendio, vendiendo tintos o lavando ropas ajenas. A trancas y a mochas, a Dios gracias, le pude dar estudio a mis hijos Ricardo y Darío. No vivo con ellos, se pasan muchas necesidades. Pero hasta que salió esa foto vivía bien. Trabajando en el parque Santander, tranquila. Ahora mis amigos me gritan de todo, inventan que en la Alcaldía me dieron millones. Y el alcalde, que en esa reunión me prometió ayuda con un carrito mecatero, no salió con nada y no me da la cara. Creo que se hace negar. Lo que quería era la foto. Limpiar su imagen.

Mire, ese día en la séptima no sabía que estaban grabando. Pero me sentí con la valentía de hablarle a ese señor por los atropellos de la Policía contra los vendedores de calle. Nos tratan de hijo no sé qué pa arriba. A esos policías les debiera dar vergüenza portar el uniforme. Se supone que están para proteger a los ciudadanos, pero, ¿qué hacen? ¡Atropellarnos! ¿O es que por ser vendedores de calle no somos personas? Somos gente y tenemos derecho al trabajo, como se lo grité a Peñalosa. Ahí se me fue la mano porque llena de la rabia le dije que ojalá lo atracaran. Jamás debí decirlo y le pedí disculpas. Pero me estoy desviando. La cosa es que ese día no hablé por mí sola, hablé por mis compañeros y amigos. No estaba en plan de mendigar nada. Él fue el de la promesa.

La cosa es que después de que le reclamé al alcalde y eso salió por los noticieros –me enteré a los días, porque ni televisor tengo–, empezó una perseguidera de un periodista de la Alcaldía. “Que por favor, que el doctor Peñalosa quiere reunirse con usted, que le va a ayudar, que vaya al despacho”. Mañana y tarde. Pues de tanta insistidera yo fui. Ahora caigo en la cuenta de que tenían planeado lo del tal abrazo, porque casi ni hubo diálogo. Cuando entré al despacho me dijeron “póngase aquí” y había un montón de cámaras. Esas luces incluso me pusieron mal de los ojos. Recuerdo que le dije a Peñalosa: “Viéndolo de cerca no lo creo tan mala persona”, y él me dijo que no tenía lío con los que vendíamos tintos, pero sí con los que venden libros y gorros.

Le pedí perdón por haberle deseado que lo atracaran. Él me abrazó. Ahí empezaron mis problemas, porque se me vino todo el mundo encima. Ese día, antes de salir de allá, el alcalde me dijo: “Te voy a ayudar con un capital para surtir el carro. Vienes, te anuncias en recepción y doy la orden para que te dejen entrar al despacho”. ¡Desde entonces no me da la cara! Luego me cayeron los del IPES (Instituto para la Economía Social). Me dijeron que no debía ir al despacho, que él ya había dispuesto un rollito de billetes pa que surtiera el carro mecatero. Luego me voltearon la torta y me dijeron que ellos habían hecho una vaca, habían recogido 150 mil pesitos y que me iban a mandar a comprar unos paquetes de galletas y de papas. Me negué.

Nunca fui detrás de carros mecateros, no me interesaba. Ellos fueron los que se pusieron a prometer cosas. Yo necesito trabajo, no mendigo nada. El lío vino ahí. Por el tal abrazo me gritan que soy “‘peñalosista”, que soy una vendida. Eso me tiene profundamente herida, me duele en el alma porque soy una persona honesta (llora). No he recibido dinero. Ahora inventaron que el día en que estuve en la Alcaldía dizque me dieron $5 millones. Bah. Si lo que recibí fueron malos tratos apenas salí de allá. Apenas llegué al dormitorio donde estaba pagando la pieza me echaron como a los perros. Me dijeron que si no era pues la consentida del alcalde. Me arrepiento, nunca debí haber puesto mis pies en la Alcaldía, eso sólo me ha traído desgracias.

¿Que qué le diría al alcalde? Que no me mienta, que me dé la cara. No le tengo miedo. El que me asusta no ha nacido. Que como tuvo el valor para mandarme a buscar, que lo tenga para hablar conmigo. Que no se me encochine más, que como a él le importa su imagen, a mí también la mía. Hoy mis amigos vendedores me aborrecen por el tal abrazo. Una cosa que tenían planeada, estoy segura. A los del IPES les digo lo mismo. Es que no sé quién me miente, si el alcalde o ellos. Siento que me han estado usando para quedar bien. Y yo, en cambio, recibiendo amenazas, que si de verdad recibí el tal módulo, que apenas se enteren dónde me lo van a dar, me lo incendian, que si pudieran matarme, me mataban.

¿Me entiende, periodista? Ahora quiero limpiar mi imagen. Sólo me perjudicaron con esa foto. Sin carro mecatero vine a este mundo y sin carro mecatero me voy a ir. ¿Que cuál es mi conclusión? ¡Pues que fui una pendeja! Que me caramelearon. Fueron ellos los que prometieron un capital y no cumplieron. En estos días me dijo un tipo en el parque: “¿No le dieron $100 millones? ¿Qué hace vendiendo bolsas para la basura? Ojalá tuviera al menos pa pagar la pieza esta noche. Y tengo miedo. Por dormir en la calle resulté con bronquitis y con la presión alta”.

El Espectador, Bogotá.

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