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Educación al servicio del neoliberalismo o educación superior para la vida laboral

Por Susana Barradas / Palabras al Margen  

“A mi entender, aunque hoy se pregone que la educación ya no tiene que ver con los sueños, sino que se relaciona con el entrenamiento técnico de los educandos, la necesidad de insistir en los sueños y en la utopía sigue vigente. Las mujeres y los hombres nos transformaremos así en algo más que simples aparatos a ser entrenados o adiestrados; nos transformaremos en seres que eligen, que deciden, que intervienen en el mundo; nos transformaremos en seres responsables”.

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Por Susana Barradas / Palabras al Margen  

“A mi entender, aunque hoy se pregone que la educación ya no tiene que ver con los sueños, sino que se relaciona con el entrenamiento técnico de los educandos, la necesidad de insistir en los sueños y en la utopía sigue vigente. Las mujeres y los hombres nos transformaremos así en algo más que simples aparatos a ser entrenados o adiestrados; nos transformaremos en seres que eligen, que deciden, que intervienen en el mundo; nos transformaremos en seres responsables”.

-Paulo Freire.

Si bien no hay que satanizar a la educación para el trabajo (ya que no está en duda la transcendencia de los saberes técnicos y tecnológicos), el problema está en que quizás esa no sea la solución para la democratización de la educación que se necesita en Colombia.

Marcela Eslava escribió en su columna de La Silla Vacía (1) un texto sobre lo que interpreta como las bondades del “Acuerdo por lo Superior” presentado por el Consejo Nacional de Educación Superior (CESU) en días pasados. No quisiera detenerme aquí en lo poco que dista esa propuesta de política pública de aquella reforma a la ley 30 presentada otrora por el gobierno Santos cuando el movimiento estudiantil, agrupado en la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE), se propuso tumbarla. Tampoco quisiera alargarme en cuánto este acuerdo sigue abogando por la privatización de la educación superior, y por el estímulo a una financiación de la demanda, en detrimento de lo que sería la esperanzadora subvención a la oferta educativa. Tampoco me demoraré hablando sobre la metodología utilizada para construir dicho “Acuerdo por lo Superior”, que es todo menos un acuerdo ya que un proceso que trate sobre el tema de la educación y que no incluya a los estudiantes, no puede considerarse un proceso amplio. Respecto a este tema, independientemente de lo que diga el CESU, el tipo de participación al que se invitó al estudiantado estuvo lejos de partir de una base democrática que propendiera por una concertación auténtica.

En este texto quisiera más bien centrarme en una de esas “bondades” que considera la autora en su columna: la educación para la inserción laboral o educación para el trabajo.

Este es un tipo de formación que apuesta por un modelo tecnocrático, en el cual los contenidos curriculares son de tipo muy específico y en general el conocimiento es compartido de manera fragmentada. En dicho modelo la formación está reducida al entrenamiento en ciertas técnicas y procedimientos que son de interés para el mercado laboral, y por esta razón se puede decir que el mismo pone de manifiesto una propuesta educativa al servicio de un modelo económico neoliberal. Bajo esta lógica, el sistema educativo y el mercado laboral deben a toda costa funcionar de manera armoniosa, con la supeditación del primero a los intereses del segundo: la producción. En otras palabras, una educación así planteada concibe al ser humano como un medio (recurso humano o capital humano, si se quiere) y no como un fin en sí mismo. Tenemos entonces que en los supuestos de la educación para el trabajo prevalece una visión instrumental del ser humano, y una noción de la educación como artífice en la preparación de sujetos que impulsen las dinámicas de ese mercado. Ésta es una concepción claramente reductora ya que pierde de vista el propósito de la educación tanto como plataforma emancipadora del ser humano, como detentora de un potencial crítico, creador y transformador. Precisamente por eso no debería permanecer ajena, bajo ninguna circunstancia, a contenidos de tipo humanístico, social, ético y estético.

Por lo contrario, lo que se puede concluir de las experiencias de la educación para la vida laboral no sólo en Colombia sino alrededor del globo es que el aprendizaje allí ofrecido es de tipo acrítico, y que la tendencia es más bien la de ajustar los contenidos programáticos a dichas demandas del mercado. Como Marcela dice en su columna “la poca acogida que la educación terciaria tiene, particularmente la educación T&T, es llamativa cuando las encuestas a empresarios colombianos revelan que les es difícil encontrar trabajadores apropiadamente capacitados, con frecuencia porque los postulantes están sobre-calificados”. Por sobre-calificación entiéndase entonces sujetos con consciencia crítica, autónomos, capaces de problematizar su contexto, interpretar su complejidad y de pensar en soluciones idóneas para actuar en su realidad cercana. Me pregunto: ¿es este el tipo de escuela para el pos-conflicto que se necesita en Colombia? La respuesta sólo sería positiva si para este pos-conflicto ya se están alistando y frotando las manos las distintas locomotoras extractivas. Una política pública de educación no puede jamás estar desconectada de la realidad de su contexto, y lo que se necesita en Colombia es una educación para la paz (que pasa también por vivir en armonía con nuestro medio ambiente), y una educación para la formación de sujetos colectivos.

Continuando, también me pregunto por qué Marcela Eslava cree que aumentando la cobertura de la educación para el trabajo, los estudiantes pertenecientes a niveles socioeconómicos más favorecidos estarían dispuestos a optar por este tipo de formación. El asunto es más bien conceptual, de tal manera que mientras no se otorgue a la educación técnica y tecnológica el mismo status que tiene la educación universitaria, es difícil que aquella se vuelva un escenario de convergencia entre distintos grupos sociales.

La columnista menciona también que “en términos de salarios, la ganancia extra de un universitario contra una técnico es de alrededor de 60%… que no parece justificar una inversión extra de casi tres veces el número de años para educarse, mucho mayor aún en términos de costo de matrícula”. Pareciera ser ésta una forma de advertir que para alguien que no tiene los suficientes recursos económicos es un pésimo negocio meterse a la educación superior de tipo universitario. Si es ese el caso, es mejor optar por aquella que le represente una menor inversión de tiempo y dinero, la técnica y tecnológica.

Si bien creo que no hay que satanizar a la educación para el trabajo (ya que no está en duda la transcendencia de los saberes técnicos y tecnológicos), el problema está en que quizás esa no sea la solución para la democratización de la educación que se necesita en Colombia. Dichos saberes deberían entonces, y necesariamente, estar vinculados a una educación de carácter holístico, capaz de proporcionar experiencias de autonomía y de formar personas con distintas visiones de país. Ya es hora de realizar una lectura de la educación que deje a un lado ese carácter mercantilista y economicista de la misma. Cómo dijo Kant “tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre”, y esto no cabrá jamás en la lógica perversa del capital.

1. http://lasillavacia.com/elblogueo/blog/educacion-superior-para-la-vida-laboral

Palabras al Margen.

 

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