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Nacional

El negocio de los medios

Por Octavio Quintero  

Uno pudiera preguntarse ¿qué tan sincera es la posición de los grandes medios de comunicación social en defender ese principio constitucional de poner el interés general por encima del interés particular, cuando esos grandes medios pertenecen a grandes ricos?

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Por Octavio Quintero  

Uno pudiera preguntarse ¿qué tan sincera es la posición de los grandes medios de comunicación social en defender ese principio constitucional de poner el interés general por encima del interés particular, cuando esos grandes medios pertenecen a grandes ricos?

Y no es una posición nacional sino internacional. Donde quiere que usted pose la mirada, bien sea en un país rico o en un país pobre, se va a encontrar con que los medios de comunicación más influyentes en la población, son empresas de propiedad de reconocidos ‘kilomillonarios’, es decir, de personas cuyas fortunas se miden por miles de millones.

No obstante que los grandes medios impresos vienen de regreso, ante el imparable avance de Internet (Gran Hermano), siguen siendo atractivos a esos ricos que, de caja menor, compran un periódico tan importante como El Tiempo, en Colombia, o el Washington Post, en Estados Unidos.

Si los ricos son ricos, es porque saben de negocios, diría Perogrullo, y no tienen agallas, se podría agregarse. Si compran un periódico que está dando pérdidas económicas, es porque, en principio, no están viendo el negocio desde el punto de vista económico sino por lo que ahora llaman, “rendimientos colaterales”…

Un rico como Luis Carlos Sarmiento Angulo, en Colombia, puede comprar un periódico como El Tiempo para ejercer desde allí una defensa a ultranza del statu quo que le ha sido pródigo. Es decir, el interés general no va con él; con el van los intereses particulares, o cuando más, grupales (los clanes) que han usufructuado selectivamente todos los bienes tangibles e intangibles del Estado.

La bulla que se escucha en la vecindad (Venezuela, Ecuador y Argentina) sobre la nueva relación que se trata de establecer entre los medios de comunicación y el poder, no debe enmarcarse en la candorosa expresión de “libertad de expresión”, y valga la redundancia, porque ese no es el quid. El asunto es que en esos países avanza un cambio de tercio que, obviamente, requiere de una prensa distinta a la que llevó el compás en el tercio anterior. Si esos tradicionales medios de comunicación que ahora se quejan, realmente hubieran dado libertad de expresión a todas las tendencias económicas, políticas y sociales de su época, los pobres, como en la vieja sentencia marxista, no serían tan pobres ni los ricos tan ricos.

Las noticias que llegan sobre la evolución de grandes medios de comunicación en problemas económicos, que están siendo adquiridos por grandes inversionistas, nos debe poner en guardia de que algo se traen, que no propiamente debe ser algo relacionado con su altruismo…

8 de agosto de 2013.

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