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Sin que llegue aún el fenómeno del Niño, media Colombia tiene sed
Por Alberto Acevedo / Semanario Voz
Las medidas de emergencia anunciadas por el gobierno son tardías y en muchas regiones llegan a paso de tortuga. Junto a la falta de agua, la pobreza y el abandono en servicios básicos como la salud, matan a niños y ancianos. No ha comenzado aún la etapa de verano intenso, conocida como el fenómeno del Niño y ya el país sufre los efectos de una intensa sequía, especialmente en la Costa Atlántica, que en pocas semanas ha representado para la economía nacional enormes pérdidas en cosechas, reses y otros animales sacrificados;
Por Alberto Acevedo / Semanario Voz
Las medidas de emergencia anunciadas por el gobierno son tardías y en muchas regiones llegan a paso de tortuga. Junto a la falta de agua, la pobreza y el abandono en servicios básicos como la salud, matan a niños y ancianos. No ha comenzado aún la etapa de verano intenso, conocida como el fenómeno del Niño y ya el país sufre los efectos de una intensa sequía, especialmente en la Costa Atlántica, que en pocas semanas ha representado para la economía nacional enormes pérdidas en cosechas, reses y otros animales sacrificados;
pero también en vidas humanas, sobre todo de niños, a quienes la falta de agua, sumada a la desnutrición endémica, resultan una combinación fatal.
Campesinos y pequeños propietarios comienzan a hacer inventarios. Más de 33 mil reses murieron de sed en regiones tradicionalmente ganaderas del norte del país en las primeras semanas de sequía.
En varias capitales de departamento, la población sufre porque el agua potable no llega a sus hogares, mientras en el sur del país o en zonas de frontera, ha debido acudir a movilizaciones callejeras y paros cívicos para llamar la atención de las autoridades sobre problemas que habían sido denunciados hace mucho tiempo. Lo paradójico es que mientras en la costa norte simplemente no hay agua, por el verano, en el sur la falta del líquido vital es ocasionada por la destrucción de acueductos, pozos o reservorios, a causa de las inundaciones.
Santa Marta, por ejemplo, ha debido resignarse a celebrar el 489 aniversario de su fundación en medio de un crudo racionamiento. La ciudad, en cinco centurias, no ha tenido un acueducto decente, porque las administraciones corruptas no lo permiten, pues dilapidan los generosos recursos que produce la industria turística, una de las más rentables del país. La gente, indignada, reclama porque, a pesar de la ausencia casi total de agua, que no es de ahora, sí llegan puntuales los recibos de cobro del servicio, en una afrenta su paciencia.
Además, incendios
En el Valle del Cauca, seis poblaciones han visto reducir los cultivos de productos esenciales de la canasta familiar. Los precarios sistemas de acueducto han reducido sus niveles de suministro y, en contraste, comienzan los incendios forestales, otra epidemia que se repite como una noria, año tras año, sin que las autoridades tomen correctivos eficaces.
En Yopal, la población debió realizar un paro cívico y movilizaciones por más de una semana para llamar la atención de las autoridades locales y nacionales sobre el hecho de que hace más de tres años no tienen un servicio regular de agua potable y porque, a pesar de ser ciudad capital de departamento y disponer de ingentes recursos por regalías, no tienen una planta de tratamiento ni un acueducto decentes.
En Barranquilla, otra capital de departamento, barrios enteros disponen apenas de dos horas en el día del preciado líquido para utilizar en preparación de sus alimentos y el aseo personal. En Curumaní (Cesar), ya se perdió el 40% de la cosecha de arroz sembrada. En este departamento, las pérdidas en producción de leche ascienden a 460 millones de pesos diarios y murieron tres mil cabezas de ganado.
Lágrimas de cocodrilo
En La Guajira, además de la muerte de siete mil cabezas de ganado, entre ovinos y caprinos y la inutilización de diez mil hectáreas de tierra que dejaron de ser productivas, se ha reportado la muerte de 15 niños de las comunidades indígenas del norte del departamento por enfermedades derivadas de la falta de agua y por simple desnutrición.
Este último fenómeno no es nuevo; ya el año pasado habían fallecido 23 menores de edad, afectados no sólo por la grave sequía sino por la falta de alimentos y de cuidados médicos, que en la región prácticamente no se conocen.
El presidente Juan Manuel Santos visitó la región la semana pasada y anunció medidas que en realidad son un mero ejercicio de derramar lágrimas de cocodrilo. No hubo ningún examen autocrítico de la desidia oficial en la prevención de estos desastres. El mandatario anunció al país, como contentillo, que en estos momentos hay un buen nivel de las reservas hidráulicas, por lo que descartó racionamientos.
Pero los racionamientos ya existen, y en algunos casos desde hace años. La situación de Yopal así lo indica, pero también la de Barranquilla, donde barrios enteros reciben dos horas de agua en el día.
Desidia
El optimismo del presidente no lo comparten ni las autoridades ambientales, que aseguran que la tragedia apenas comienza, en la medida en que la temporada de sequía se intensifique, ni por la Defensoría del Pueblo que está convencida de que la situación descrita evidencia la falta de planeación de las autoridades que se muestran negligentes en ofrecer soluciones de forma oportuna.
En este sentido, en el marco de los primeros debates de control político que se anuncian en el congreso de la República, y que se mencionan en otra parte de esta edición, para el miércoles de esta semana está prevista la citación a al menos 15 funcionarios de alto nivel para que expliquen al legislativo cuáles son los correctivos que se están tomando para prevenir situaciones ya anunciadas por la comunidad, y recurrentes en la medida en que se agudizan temporadas de invierno o de verano. Y que explique el gobierno de cuáles recursos dispone para ello.
Este enojoso asunto pone de manifiesto además la falta de una política medioambiental acorde con la situación del país. O la simple entrega de los recursos naturales a empresas multinacionales que destruyen las reservas de agua. Ese fue el caso reciente de la Orinoquia, donde murieron de sed alrededor de seis mil chigüiros después de que se supo que las exploraciones petroleras habían destruido yacimientos subterráneos enteros.
Problema global
Y la política de construcción de hidroeléctricas en manos del gobierno causa no pocos daños ambientales, como lo denunció recientemente la comunidad campesina e indígena de la región de Ituango, en Antioquia, víctima del desvío del río Cauca, uno de los más caudalosos del país.
El problema del manejo y administración de los recursos del agua es un asunto que se debate en todo el planeta. Recientemente, las Naciones Unidas llamaron la atención del hecho de que en el mundo cerca de 700 millones de personas no tienen acceso al agua potable y esto, precipita enfermedades y pobreza. De esa cifra, 425 millones son menores de edad.
La ONU, además, lamentó que las grandes potencias o centros de poder utilicen el agua como arma de guerra en zonas de conflicto. Es la situación que se vive hoy en los territorios palestinos ocupados por Israel y en otras regiones del Oriente Medio y África.
Los gobiernos reaccionan de distintas maneras frente al problema. En Europa, por ejemplo, en la actualidad se dan pasos hacia la privatización del agua para resolver los problemas de la crisis de la deuda soberana. Desde luego, en medio del rechazo generalizado de las organizaciones sociales y los trabajadores. En contraste, el gobierno de Michelle Bachelet, en Chile, declara el agua como “un bien nacional de uso público”, como paso previo a su nacionalización. El gobierno del presidente Santos debería tomar en cuenta este último ejemplo, en la perspectiva de solución de los grandes problemas nacionales, como dice que va a ser el talante de su segundo mandato.
Semanario Voz.