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‘Voy a votar el 15 de junio… por Santos’: Carlos Gaviria
Aunque afirma que lo hará “con todas las reticencias posibles”, el exmagistrado sorprende al anunciar que apoyará al presidente candidato. Las directivas del Polo han dado libertad a sus partidarios para votar en la segunda vuelta como les plazca, pero su excandidata presidencial Clara López anunció su voto por Santos. ¿Hay alguna contradicción de fondo entre la decisión de ella y la de algunos miembros del partido? De ningún modo. Clara decidió lo que juzgó mejor en una coyuntura como la actual, y lo hizo perfectamente a tono con las opciones señaladas por el Comité Ejecutivo Nacional del Polo. Por tanto, la conducta de ella, en ese sentido, es irreprochable. Clara no sólo anunció su voto sino que está haciendo campaña por el candidato presidente. ¿Esto tampoco contradice la instrucción del comité? Ése sí es un hecho nuevo porque en la campaña por Santos, al hacer énfasis en las propuestas de éste, puede terminar contradiciendo lo que ella misma sustentó a nombre del Polo. Entonces, ¿cree que las cuñas de Clara a favor de Santos podrán molestar a su partido? Sin duda ese hecho generará debate en el interior del Polo. Aunque retirado de la política activa, usted es un norte ético de su partido. ¿Por qué cree que la decisión mayoritaria del Polo de abstenerse de votar o de hacerlo en blanco ha generado tanta discusión pública? A mi juicio, la decisión del Comité fue atinada porque reconoció que existen razones respetables para defender cualquiera de esas opciones sin atentar contra la unidad del partido. Esto causó desilusión entre quienes esperaban que el Polo adhiriera masivamente a la campaña santista e inclinara la balanza a favor del presidente candidato. En una colectividad pensante como el Polo, eso no podía suceder. Sin embargo, me parece que la adhesión de Clara y lo que ella representa en el partido comienzan a incidir en las encuestas. Precisamente, según esas encuestas, el voto público de la excandidata López por Santos está moviendo mayoritariamente a los polistas hacia él. No obstante, esa actitud masiva deja muy solo al sector del voto en blanco. Es un riesgo que se corre, siempre, cuando se opta por el voto en blanco. No veo en tal circunstancia una base sólida para formularle a Clara un reproche, si es a eso a lo que usted se refiere. Dentro de la libertad que el partido les dio a sus militantes, era un albur inevitable. En una de las encuestas se señala que entre los polistas, el 66% votaría por Santos, el 24% por Zuluaga y sólo el 13% votaría en blanco. ¿No le parece raro que haya gente del Polo que vote por el uribismo y que quienes optan por el voto en blanco sean tan pocos? Me sorprende que haya dentro del Polo quienes apoyen las propuestas del uribismo. Pero ya en el camino lo había señalado un escritor más bien próximo a la izquierda, William Ospina. Creo que en ese sector militan quienes, sin distinguir matices, afirman en forma rotunda que Uribe y Santos son iguales y que, quizás, es preferible el primero por su ruda franqueza. Con respecto al voto en blanco, siendo esa una buena opción, en situaciones como la actual no se ha podido constituir en un hábito de los electores colombianos, tal vez debido a la fuerte polarización que se vive. Tal como usted lo afirma, algunos aseguran que las diferencias entre los dos candidatos son sólo de forma. Me parece que no comparte esa apreciación. Convertir el Estado de derecho en Estado de opinión, degradar el Estado social a Estado comunitario amoldando el rótulo a los intereses del autócrata, herir de muerte la independencia de los jueces por no ceder a sus exigencias ilegítimas y vulnerar la intimidad de los opositores mediante la interceptación ilegal de las comunicaciones no me parecen asuntos de mera forma. Y le enuncio apenas unos pocos ejemplos de un catálogo interminable. El argumento de quienes defienden la abstención o el voto en blanco tiene sustento: la coherencia política. Del lado contrario, también el argumento es válido: nadie debería permanecer al margen de la actual contienda electoral por lo que se juega en ella. ¿Qué piensa sobre ambas posiciones? Como le dije, me pareció atinada la decisión del Comité Ejecutivo porque armoniza la libertad de opción con el propósito de mantener la unidad del partido. De allí se sigue que cada quien debe examinar, responsablemente, cuál cree que es la mejor decisión. En la segunda vuelta, el voto en blanco no produce consecuencias tangibles. Y la abstención equivale a uno de los dos siguientes modos de pensar: “cualquiera que sea el resultado, es tan contrario a mis convicciones que no quiero contribuir a él” o “considero que no siendo buena ninguna de ellas, hay una peor y entonces contribuyo a evitarla”. Entonces, permítame preguntarle con cuál de las dos interpretaciones se queda, si votará el próximo domingo y a favor de quién lo hará. Sin duda con el segundo y, en consecuencia, voy a votar el 15 de junio. Y voy a hacerlo por Juan Manuel Santos con todas las reticencias posibles, pero con la consideración de que, en alguna medida, contribuyo a que no se repita lo que vivimos durante ocho años, o algo muy parecido. Puede ser injusto atribuirle a Óscar Iván Zuluaga todas las características negativas de su mentor. Pero este candidato no sólo no ha marcado distancias sino que parece solazarse en su identificación con Uribe. Es inevitable que le pregunte si entrará en contradicción irremediable con amigos suyos tan entrañables como Jorge Enrique Robledo y Aurelio Suárez, que están haciendo una campaña incansable por el voto en blanco en las redes sociales. Sin duda voy a tener con ellos una fuerte discrepancia, pero a eso estamos acostumbrados. Y siempre las zanjamos de la manera más civilizada y amistosa. Y, en otras instancias del Polo, ¿también habrá hondas discusiones? No descarto que surjan divergencias, especialmente si algunos aprovechan la coyuntura para medrar en el nuevo gobierno pidiendo o recibiendo contraprestaciones inaceptables. Si lo hacen, que lo hagan a título personal y tengan la mínima dignidad de renunciar al partido. ¿Quedarán heridas? Siempre he pensado que las divergencias ideológicas no tienen por qué causar heridas. Si las ocasionan es porque tomaron un curso equivocado. Con los discrepantes no hay problema. Con los oportunistas sí. ¿Por qué correr el riesgo de que otros digan que usted abandonó su línea política y filosófica? He esbozado una explicación, pero voy a ser más explícito: considero peor el triunfo del Centro Democrático —movimiento fuertemente derechista que pretende ocultar su idiosincrasia tras un rótulo ingenuo—, porque promete revivir un período aciago en el que se sustituyó el derecho por el capricho o por el interés del gobernante, se trató de terroristas a los opositores o a los simples discrepantes, se irrespetó a los jueces y se atentó contra su independencia de manera rayana en lo delictivo, se sobornó a congresistas para lograr la perpetuación del caudillo en el poder, se destruyó de facto el Estado de derecho y se hizo del Estado social un rey de burlas, todo para mantener, consolidar y profundizar un estatus inicuo que prevalece en el país y que el uribismo considera plausible. Y con Santos, ¿sería diferente? Para muchos puede ser candoroso lo que voy a decirle, pero creo que Santos, como presidente, no ha llegado ni llegará a esos extremos horrendos que conllevó como subalterno. En un predicamento como éste, me parece irresponsable soslayar los matices. Mi ideología no es la de Santos, pero los obstáculos para su realización o para su simple expresión no son tan vitandos como los que se pueden encontrar en un gobierno de derecha extrema y autoritarismo despótico como fue el de Uribe, y de cuyos resultados se precia Zuluaga. ¿Cree que quien va a las urnas por alguien puede discutirle al beneficiario del voto una decisión suya o, por el contrario, éste, una vez en su cargo, tiene la libertad de actuar como le parezca puesto que es depositario de la confianza del votante? Las normas jurídicas constitucionales y electorales actuales no contienen ningún instrumento eficaz para compeler al presidente a que cumpla los compromisos adquiridos como candidato. Quedan librados a su buena fe y a menudo ésta no abunda entre los dirigentes políticos. Una vez depositado el voto, entre el elegido y el elector se abre una brecha grande, y no hay cómo cerrarla. Su voto, ¿puede interpretarse como una renuncia a toda crítica? Al contrario. En la dirección indicada por el Comité en el sentido de que el Polo va a estar en la oposición, quienquiera que gane, me siento contribuyendo a elegir al adversario menos execrable. Además, quienes me conocen saben que nadie me puede cooptar y que no aceptaría del beneficiario de mi voto ninguna prebenda ni canonjía, si tuviera la insensatez de ofrecérmela. El proceso de paz que adelanta el actual gobierno, ¿es el tema central que deberían tener en cuenta los votantes del Polo o hay otros para considerar? La terminación del conflicto armado, que el candidato Zuluaga ni siquiera reconoce, es una condición necesaria, pero no suficiente, para lograr una situación que se parezca a la paz. Es necesario atender, y no ignorar, los factores que lo han generado y aplicarse programáticamente a combatirlos, especialmente a erradicar la miseria y la irritante desigualdad. En este sentido, las propuestas de Santos no son las que el país necesita y por eso el Polo las ha impugnado desde el Congreso y desde muchos otros escenarios. Pero la de Zuluaga, que sigue pensando en dar a la guerrilla el tratamiento de un cartel del narcotráfico, ni siquiera abre esa posibilidad. Y la guerra es uno de los pretextos más a menudo invocados para distraer esfuerzos y recursos que deberían encauzarse a la solución de los problemas básicos. Si Santos gana, ¿quedaría obligado a hacer una coalición política diferente a la que lo ha apoyado? ¿Y cómo debería actuar frente al uribismo en el Congreso? En estrategias políticas no soy ni siquiera novicio, y Santos es algo más que un aprendiz. Además, reitero que no voy a fungir de asesor suyo sino de opositor. Puedo exigirle al Polo que se mantenga en esa línea y que desde allí cumpla la función que le incumbe, una responsabilidad similar a la del gobernante. E invoco mi condición de votante para formularle a Santos una solicitud: que nos dé garantías a los opositores. Los escándalos por el presunto ingreso de US$2 millones a la campaña Santos en 2010 y por la contratación de piratas cibernéticos para espiar a los opositores, en la campaña Zuluaga, ¿favorecen a alguno o a quién perjudican? Son asuntos que debe dilucidar la justicia. En el caso del hacker, que implica a Zuluaga, los indicios son contundentes. La denuncia contra la campaña de Santos tiene, en cambio, todas las trazas de ser una estrategia astuta para crear la sensación de que la sordidez está en ambos lados. Paradójicamente, ante un sector grande de la opinión el perdedor resultó ser Santos. Si gana Óscar Iván Zuluaga, ¿cuáles efectos políticos internos y externos tendrá para el país su gobierno que, al parecer, sería de extrema derecha? Los efectos internos son fáciles de identificar: se intensificará la guerra para eliminar por esa vía a la guerrilla. No sé decirle en cuánto tiempo y a qué costo se alcanzará esa meta. Además, se aplazarán ab aeternum las reformas sociales y económicas que el país necesita con urgencia y que constituían el punto medular en el programa del Polo. Debo reconocer, eso sí, que en ese terreno el triunfo de Santos tampoco es una garantía. En el campo internacional, tendremos un buen ejemplo del arrojo de Zuluaga si cumple la promesa de dormir la noche siguiente al día de su posesión en aguas que la Corte Internacional de La Haya adjudicó a Nicaragua. Es decir, notificando a la comunidad mundial que el derecho internacional es algo inane para Colombia. Y con los países vecinos, cuyas relaciones han sido recompuestas, corremos el riesgo de dañarlas de nuevo si, a semejanza de su jefe y mentor, Óscar Iván Zuluaga resuelve violar la soberanía territorial ajena para perseguir a los “narcoguerrilleros y terroristas”. No es, pues, muy alentador el paisaje.