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Nacional

Anteojos oscuros

Por Ricardo Villa Sánchez  

Generar polarización en este país que aún no ha salido del conflicto armado, ni cuenta con una educación pluralista y de calidad, es relativamente fácil. El miedo, la manipulación, la sensación de inseguridad, la falta de oportunidades y de expectativas frente a la vida, hacen que sea muy complejo que las personas piensen por sí mismas que pueden ser arquitectas de su propio destino, y más allá de eso a que, por un lado, la gente se perciba en peligro, ante cualquier situación, o por otro, a que, por intentar defender lo suyo, hagan lo que sea necesario, en la actual, como diría Bauman, polarización y estratificación de la población mundial en ricos globalizados y pobres localizados.

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Por Ricardo Villa Sánchez  

Generar polarización en este país que aún no ha salido del conflicto armado, ni cuenta con una educación pluralista y de calidad, es relativamente fácil. El miedo, la manipulación, la sensación de inseguridad, la falta de oportunidades y de expectativas frente a la vida, hacen que sea muy complejo que las personas piensen por sí mismas que pueden ser arquitectas de su propio destino, y más allá de eso a que, por un lado, la gente se perciba en peligro, ante cualquier situación, o por otro, a que, por intentar defender lo suyo, hagan lo que sea necesario, en la actual, como diría Bauman, polarización y estratificación de la población mundial en ricos globalizados y pobres localizados.

Sólo un mensaje de texto o con voz amenazante, puede desencadenar acontecimientos inesperados como un paro, mientras los hombres de atrás, uno se imagina que se burlan de ver, a lo V de Venganza, como se caen las fichas gregarias de dominó. En esa caja de resonancia, los mass media y las nuevas tecnologías de información, en su acción comunicativa, participan de diversas maneras en la construcción de un discurso que separa, y en el que, así muestren un mundo de maravilla para el juego que les conviene, se segmenta a la sociedad entre los que tienen y los que no tienen, entre los elegidos y los excluidos, no sólo con las noticias, sino con programas de farándula, de concursos, telenovelas, deportes, es decir, con toda una infinita parrilla que le hace creer a la gente que, para lograr sus propósitos particulares, sálvese quien pueda, podría ser hasta necesario tomar la justicia por su propia mano o, cuando más, agachar la cabeza, mientras las cosas se mejoran.  Alguien diría, allí quedan, de todos modos, las redes sociales, que han recreado escenarios de deliberación, con un activismo virtual inusitado, pero que, a la hora de la verdad, como instrumentos, se quedan cortos en el espacio público, para lograr los cambios o las diversas resistencias frente a la opresión, la exclusión, la inequidad, y a la exigencia de garantías básicas ciudadanas.
 
La gente del común, casi a punto de estallar, carece de una imagen de certeza, que les dé bienestar frente a las grandes brechas existentes, lo que muchas veces los lleva a que, por defender el privilegio de tener un trabajo, que les permite respirar frente al cumulo de necesidades y deudas, recreadas para “vivir bien”, sean capaces de someterse a la arbitrariedad, a la injusticia, hasta a dejar su pudor a un lado o, por demás, asumir otros riesgos. O que, para crecer su negocio, les tocaría participar de este sistema mafioso: muchas veces, pagar cuotas mensuales a quien los amenaza, comprar seguridad y justicia informal, financiar campañas electorales de personajes corruptos para obtener favores; sobornar y ser sobornados, en fin, competir al precio que sea, dejando a un lado su dignidad, sus derechos, su familia, su ciudadanía, y poniendo encima de la balanza a la envidia, a la ambición, al egoísmo, al individualismo y al miedo.
 
Esa palabra, el miedo, ese miedo, valga la redundancia, que muchas veces impide que la gente se organice, planee su futuro, alcance la libertad política y hasta evite riesgos. Aquel miedo, que podría ejemplificarse en el método del terror a perderlo todo, a sentirse una cosa desechable en el engranaje de la sociedad,  a que les cierren las puertas, a que los asesinen, a que los ataquen, a que no puedan continuar con sus modos de existencia, y que, en este sistema agobiante, permite que una minoría, con mano dura, control y disciplina, avasalle a la multitud dormida, desechable y que no avizora otras opciones ni puede salir corriendo; pero, principalmente, el miedo que posibilita que los grandes negocios y privilegios, se soporten en los aportes, gastos y trabajo de las mayorías, por encima del planeta, de la gente, de la vida.
 
La razón de ser de la sociedad de hoy es consumir, dirían los técnicos. Ese es el proyecto: pagar cuentas, comprar, utilizar, ser utilizados, pisotear, ser pisoteados, sobresalir, tener, ganar, obtener provecho y poder, para poder sacar pecho de haberle ganado a la vida, frente a quienes nos observan, de distinta manera, para celebrarnos o señalarnos, si obtienes, por la ruta más fácil, lo que ellos, en sus pequeños círculos, también anhelan y que, al final de cuentas, sin una elección o fin diferenciado, así parezca una vida propia, terminarías por conseguir lo que nos impuso una moda, una coyuntura, una hegemonía, una rosca o ese que, para algunos sería el nuevo dios, su majestad el mercado.
 
Mientras, la sociedad se pone anteojos polarizados: hacia adentro, cada persona ve que la vida pasa plana y no obtienen mucha satisfacción, más allá que la de los sueños materiales del placer, que se esfuman con el paso del tiempo. Hacia afuera, sobrevivir de las apariencias, que muchos asumen como estrategia para esconder sus carencias. No todo es así, no todos son así. Algunos intentan salvar su espíritu, o juegan con otras herramientas, en la búsqueda de la felicidad. Otros se acomodan en sus dispositivos de existencia, sin ni siquiera llegar a elucubrar sobre la línea del bien y del mal. Algunos, para lograr sus propósitos o que la vida sea como se las muestran, creen que todo lo que hacen está bien, así ocasionen daños o desconozcan las normas. Muchos, conformes con las cosas como están, interiorizan que nada va a cambiar y sólo hay que dejarse llevar por la marea.
 
Al final de cuentas, allí está la multitud indignada que crece como la maleza. Las y los que están en sus puestos de trabajo, en sus pequeñas empresas, en sus universidades, en sus gremios y organizaciones, en una exploración incansable por un mejor vivir. Los que luchan en el Club de la Pelea rutinaria, mientras solos, esperan que se encienda una mecha. Pero, esta bola de nieve no va a ser espontanea ni va a salir de la nada. La posibilidad de la Paz, puede que, desde el lado positivo, lleve a que, entre la gente trabajadora, crezca la esperanza en otro país posible, en el que puedan exigir garantías para, o asuman la responsabilidad de, conducir nuevos liderazgos que encarnen los desafíos de grandes transformaciones hacia la justicia social, seguridad vital y profundización de la democracia. O puede que el coletazo de la primacía de las élites excluyentes, el extractivismo, la explotación, la manipulación, confluya para que, como en el Gatopardo, todo cambie, para que todo siga igual o peor.

@ciudadcaotica

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