Nacional
Aprendiendo de América Latina
Por Pascual Serrano*
En el pasado Congreso del Partido de la Izquierda Europea, en diciembre en Madrid, invitaron al vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, quien tuvo una magnífica intervención de poco más de media hora. García Linera se dirigió a los europeos con respeto pero con la autoridad que
Por Pascual Serrano*
En el pasado Congreso del Partido de la Izquierda Europea, en diciembre en Madrid, invitaron al vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, quien tuvo una magnífica intervención de poco más de media hora. García Linera se dirigió a los europeos con respeto pero con la autoridad que le da formar parte de uno de los gobiernos de izquierda que está cambiando América Latina y convirtiendo la región en el referente para toda la izquierda del mundo. Más allá del contenido de su conferencia, el hecho de que más de treinta partidos de la izquierda europea escuchen y tomen nota de su interpretación de lo que sucede en Europa, su análisis del capitalismo mundial y sus propuestas de regeneración y lucha, supone un hecho sin precedentes. Supone el reconocimiento, por fin, en la izquierda institucional europea de que la experiencia latinoamericana es el lugar donde mirar en la búsqueda de un referente y una esperanza. Durante décadas, la mitad de la izquierda europea -y no nos referimos a la socialdemocracia- renegaba de la revolución cubana; durante los primeros años de gobierno de Hugo Chávez, esa misma izquierda le seguía considerando un gorila golpista. Y gobiernos como el de Evo Morales o el de Ecuador eran mirados con desdén. Pero mientras los gobernantes europeos solo despiertan desprecio y rechazo por donde van, Morales o Correa reúnen miles de partidarios incluso cuando convocan actos públicos en Europa. Y no digamos los cubanos y venezolanos.
García Linera nos dijo que ve “una Europa que está abatida. Vemos una Europa ensimismada y satisfecha de sí misma. Vemos una Europa, hasta cierto punto, apática y cansada. Son palabras muy feas y muy duras, pero así vemos a Europa. Atrás ha quedado la Europa de las luces, la Europa de las revueltas, la Europa de las revoluciones. Atrás, muy atrás, ha quedado la Europa de los grandes universalismos que movieron al mundo, que enriquecieron al mundo y que empujaron a los pueblos de muchas partes del mundo a adquirir una esperanza y movilizarse en torno a esa esperanza. Atrás han quedado los grandes retos intelectuales. (…) Esta silenciada, encerrada y única Europa que vemos en el mundo es la Europa de los grandes consorcios empresariales, la Europa neoliberal, la Europa de los grandes negociados financieros, la Europa de los mercados y no la Europa del trabajo. (…) parafraseando a Montesquieu, solo se oye el lamentable ruido de las pequeñas ambiciones y de los grandes apetitos”.
Nos recordó que “unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias derrotadas, unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias fosilizadas; en sentido estricto no son democracias”. Según señaló, “la democracia es práctica, la democracia es acción colectiva, la democracia en el fondo es creciente participación en la administración de los comunes que tiene una sociedad. Hay democracia si en lo común que tenemos los ciudadanos participamos. Si tenemos como patrimonio común el agua, democracia es participar en la gestión del agua. Si tenemos como patrimonio común el idioma, la lengua, democracia es la gestión común del idioma. Si tenemos como patrimonio común los bosques, la tierra, el conocimiento, democracia es gestión, administración común, creciente participación común en la administración del bosque, en la gestión del agua, en la gestión del aire, en al gestión de los recursos naturales. Hay democracia en el sentido vivo del término, no fosilizado del término, si la población y la izquierda ayuda, participa de una gestión común de los recursos comunes. Instituciones, derechos, riquezas. Los viejos socialistas de los años 70 hablaban de que la democracia debía tocar las puertas de las fábricas. Es una buena idea pero no es suficiente. Debe tocar la puerta de las fábricas, la puerta de las empresas, la puerta de los bancos, la puerta de las instituciones, la puerta de los recursos, la puerta de todo lo que sea común para las personas”.
El vicepresidente abordó la leninista pregunta del Qué hacer, y sugirió cinco elementos. Uno de ellos es que, como dijo Pietro Ingrao, indignarse no basta: “la izquierda europea no puede contentarse con el diagnóstico y la denuncia. El diagnóstico y la denuncia sirve para generar indignación moral. Es importante la expansión de la indignación moral pero no genera la voluntad de poder. La denuncia no es una voluntad de poder. Puede ser la antesala de una voluntad de poder, pero no es la voluntad de poder. La izquierda europea, la izquierda mundial, ante esta vorágine depredadora de la naturaleza y del ser humano destructivo que lleva adelante el capitalismo contemporáneo, tiene que aparecer con propuestas o iniciativas.”
García Linera señaló que “necesitamos reivindicar la dimensión heroica de la política, Hegel veía la política en su dimensión heroica y siguiendo a Hegel, supongo, Gramsci decía que en las sociedades modernas la filosofía y un nuevo horizonte de vida tiene que convertirse en fe en la sociedad; pues solamente puede existir como fe al interior de la sociedad”. “Eso significa -añadió- que necesitamos reconstruir la esperanza, que la izquierda tiene que ser la estructura organizativa flexible, crecientemente unificada, que sea capaz de revitalizar la esperanza en la gente: un nuevo sentido común, una nueva fe, no en el sentido religioso del término sino una nueva creencia generalizada por lo que las personas apuestan heroicamente su tiempo, su esfuerzo, su espacio, su dedicación”.
Dos últimas ideas. Su llamamiento a la unidad: “La izquierda, tan débil hoy en Europa, no puede darse el lujo de distanciarse de sus compañeros. Podrá haber diferencias en diez o veinte puntos pero coincidimos en cien. Esos cien que sean los puntos de acuerdo, de cercanía, de trabajo, y guardemos los otros veinte puntos para después. Somos demasiado débiles como para darnos el lujo de seguir en peleas de capilla y de pequeños feudos, distanciándonos del resto. Hay que asumir una lógica nuevamente gramsciana: unificar, articular, promover”.
Y la reivindicación del Estado, tan vilipendiado por algunos movimientos. “Hay que tomar el poder del Estado, hay que luchar por el Estado. Pero nunca olvidemos que el Estado, más que una máquina, es una relación; más que materia es idea. El Estado es fundamentalmente idea y un pedazo es materia. Es materia como relaciones sociales, como fuerzas, como presiones, como presupuestos, como acuerdo, como reglamentos, como leyes. Pero es fundamentalmente idea como creencia de un orden común, de un sentido de comunidad. En el fondo la pelea por el Estado es una pelea por una nueva manera de unificarnos, por un nuevo universal, por un tipo de universalismo que unifica voluntariamente a las personas. Eso requiere entonces haber ganado previamente las creencias, haber derrotado a los adversarios previamente en la palabra, en el sentido común, haber derrotado previamente las concepciones predominantes de derecha en el discurso, en la percepción del mundo, en las percepciones morales que tenemos de las cosas”.
La conferencia íntegra se puede ver en: https://www.youtube.com/watch?v=e25Arsu2TlU
*Periodista español, fundador del portal de comunicación alternativa Rebelión.org.
15 de enero de 2014.