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Brasil: lo hemos perdido

Por Octavio Quintero  

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, vive hoy su propia historia de “Caperucita roja y el lobo feroz”. Salvo que el lobo no solo se la va a comer a ella sino a todo Brasil, insignia de Suramérica y emblema de los emergentes reconocidos por su sigla BRIC que encierra también a Rusia, India y China, aproximándose a ellos ahora México y Corea del Sur. Es decir, hablamos del único bloque geopolítico y económico capaz de enfrentar con éxito a Estados Unidos y sus aliados (Canadá, Japón, Inglaterra y la Unión Europea), en cualquier escenario.

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Por Octavio Quintero  

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, vive hoy su propia historia de “Caperucita roja y el lobo feroz”. Salvo que el lobo no solo se la va a comer a ella sino a todo Brasil, insignia de Suramérica y emblema de los emergentes reconocidos por su sigla BRIC que encierra también a Rusia, India y China, aproximándose a ellos ahora México y Corea del Sur. Es decir, hablamos del único bloque geopolítico y económico capaz de enfrentar con éxito a Estados Unidos y sus aliados (Canadá, Japón, Inglaterra y la Unión Europea), en cualquier escenario.

Se le reconoce hoy a Brasil, apodado “el gigante suramericano”, su protagonismo social, legado de su carismático presidente Luiz Inácio Lula Da Silva (2003/2010). Y aunque no rompió formalmente con el modelo neoliberal, sí marcó desde el inicio de su mandato un perfil más socialista en sus prioridades de desarrollo nacional, y fue en procura de preservar ese legado, que Lula impuso a su sucesora Dilma Rousseff, exguerrillera,  en la Presidencia, recorriendo actualmente su segundo mandato en medio de una pobre imagen popular y truculentos rumores sobre su destitución o al menos fuerte presión para que renuncie.
 
Quizás, buscando bajar la marea opositora, Rousseff se encuentra ahora perdida en medio del bosque, a merced de Joaquim Levy, su ministro de Economía, férreo promotor del “ajuste fiscal”, la receta neoliberal con la que la Troika europea ha quebrado a Portugal, España, Italia, Finlandia y últimamente a Grecia.
 
Ajuste fiscal es el término mágico mediante el cual se somete a los países con problemas de crecimiento económico a recortes “innecesarios” de gastos públicos que por lo general recaen sobre los presupuestos sociales de salud, educación, servicios públicos domiciliarios, vivienda, pensiones, transportes; recortes que llegan siempre acompañados de una reforma tributaria en donde se aligeran los impuestos de renta, patrimonio y complementarios y se lastran los impuestos indirectos, en especial, el nefasto IVA (Impuesto al Valor Agregado) que considera para el caso, sujetos de contribuir con las cargas del Estado, en igualdad de proporción, tanto a los ricos como a los pobres.
 
Ese es Levy, el ministro de Economía brasileño, cuyo popular apodo en su país “”Manos de Tijera”, lo dice todo.
 
Tanto se le teme que el Partido de los Trabajadores (PT), sustento ideológico de Lula y Rousseff, ha pedido su cabeza, y también el expresidente Lula porque, en aplicación de su ortodoxia liberal, podría atentar contra el legado social demócrata que desde el inicio de Lula (2003), a la fecha, ha recorrido el desarrollo económico de Brasil.
 
De visita en Suecia, y con la manifiesta intención de congraciarse con el capital internacional y las multinacionales, la presidente Rousseff le ha respondido desde el exterior al PT y Lula: “Cuando digo no, no hay nada que hacer; es no”. Como quien dice, Levy, su ministro de Economía, ahí está y ahí se queda.
 
Puede que “manos de tijera” le salve el puesto a Dilma, pero Brasil, el gigante suramericano, no va más del lado social, de ese mismo lado en que juegan hoy Bolivia, Venezuela, Ecuador, Argentina, Uruguay y Paraguay. En el lenguaje convencional de los competidores en derrota, “lo hemos perdido”.

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