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¿Cambios en la doctrina militar para servir a la geopolítica imperial?

Por Romel Armando Hernández Silva / Razón Pública  

Cuando se acerca la paz en Colombia, cuando nuevas potencias compiten más por las materias primas y cuando ellas pretenden aumentar su influencia en América Latina, el último libro inquietante del politólogo argentino, Atilio Boron re-examina la injerencia de Estados Unidos en nuestro continente.

¿Para qué la nueva doctrina?

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Por Romel Armando Hernández Silva / Razón Pública  

Cuando se acerca la paz en Colombia, cuando nuevas potencias compiten más por las materias primas y cuando ellas pretenden aumentar su influencia en América Latina, el último libro inquietante del politólogo argentino, Atilio Boron re-examina la injerencia de Estados Unidos en nuestro continente.

¿Para qué la nueva doctrina?

Hace algunos días el comandante del Ejército de Colombia, general Alberto Mejía, anunció el cambio en la doctrina militar es decir, de los principios que orientan las acciones de las Fuerzas Armadas. Esto se debe, según el general, a que el Ejército debe prepararse para los  tiempos que se avecinan con el proceso de paz.

Lo cual parece ser cierto si tenemos en cuenta que aquella doctrina estaba orientada a  combatir al enemigo interno es decir, a las guerrillas comunistas que buscan el apoyo de la población.

La idea era atacar al enemigo quitándole su sustento, evitar que la población se identificara con los subversivos. Esto podría logarse a través del combate frontal o mediante la persuasión – sin descartar el apoyo armado no oficial o paramilitar.

Con la futura desaparición de la guerrilla y ante un escenario de posconflicto parece lógico proponer un cambio en las Fuerzas Militares. Pero no es muy probable que dicho cambio corresponda en verdad al modelo de paz que se está diseñando en La Habana.

La preparación del Ejército corresponde más a un contexto continental de reafirmación de la hegemonía norteamericana, apropiación de los recursos naturales y desestabilización de gobiernos no afines a la Casa Blanca, tales como Venezuela, Bolivia y Ecuador. Esta situación exige unas Fuerzas Militares preparadas para combatir con ejércitos regulares y no con irregulares.

La geopolítica imperial

Esta al menos sería la conclusión que se desprende del libro América Latina en la geopolítica imperial, ganador del Premio al Pensamiento Crítico en 2014.

Escrito por Atilio Boron, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard y reconocido estudioso de los fenómenos sociales de izquierda, este libro analiza las actuaciones de la Casa Blanca respecto de América Latina desde el derrumbe del bloque soviético.

Según la tesis central del libro, la necesidad creciente de recursos naturales (o de “bienes comunes” como los llama Boron) ha llevado al gobierno norteamericano a centrar su atención en la defensa de América Latina como si fuera la despensa de Norteamérica.

Para llevar a cabo ese plan, Washington necesita de aliados, de programas y de mecanismos que faciliten el acceso a esos recursos y que se encuentran en países como Perú, Colombia, Chile o Paraguay.

Pero ¿cuál es la causa del aumento en la demanda por bienes comunes? Boron sostiene que esto se da por el paso de un mundo bipolar a uno multipolar. Con la caída de la Unión Soviética en 1989 se llegó a creer que el mundo pertenecía exclusivamente a Estados Unidos, pero a partir del 11 de septiembre de 2001 se reconoció la presencia de otros actores y países que han entrado en el juego de la repartición del planeta.

En este sentido, China, Rusia e India también se pelean por influir sobre los gobiernos de países que poseen riquezas naturales de todo tipo.

Por eso no es extraño que Estados Unidos vea como una amenaza el proyecto de China para la construcción de un canal interoceánico en Nicaragua, con el cual se le abrirían las puertas al gigante asiático para acceder a los bienes comunes de la Amazonia. La repuesta de la Casa Blanca fue construir la base norteamericana más grande en Costa de los Mosquito, en la parte hondureña.

Por otro lado en Paraguay, tras el golpe de Estado al presidente Lugo, se produjo una avalancha de medidas neoliberales que antes no habían sido posibles. Una de ellas fue  construir una enorme base militar en el Chacón paraguayo, solicitada por el diputado José López Chávez, quien también sostenía que Evo Morales pretende realizar una invasión militar.

De igual manera en Colombia tenemos hoy siete bases militares norteamericanas, después de que el gobierno de Correa en Ecuador decidiera cerrar la base de Manta. Después de esta salida, el gobierno colombiano permitió el uso de sus bases por parte de las tropas estadounidenses.

Por su parte Perú pasará de tener 125 a 3.200 soldados norteamericanos en su territorio este año. Y todo esto bajo el pretexto de la guerra contra el narcotráfico y la defensa contra el terrorismo.

Según Atilio Boron, por ahora la preocupación más grande de Estados Unidos es conseguir minerales suficientes para mantener los niveles de producción que requiere el estilo de vida norteamericano. El combustible para que todo marche a la perfección es el petróleo, que países como China y Rusia también necesitan con urgencia.

Esto explica la necesidad de intervenir en Venezuela, país poseedor de la segunda reserva más grande de petróleo del mundo y que puede convertirse en un proveedor cercano y seguro, a diferencia de los países del Medio Oriente que, aunque ricos en petróleo, presentan riesgo y costos enormes por estar distantes.

El interés de Estados Unidos en América Latina no es otro más que sus recursos y por eso, para Atilio Borón, la injerencia en las decisiones de sus aliados es vital. Los golpes militares  en Honduras y en Paraguay, auspiciados por Washington, son una muestra de que el fantasma del enemigo interno persiste, solo que ahora el enemigo son los gobiernos populistas que ponen en peligro la democracia o el orden imperante.

Para la Casa Blanca ya no se trata de organizaciones políticas que buscan construir un mundo mejor, sino de organizaciones terroristas ligadas con el narcotráfico y de gobiernos populistas violadores de los derechos humanos. Siguiendo esta lógica, la orientación de la doctrina militar también debe cambiarse para contener las nuevas amenazas.

El caso colombiano

Si bien el libro no dice mucho sobre Colombia, permite comprender que el cambio de la doctrina militar que se anunció hace algunos días no responde a los intereses de la paz interna, sino a una lógica global pensada e impulsada por Estados Unidos.

Por eso no es sorprendente que el afán de negociar con la guerrilla vaya de la mano con la locomotora minera, pilar del crecimiento económico de Colombia. Para que las trasnacionales mineras puedan extraer sin dificultad todos los recursos que necesitan es preciso que las FARC cesen sus hostilidades o dejen de influir sobre las poblaciones asentadas en lugares ricos en minerales.

Durante el posconflicto los enemigos identificables de la paz y el progreso no serán las guerrillas comunistas sino los campesinos, indígenas, afrodescendientes y movimientos sociales que se movilizarán por la defensa de la tierra, el agua y el territorio, tal como pasa ahora en el Cauca, Sumpaz, Putumayo, y La Guajira.

Para descalificar a estos actores sociales hay que ligarlos con el discurso de la amenaza “castro-chavista”, un discurso hoy más común que nunca debido al conflicto fronterizo con Venezuela y a la cercanía del acuerdo con las FARC. La supuesta ideología cubano–venezolana sirve para encontrar enemigos dentro y fuera de las fronteras.

Según el análisis Boron, el cambio de la doctrina militar deberá estar acorde con los tiempos y los retos del nuevo mundo, donde Estados Unidos ha perdido su hegemonía y donde surge la amenaza de proyectos políticos y sociales que proponen cambiar el panorama.

El proceso de paz sería una jugada magistral que también beneficia a Estados Unidos porque le quita a Venezuela y otros países de la región la posibilidad de tener injerencia sobre asuntos de Colombia.

Una Colombia más crítica respecto de Maduro, de Correa y de Morales, así como militarmente más fuerte militarmente frente a cualquier amenaza regional, será posible solo si el conflicto con las guerrillas se acaba. Y esto implica que el gobierno colombiano esté preparado para los nuevos tiempos, con un cambio en su doctrina militar.

El general Alberto José Mejía dijo que la “¨modernización emprendida por el Ejercito a través de su doctrina militar no significa una ¨reducción¨ de esa fuerza ni que vaya a ¨minimizarse¨. Por el contrario, se trata de estar al tanto de los nuevos tiempos, de esos tiempos que el profesor Borón nos describe en este libro.

Razón Pública, Bogotá.

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