Durante el llamado “estallido social”, verdaderas galerías artísticas se han generado en forma espontánea en las murallas, compuestas por imágenes que hablan de un contexto y que gritan tan fuerte como las voces.
Texto y fotografías Diego Hidalgo.
Bajo el calor ardiente de una tarde primaveral santiaguina, en la renombrada Plaza de la Dignidad, se escuchan cánticos: “Oh, Chile despertó, Chile despertó” corean al unísono, conformando un grito tan emocionante como estremecedor. Son miles de personas manifestándose. Unos metros más allá, la llamada primera línea hace la resistencia a la represión policial con camotes y escudos de lata. Así permiten que el resto cante libremente.
En la Alameda tres mujeres conforman un equipo. Una vigila de lejos, otra saca unos pliegos de papel de su mochila y su compañera se dispone, brocha en mano, a salpicar el engrudo que permitirá pegarlos en una muralla a las afueras del centro cultural Gabriela Mistral. Están algo nerviosas. Mientras una sujeta el papel, la otra esparce el pegamento a toda prisa. Terminan, se ríen de las imperfecciones cometidas y corren para perderse entre la multitud.
Usaron la técnica del paste up, es decir, con varios pliegos de papel pegado, uno al lado del otro, plasmaron una imagen que muestra al presidente con sus manos manchadas de sangre. Esa es solo una intervención más de muchas que se pueden observar, tanto en las paredes del GAM como en las principales arterias del país. Intervenciones que demuestran que el arte una vez más se levanta de frente contra la injusticia social y las murallas se transforman en una ventajosa trinchera para improvisar un museo de libre acceso y con olor a lacrimógena.
Estas imágenes son relatos de un contexto y gritan tan fuerte como las voces. Levantan referentes y ejemplos de lucha para seguir en la protesta. Allí se observa, en distintos formatos: ilustrado, serigrafiado o grafiteado, al quiltro Negro Matapacos. Lo acompaña el rostro de Camilo Catrillanca, también una versión punk de Gabriela Mistral flameando una bandera negra; el sonriente semblante de Gladys Marín junto a Lemebel y Salvador Allende. De esos mismos muros cuelgan arpilleras clamando justicia, memoriales por los asesinados en democracia y frases que alientan a luchar “hasta que la dignidad se haga costumbre”.
El arte al servicio de la protesta
“Nadie puede llamarse artista si no está involucrado con los movimientos sociales e históricos de donde nace y se desarrolla”. Esa la máxima que plantea Loreto Góngora, artista visual de profesión que buscó la forma de sumarse al estallido social que se está viviendo en el país donde creció. Su condición de asmática no le permite resistir mucho tiempo los gases de la represión y por eso optó por llevar sus ilustraciones a las paredes de la llamada Zona Cero, conformada por las calles de Santiago donde se concentran la mayoría de las protestas. Allí sus trabajos siempre están presentes, aunque ella no pueda estarlo.
“Ni tuya, ni yuta” es la frase que acompaña la ilustración de una mujer de cabello largo y parte del rostro cubierto con un pañuelo rojo. Esa es una de las obras que Loreto plasmó en muchas paredes santiaguinas. Todas sus intervenciones urbanas son ilustraciones de mujeres y frases en contra del patriarcado. Para ella “el feminismo es fundamental en este movimiento y debe ser considerado en todas las demandas que se levanten desde ahora”. Esta idea quiso llevarla a la calle y utilizó las murallas: “Las paredes son un soporte más para las artes y te permiten poner tu trabajo al servicio de la protesta”. Loreto deja espacios en blanco en sus dibujos y los mismos manifestantes los rellenan con frases como “Estado opresor” o “Renuncia Piñera”.
“Yo estudié arte en la academia; allí te forman para pintar en un bastidor y exponer en una galería. Pero pasar de eso a sacar la obra de arte a la calle y ponerla al servicio de la comunidad, eso me parece hermoso, sacarlo de la élite y llevarlo a lo popular, donde las personas se hacen partícipes, forman parte de la obra y pasan también a ser artistas”, reflexiona. Loreto Góngora no es la única que ha salido a protestar con sus trabajos, ya que forma parte de un grupo grande de artistas visuales que también lo hicieron: Caiozzama, Paloma Rodríguez y Fab Ciraolo se suman a esta lista.
Pegar los gritos en las murallas
A las afueras del mismo Centro Cultural Gabriela Mistral, un grupo de personas instaló un stand y captan la atención de quienes marchan por la Alameda. Se amontonan frente a ellas para conseguir lo que ofrecen o simplemente para observar lo que hacen: serigrafías, una técnica de impresión que permite plasmar una imagen sobre cualquier material, una polera, un trozo de género o un pliego de papel. La gente hace fila, espera su turno para recibir su estampado a cambio de una cooperación voluntaria.
“Somos un colectivo de propaganda que utiliza la serigrafía como método de reproducción de ideas”, explica César Vallejos, uno de los miembros de este colectivo que ya suma nueve años de existencia y que se hacen llamar Serigrafía Instantánea.
Formado por ilustradores, artistas y diseñadoras, el colectivo tenía en un principio la idea de realizar solo talleres, pero al poco tiempo de su creación irrumpió el movimiento estudiantil del año 2011, momento en que según César decidieron “salir a la calle y tomar un rol más social y propagandístico, porque entendimos que somos herederos de varias generaciones que vienen haciendo propaganda hace muchos años”.
Las imágenes que plasman son reconocidas por las personas. Muchas de ellas se pueden ver en carteles pegados en las paredes de la capital desde los primeros días del estallido. Salieron en brigadas a realizar pegatinas y empapelaron la ciudad de imágenes en apoyo al movimiento: “La propaganda callejera ha sido muy importante en este contexto, y me emociona verlo”, reflexiona César.
“Se generó un estallido gráfico, que antes estaba un poco atomizado, pero en estos momentos te das cuenta que hay todo un movimiento potente que se está dando en distintas expresiones: muralismo, sticker, sténcil, grafiti, etc. También mucha gente que no hacía propaganda política se volcó a ello porque se sintieron convocados a hacerlo; son gente sensible, artistas inquietos y críticos que han usado la gráfica para ampliar lo que se ha difundido boca a boca, que han tomado los gritos de la gente para pegarlos en las murallas”, finaliza.
Un símbolo del estallido frente al mar
Mientras va cayendo el sol y los manifestantes se devuelven a sus casas cansados, allá, en el puerto de Valparaíso, frente al mar, una pared del Muelle Barón luce un mural para la historia. En él se va una chica escolar saltando un torniquete y la bandera de Chile como telón de fondo. Un homenaje a ellas, quienes con su rebelde juventud se encargaron de despertar a un país que dormía hace décadas. Tan solo unos metros más allá se ve otro mural con las mismas características protagonizada por otro joven escolar.
Ambos trabajos son obra del muralista porteño Giovanni Zamora, que ya lleva más de cinco años dedicado al arte urbano, interviniendo paredes de países como Bolivia, Perú, Canadá o España.
Giovanni se interesó de niño en la pintura gracias a su padre y se formó a temprana edad en la Brigada Ramona Parra. Generalmente sus trabajos si vinculan a lo social y político: “El arte urbano es público y sería egoísta utilizar el espacio público para no decir nada”, plantea.
Fiel a sus ideas, Giovanni buscó un par de muros para graficar allí uno de los hechos más trascendentales del estallido: “Los movimientos sociales se mantienen en base a sus elementos simbólicos y el acto de saltar el torniquete, si bien es una acción concreta, es también una imagen muy interpretativa de la realidad de Chile y quise reflejarla porque no había visto ningún mural que lo hiciera”, explica para agregar que su intención era “hacer un mural para los que aún no se han convencido de luchar, no solo para los convencidos, y creo que ha dado resultados”. Al parecer no se equivoca: sus murales se viralizaron rápidamente por redes sociales a través de cuentas de Instagram de todo tipo de usuarios que suben fotos o selfies junto a sus obras.
Pero para él nada de esto es nuevo: “Los artistas callejeros han estado presentes en toda la historia de los movimientos sociales y en este contexto, se lo han tomado con mucha seriedad”, comenta sobre sus pares, planteando un justo reconocimiento a quienes, a punta de brochazos, han cumplido una importante labor para el despertar de un país.