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Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia

Por Javier Franzé / Público.es  

La política cotidiana, tal como se presenta, reducida a la batalla electoral, contrapunto de declaraciones, encuestas, tertulias mediáticas, “controles” parlamentarios, “debates” electorales televisados, “congresos” partidarios y demás etcéteras, obliga al voluntarismo filosófico a quien quiera adivinar las cosmovisiones que mueven a los partidos. Ante tal panorama, nadie diría que el pluralismo ―tan valorado por todos y practicado por casi nadie― realmente existe y tiene razones fuertes que lo animan.

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Por Javier Franzé / Público.es  

La política cotidiana, tal como se presenta, reducida a la batalla electoral, contrapunto de declaraciones, encuestas, tertulias mediáticas, “controles” parlamentarios, “debates” electorales televisados, “congresos” partidarios y demás etcéteras, obliga al voluntarismo filosófico a quien quiera adivinar las cosmovisiones que mueven a los partidos. Ante tal panorama, nadie diría que el pluralismo ―tan valorado por todos y practicado por casi nadie― realmente existe y tiene razones fuertes que lo animan.

Y, no obstante, las hay. Este libro es una prueba de ello. Quizá la diferencia, y de ahí su interés, es que las expone. En efecto, a través de un rico diálogo, Chantal Mouffe ―pensadora postmarxista y teórica del agonismo― e Íñigo Errejón ―Secretario Político de Podemos de España― van desgranando con claridad ―por una parte― los fundamentos de una mirada sobre lo político, la democracia, el populismo, la representación, el eje izquierda/derecha y ―por otra― el diagnóstico que, gracias a esa perspectiva, surge del pasado reciente, del presente y del futuro de la democracia española.

Mostrar la relevancia que el modo de representarse el mundo tiene para la política práctica ya hace valioso este libro, en especial en estos tiempos de despolitización de la vida pública, que reduce la decisión política a cuestión técnica, en especial económica.

¿Cuál es esa visión expuesta en este libro? Hay un pilar fundamental, del cual probablemente deriva todo lo demás: la primacía de lo político. Contra la visión tradicional de la izquierda marxista (en especial, marxista-leninista), pero también del liberalismo (y sobre todo del liberalismo económico), lo político ―sostienen los autores― no es lo que “administra” lo económico, lo cultural, lo social en definitiva. No es un derivado de “lo social”, sino que más bien lo crea.

El mundo de la política no es sólo el Estado, las instituciones, el parlamento, los partidos; no es eso que cotidianamente aparece en las secciones de “política” de los medios. Más bien lo político es la forma fundamental que adquiere la sociedad: la relación entre gobernantes y gobernados, la distinción entre lo privado y lo público, el régimen político, las percepciones y creencias dominantes, el sistema económico, las formas culturales y de ocio. Lo político es aquello que da lugar a todo esto que podríamos llamar el orden social y sus actores principales.

Y, otra vez contra la visión de la izquierda y de la derecha tradicionales, este orden general se crea a través de la lucha por el sentido de los “acontecimientos”, afirman Mouffe y Errejón. Las cosas no tienen un sentido propio, inherente, que tenemos que “descubrir” (“la historia es la lucha de clases”; el hombre es egoísta y busca su beneficio privado), sino que dependen del sentido que les demos: no son nada hasta que les damos un significado. ¿Qué ha ocurrido en España en estos últimos años? ¿Una “crisis”, como afirman algunos, o una “estafa”, como dicen otros? Estamos ante un “hecho” que todos reconocemos pero sin ponernos de acuerdo sobre su significado. Y, por lo tanto, sobre su diagnóstico y su solución. Estamos, ni más ni menos, ante lo político: el debate sobre la construcción y el sentido de la realidad. Debate que no se cierra con la verdad, y no porque haya pasiones sectarias de poder, sino porque estos acontecimientos no admiten una verdad. Esto expresa el pluralismo democrático, y por ello la democracia es ―para Mouffe― agonismo o consenso conflictivo: un acuerdo sobre las normas que nos permiten discutir y sostener proyectos políticos opuestos.

Esta visión antiesencialista de lo político y de la democracia explica el título del libro: el pueblo no es algo dado en lo social, ni es un dato demográfico, sino algo a construir por lo político. Preguntarse quién es el pueblo es interrogarse quién es el protagonista de la democracia (¿quién tiene derecho a imaginar, ser escuchado, decidir?; ¿quién tiene palabra, quién emite ruidos?; ¿cuáles son los problemas de todos?)  y por eso quien lo define construye su hegemonía. Hegemonía no es imposición, sino la perspectiva particular ―todas lo son― que contingentemente se vuelve general. Los autores proponen un pueblo, una voluntad colectiva basada en los valores de igualdad y libertad efectivas para todos, contra el neoliberalismo y despolitización dominantes, y por eso implica radicalizar la democracia.

Este libro es interesante porque se puede leer de muchas maneras: para saber más sobre Podemos, sobre el agonismo, el postmarxismo ―reflexión que tiene en Estrategia y Hegemonía Socialista, escrito por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en 1985 el texto seminal―, sobre la historia reciente de la democracia española, el populismo, y sobre todo esto a la vez. En este sentido, el libro es una gran incitación a seguir leyendo y, a la vez, a discutir de política, es hábito olvidado en España.

Sin pretender reducir la lucha política a debate intelectual, sería deseable que todos los partidos o actores que luchan por el poder político presentaran sus razones y motivos como lo hace este libro. Porque quizá sea ese empobrecimiento del debate público lo que vuelve protagonistas a los expertos en el cálculo de poder inmediato, a los que saben a quién sacar y a quién poner, pero no imaginar un país: a los puros políticos de poder, como los llamaba Weber, que incumplen la cualidad fundamental del político cabal: colocar la causa, sus valores, por encima de sí mismo, y por ello están dispuestos a asumir en primera persona la responsabilidad por las consecuencias de sus decisiones.

Desde los diversos puntos de interés que pueden llevar a leerlo, discutamos este libro. Sobre todo, por pasión política, que es la pasión por los otros.

Hegemonía y radicalización de la política

Fragmento de Construir Pueblo con Íñigo Errejón y Chantal Mouffe

Chantal Mouffe: Cuando uno vota, sentir que eso puede contribuir a un cambio y que su voto va a crear una real diferencia me parece fundamental. Es interesante porque en el actual modelo de postpolítica consensual al centro se elimina lo que en política es una cosa constitutiva: su carácter partisano. Como lo hemos visto, para pertenecer a un «nosotros» se necesita que haya un «ellos» y en el campo de la política democrática eso significa que ese «ellos» sea un adversario. Creo que una de las razones por las cuales en muchos países hay cada vez menos gente que se interese por la política, con el aumento constante de la abstención, es que la diferencia entre centro derecha y centro izquierda es tan mínima que no sienten que haya algo que esté realmente en juego. Me acuerdo cuando en 2002 en Francia hubo esa famosa elección donde Jospin, candidato socialista, fue eliminado en la primera vuelta por Jean-Marie Le Pen. Hablando con mis estudiantes les decía en broma que la diferencia entre Jospin y Chirac era como entre Coca-cola y Pepsi-cola. Jospin, que por cierto es una persona muy decente, tuvo la mala idea de decir en la campaña contra Chirac: «Yo no soy socialista». La mayoría de mis amigos me dijeron que no iban a votar por Jospin en la primera vuelta, solo en la segunda. La gente no se movilizó por Jospin porque no había pasión. Y de ese modo pasó Le Pen a la segunda vuelta dejando fuera a los socialistas.

Íñigo Errejón: Porque no hay nada sustancial en disputa. Las decisiones fundamentales se toman en esferas muy alejadas de la capacidad de control ciudadano y por poderes no electos. Los representantes, por su parte, cada vez se parecen más entre sí y menos a sus representados. En ausencia de confrontación de ideas y proyectos, la democracia languidece y crecen la renuncia, la desafección, la crisis de representación y la ocupación de las instituciones por poderes de minorías poderosas.

Chantal Mouffe: Por supuesto, lo que necesita la política es que algo sustancial esté en juego y que los ciudadanos tengan la posibilidad de escoger entre proyectos claramente distintos.

Íñigo Errejón: En mi opinión, en las situaciones de estrechamiento «postpolítico» de la democracia, el grueso de las decisiones se está tomando en ámbitos que quedan fuera de la soberanía popular. Y sobre lo que decide la soberanía popular, la democracia, es sobre alternativas que son más bien variantes de un mismo consenso. Eso no puede marcar una diferencia real en la vida de los ciudadanos ni por supuesto despierta ningún tipo de pasión. Es normal, pues, que la gente abandone la política a los «expertos» o a las grandes maquinarias.

Chantal Mouffe: Claro, por eso es que en muchos países la gente no está interesada en la política. Una consecuencia de esto es el desarrollo del populismo de derecha. Hay que reconocer que los populistas de derecha, como es el caso actual de Marine Le Pen en Francia, entienden mucho mejor la naturaleza de la lucha política que la mayor parte de los partidos progresistas. Por ejemplo, ellos entienden la formación de identidades colectivas y que la política consiste en construir un «nosotros». También entienden el papel de los afectos colectivos —lo que yo llamo las pasiones— en la construcción de un «nosotros», así como la importancia de los símbolos y la necesidad de ofrecer una alternativa. Evidentemente la alternativa que ofrecen no es solamente completamente ilusoria sino también inaceptable para los progresistas. El problema es que los partidos de izquierda creen que solo se pueden utilizar llamados a la razón porque eso de movilizar las pasiones es lo que hace la derecha «fascista».

Íñigo Errejón: Claro, aquí eso pasa mucho. Especialmente para los sectores liberales que se dicen progresistas, toda pasión colectiva conlleva el germen del totalitarismo, lo cual es una forma de renuncia a cualquier ideal compartido de postular el tiempo plano del fin de la historia y por tanto de la posibilidad de cambiar lo injusto. Para estos sectores movilizar la pasión con algún tipo de identificación afectiva sería algo potencialmente totalitario porque la libertad contemporánea y madura estribaría en individuos solitarios que deciden asépticamente, a ser posible no en la calle, sino desde el sofá de casa. Estos sectores han visto horrorizados nuestro énfasis en recuperar los afectos en la política y el goce de compartir identificación. Lo que dices de los populismos reaccionarios o populismos de derecha me parece muy interesante, no solo por el fenómeno en sí, sino por lo que revela de lo que se está moviendo y de las posibilidades que se abren en nuestras sociedades y de quién va a ocupar ese espacio si no lo ocupan fuerzas democráticas. Por una parte yo creo que los populismos reaccionarios han sido capaces de recuperar la idea-fuerza de comunidad, de que hay que construir una comunidad en un momento en el que hay más incertidumbre, más precariedad, más miedo, más inseguridad hacia el mañana, reconstruir una «idea-fuerza» de comunidad, que una fantasía liberal-conservadora descartó demasiado pronto.

Chantal Mouffe: Además no les fue difícil recuperar esa idea de comunidad, dado que los teóricos de la tercera vía han declarado que las identidades colectivas se han vuelto obsoletas y que hemos entrado en la era del individualismo.

Íñigo Errejón: Por otra parte está la cuestión del discurso políticamente incorrecto. La posibilidad de un discurso antiestablishment que haga frente a las élites, a sus costumbres y a sus palabras y que lo haga sin reparos, y también sin reparos a ser atacado, es un valor en los momentos de descomposición de las lealtades tradicionales. La audacia, incluso si conlleva que el adversario te ataque más o te dé más duro, es un valor. Y es un valor que si las fuerzas democráticas o progresistas no asumen, lo va a asumir claramente la ultraderecha.

En nuestro caso nacimos impugnando, con humildad pero también con osadía, una cierta pusilanimidad de la izquierda existente, que parecía haber olvidado que la democracia y la conquista de derechos exigen valor para restaurar el respeto por los de abajo, y que eso puede obligar a escoger posiciones y perder la sonrisa o la palmada en el hombro de los privilegiados. Cuando un orden es injusto, hay que atreverse a nombrarlo y a desafiarlo. Nosotros lo hemos hecho y lo estamos pagando, la reacción del conjunto de sectores que defienden el statu quo está siendo feroz. Quizás la diferencia entre las diferentes formas de construir identidades populares sea fundamentalmente esta: quién es el adversario, con quién confrontas.

Chantal Mouffe: El discurso antiestablishment puede ser articulado de varias maneras y por eso es muy importante no abandonarlo a las fuerzas de derecha. En el caso de Grecia es evidente que si no hubiera existido Syriza, el partido neonazi Amanecer Dorado tendría mejores resultados que los que tiene ahora.

Íñigo Errejón: Claro, y ahí siempre está la discusión de ¿cómo se combate a los populismos de derecha? Hay una idea entre las fuerzas de izquierdas que es muy equivocada, que entiende que si se hace un discurso similar —en el sentido de «popular»— se les está ayudando, allanando el camino. Cuando en realidad yo creo que lo que les ayuda es dejarles todo ese terreno de los afectos colectivos libre para ellos; así como otro terreno clave, que es el de la hegemonización de la identificación nacional. Es un error regalarle a las fuerzas más reaccionarias la posibilidad de representar ellos una idea de país, un proyecto de patria fuerte construida contra los más débiles, contra los que vienen de afuera, contra las naciones minoritarias o en forma chauvinista en vez de reconstruir una idea cívica, popular y democrática de país, con instituciones sólidas y garantistas, solidario e incluyente. Un patriotismo democrático, progresista y popular.

Chantal Mouffe: Encuentro que es un problema real que en la izquierda haya generalmente una actitud muy negativa respecto de la idea misma del patriotismo como si solo pudiera manifestarse bajo formas reaccionarias.

Íñigo Errejón: La pelea por la hegemonización, por la identificación nacional, me parece que es clave. Otra idea importante es cómo la ultraderecha, que no es clasista, es decir, que no basa su política en las clases sociales, ha sido capaz de interpelar a sectores más diversos y construir potencialmente bloques nacional-populares más amplios.

Chantal Mouffe: Ellos son los gramscianos realmente.

Íñigo Errejón: Gramscianos de derechas.

Chantal Mouffe: Sí, absolutamente. Desgraciadamente ellos han entendido a Gramsci mejor que muchos sectores de la izquierda. Me acuerdo de que antes de escribir Hegemonía y estrategia socialista, cuando publiqué mi primer artículo sobre Gramsci, donde trataba de defender una lectura no economicista de su concepto de hegemonía, mi interpretación fue criticada por marxistas como Perry Anderson. Dio la casualidad de que estábamos juntos dando seminarios en el CENDES en Caracas y que tanto Anderson como yo hablábamos de Gramsci. Los estudiantes estaban bastante perplejos porque proponíamos lecturas divergentes. En la misma época en Francia la «Nueva Derecha», un grupo intelectual dirigido por Alain de Benoit, organizó un coloquio para promover un «gramscismo de derecha», insistiendo sobre la importancia de la lucha por la hegemonía. La izquierda por su parte no podía entender la naturaleza de esa lucha porque interpretaba la hegemonía en términos de imposición de la ideología dominante. Me temo que el aporte de Gramsci todavía no haya sido realmente asimilado por la izquierda.

Público.es.

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