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Crónica sobre el Paro Nacional del 17 de marzo: el lunar del último minuto, ¿quién lo marca?

Por Helda Martínez C.   
 
En las últimas horas he dicho y escrito una y otra vez: la marcha del jueves 17 de marzo, fue una marcha linda. Llena de música, de juventud, de estudiantes de bachillerato y universidades públicas y privadas; de gente adulta que mantiene (mantenemos) la esperanza de un mejor país.
 
A las 2:30 de la tarde la Plaza de Bolívar estaba llena sólo a la mitad. Pero los tambores, las consignas, las manos que aplaudían y millones de pies, avanzaban entre saltos y danzas hasta el llamado corazón de Bogotá. Caminando varios kilómetros, desde lejos, como por ejemplo, la autopista sur en la frontera capitalina con Soacha.

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Por Helda Martínez C.   
 
En las últimas horas he dicho y escrito una y otra vez: la marcha del jueves 17 de marzo, fue una marcha linda. Llena de música, de juventud, de estudiantes de bachillerato y universidades públicas y privadas; de gente adulta que mantiene (mantenemos) la esperanza de un mejor país.
 
A las 2:30 de la tarde la Plaza de Bolívar estaba llena sólo a la mitad. Pero los tambores, las consignas, las manos que aplaudían y millones de pies, avanzaban entre saltos y danzas hasta el llamado corazón de Bogotá. Caminando varios kilómetros, desde lejos, como por ejemplo, la autopista sur en la frontera capitalina con Soacha.

Avanzaban hacia el corazón acordonado desde la tarde anterior. Un corazón aprisionado entre el parlamento, la presidencia, la alcaldía, el edificio de la Corte Suprema de Justicia y la catedral que forman el marco de la plaza: imborrable herencia española. 
 
Hoy, insistentes en liberar las cadenas, los marchantes avanzaban. Y todo fue lindo, reitero. Vi a cientos de chicos en los 15, 16, 17…, llamando a la casa para decir que estaban bien. Los escuché diciendo a sus papás que sí, que ya pronto retornaban, que llamaban de nuevo en un ratico.
 
Vi a varios de los “pelaos”, comiendo y compartiendo en loncheras plásticas el almuerzo del día.
 
Porque entre los motivos que los llevaron a caminar fue pedir una mejora en los salarios y en los subsidios: sueldos justos, que en cambio de aumentar cada año la inequidad, la disminuya.
 
Caminaron por una salud que sane, por una educación que eduque, por la justicia, por el cumplimiento de los derechos humanos, desconocidos cada día, cada hora, cada minuto, en Colombia.
 
Caminaron pidiendo quince puntos que el gobierno -con certeza casi total- pateará una vez más.
 
Poco antes de las cuatro de la tarde y luego de estar la Plaza de Bolívar con lleno total, muchos iniciaron el retorno.

Otros se mantuvieron bajo el sonido de tambores y pocos, muy pocos, empezaron a cubrirse el rostro, a sacar los aerosoles, a fumar marihuana, a dañar con evidente rabia las latas de cerveza.
 
Frustraciones acumuladas, necesidad de ser alguien, de hacer algo, con el efecto de la “bareta” con cerveza o qué se yo, cuántos motivos, los llevaron a lanzar la primera “papa” a un grupo de policías apostados en la esquina del Palacio de Justicia.
 
Enseguida hubo fuego. Y en los videos se ve a los hombres asustados. Si. A los policías. Ellos también son víctimas de un sistema que no les da nada distinto de la posibilidad de ser policías. Ellos que no pueden ir a la universidad. Ellos, que sufren vejámenes estilo Ányelo. Ellos, a quienes en más de una ocasión les lavan el cerebro, y digo yo: “con límpido, que es tan difícil de quitar”.
 
Entonces ahí inició el desorden. Escuché a los líderes pedir, desde la tarima, conservar la calma. “Terminemos esto bien”, dijeron una y otra vez. “Calma, por favor, calma” insistían mientras los tambores dejaban escuchar melodías latinoamericanas.
 
Supe también que algunos jóvenes intentaron interponerse entre los furiosos manifestantes y los policías. Pero muy rápidamente los hombres de negro que integran el Esmad, y a quienes coloquialmente identificamos como “robocot”, bajaron de la carrera sexta con calle 11, las tanquetas avanzaron y ahí si… a correr se dijo.
 
A correr pensando quiénes son de verdad los que imponen el desorden. Quiénes son, y por qué, marcan la huida en el último minuto.
 
La marcha terminó. En ese momento, apostada frente a la Cancillería, vi cómo los estudiantes, los mayores, los turistas, las mujeres con sus niños, las mujeres indígenas corrían con miedo. Con un miedo que seguro les recordó el que sintieron cuando salieron de los territorios que un día fueron suyos, y que también les han robado.
 
Vi a la anciana que no sabía qué hacer con su carrito de obleas frente al teatro Colón; y a tres chicos que lo cargaron para ayudarla a salir de la humareda que dejó el excesivo gas expuesto.
 
Más tarde me enteré por las noticias que los chorros de agua no faltaron. Y que hubo heridos y detenidos. Todo, en un lapso no mayor a quince minutos.
 
Más tarde también confirmaría que los medios en su mayoría destacaron esos últimos quince minutos, opacando varias horas de una marcha amorosa. Porque fue, una marcha amorosa.

Fotos: Helda Martínez C.

Bogotá.

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