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La marcha de Clara López

Por Alfredo Molano Jimeno / El Espectador  

Fue concejal, contralora de Bogotá, auditora general de la República, secretaria de Gobierno de Samuel Moreno y alcaldesa (e) de la capital. Quiere ser la primera mujer presidenta de Colombia y para eso se ha preparado toda su vida.

El presidente Juan Manuel Santos ha dicho que al terminar su gobierno podría ser llamado “traidor de su clase”, a la usanza del expresidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt. Pero para Clara López Obregón, esa es una vieja acusación que la define. Las familias de estos dos bogotanos están trenzadas históricamente en las genealogías del poder en Colombia.

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Por Alfredo Molano Jimeno / El Espectador  

Fue concejal, contralora de Bogotá, auditora general de la República, secretaria de Gobierno de Samuel Moreno y alcaldesa (e) de la capital. Quiere ser la primera mujer presidenta de Colombia y para eso se ha preparado toda su vida.

El presidente Juan Manuel Santos ha dicho que al terminar su gobierno podría ser llamado “traidor de su clase”, a la usanza del expresidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt. Pero para Clara López Obregón, esa es una vieja acusación que la define. Las familias de estos dos bogotanos están trenzadas históricamente en las genealogías del poder en Colombia.

Y aunque en otros tiempos sus ancestros jugaron en el mismo equipo político, hoy se enfrentan por la Presidencia de la República.

En una carta de 2002 a su primo Juan Manuel López, Clara le escribió: “Hace unas semanas, cuando me encontraba en Bogotá de visita, conversando como ‘oveja negra de la familia’, me preguntaste si yo era comunista. ¿Qué significa ser comunista en nuestro medio? Por ‘nuestro medio’ me refiero al sector social en que nacimos y crecimos. La Cabrera real y la fabulada de los elegidos de entonces y de ahora. Ese mundo feliz de casas grandes, cabalgatas en las haciendas, buenos modales, conversación, educación esmerada, en lo posible en el exterior, preferiblemente en los Estados Unidos y definitivamente en inglés. Esa consciente esfera de poder económico y político predestinada a gobernar una nación —al decir de Bushnell— a pesar de sí misma”.

La carta ha circulado ampliamente por internet y sin duda ilustra, mejor que cualquier perfil, el carácter de esta mujer de 64 años recién cumplidos. “La sobrinita pálida”, como le decía Lucas Caballero Calderón, Klim, a la joven voluntariosa y atractiva que recién se había graduado de economía en la Universidad de Harvard y con 24 años regresaba a Colombia para trabajar en el gobierno de su tío, el expresidente Alfonso López Michelsen, que la nombró secretaria económica de la Revolución en Marcha.

“Ya no contestaré si soy o no comunista. Ese no es el problema, pues claramente no lo soy ni lo he sido. Me preguntaré, en vez, ¿por qué me consideran comunista? Para comprender qué entienden mis congéneres por comunista tengo que realizar un viaje hacia el interior de mí misma y medir mis convicciones, mi accionar y mis ilusiones, contra los principios y valores que nos fueron inculcados en nuestra cuna común. No hay más confesión que la propia conducta”, le contestó en aquella misiva a su primo Juan Manuel, precisamente hijo de López Michelsen, su mentor.

Pero en realidad, quienes la conocen de cerca saben que su inspiración política es su tío-abuelo, el dos veces presidente Alfonso López Pumarejo, el que sembró en Colombia el único intento de reforma agraria. Un tema que la obsesiona, hasta el punto de que fue su tesis de grado, que dicho sea de paso le fue laureada, para orgullo de su padre, Álvaro López Holguín, quien definitivamente jugó un papel definitivo en el carácter de la candidata presidencial del Polo Democrático.
“Sin falsa modestia, creo que he recibido la mejor educación posible. En casa aprendí desde siempre a tomar mis propias decisiones y a vivir y a responder por ellas. Allí no se usaban las prohibiciones sino las discusiones. Papá enseñaba valores con el ejemplo, ilustraba con historias y nos dedicaba mucho, pero mucho tiempo, con paciencia y ternura. Mamá era toda templanza, libertad, temeridad y compromiso, silenciosamente atenta a las necesidades y querencia de los demás. De ellos no aprendí a obedecer sino a cuestionar”, dice Clara en su explicación a su primo Juan Manuel.

Su padre era abogado, académico y gran maestro masón. Ella era la luz de sus ojos, la consentida, la única niña entre tres hermanos. Pero una cirugía desafortunada precipitó su muerte a la edad de 56 años. Su madre, Cecilia Obregón Rocha, también era de una familia tradicional y adinerada de Bogotá. También fue una rebelde en su tiempo: estudió filosofía, era profundamente religiosa y tenía un marcado sentido del servicio social. Murió casi dos décadas después de su esposo por un tumor en el cerebro.

“Mi educación anglosajona, primero en Bogotá y después en Estados Unidos, me imprimió una sana dosis de igualitarismo, ausente en mi formación temprana. Ese respeto de los norteamericanos por el propio esfuerzo y por la cooperación de los demás que tanto cautivó a Alexis de Tocqueville, y en el cual se finca la idea democrática. Los internados, aún los más benévolos como el que me correspondió, también enseñan disciplina y capacidad para aguantar la soledad con buena cara”, añade en su carta al primo Juan Manuel.

Como contó la periodista María Paulina Ortiz, sus hermanos la recuerdan adoptando perros y gatos. Lo que habla de un agudo sentido maternal. Pero, paradójicamente, la vida no le permitió tener hijos, algo que aprendió a compensar entregándoles todo su cariño a dos niños de la calle que apadrinó, apoyándolos con educación y económicamente, y a los cuatro hijos de su esposo, el dirigente comunista Carlos Romero.

“Viví a fondo la rebelión juvenil de los 60 en su vertiente política. Participé activamente en el movimiento contra la guerra de Vietnam. Pertenecí a la organización de

la huelga que cerró a Harvard durante la primavera de 1969. En nuestro pliego figuraba, al lado de la expulsión del programa de entrenamiento militar de la universidad, la desinversión del inmenso patrimonio de empresas del régimen del apartheid en Sudáfrica, la libertad de Nelson Mandela y la igualdad de salarios entre mujeres y hombres, blancos y negros, en las cocinas y comedores estudiantiles. Ganamos los primeros dos, el tercero finalmente llegó y el cuarto, esa utopía de acceso a igual libertad y dignidad, todavía espera no en las cocinas de Harvard, sino en las nuestras, en nuestra Colombia, en nuestra patria grande americana”, se lee en la citada carta.

En 1980, de la mano del Nuevo Liberalismo que dirigía el inmolado candidato presidencial Luis Carlos Galán, fue elegida contralora de Bogotá y dos años después concejal distrital. Fue allí donde conoció a Carlos Romero, quien había sido elegido por el Partido Comunista. “Ella hacía sus primero pinos en materia de política y ya se veía que teníamos coincidencia alrededor de los problemas sociales y de la defensa de los sectores populares más golpeados. Mi primera impresión fue ver una mujer que provenía de una familia tan destacada. Con cuatro expresidentes en su familia, expresaba su solidaridad con los concejales de la Unión Patriótica y nos ayudaba a combatir a sectores de derecha del liberalismo, como Hernando Durán Dussán. Sin embargo, al principio tuvimos fuertes discusiones”, cuenta Romero.

“A papá le habían ido con el cuento de que yo era comunista y me cuentan que contestó: ‘No, ella no es comunista. Está comunista’. El inquisidor pudo pensar que se refería al cuento simplón según el cual quien no es comunista a los 20 años no tiene corazón, y quien continúa siéndolo después de los 30 no tiene cabeza. No sé por qué el deseo de cambio tiene que tratarse como una enfermedad pasajera. Papá no pensaba así. Su discurso como gran maestro en la Gran Logia de Colombia, cuando Allende visitó Colombia ya siendo presidente, me inclina a pensar que buscaba protegerme y no que previera una previsible claudicación por parte mía”, le declaró Clara a su primo.

Una confesión que no desentona con las virtudes que le asignan sus compañeros del Polo Democrático. “Clara hizo parte de los procesos de alianza entre el Partido Comunista y la UP. Una persona que a pesar de situaciones muy adversas, del momento en que se afrontaba el genocidio y las persecuciones, que hacían que muchos sectores temieran siquiera acercarse a esa alternativa política, asumió esas responsabilidades. Es una mujer que tiene personalidad política. Asume posiciones y las defiende. Muchas de esas posiciones han sido fundamentales para país. Fue ella la que denunció a los congresistas de la parapolítica ante la Corte Suprema y la aparición de los falsos positivos de Soacha”, dice el recién elegido senador Iván Cepeda.

“A mí siempre me transmitió (se refiere a su padre) la seguridad de que las cosas grandes se hacen con compromisos grandes, persistentes, renovados, y con la creencia de que si bien el camino estaría marcado por censuras y profundos sinsabores, el cambio es posible y necesario. Esa convicción era y es parte de ser señalado como comunista en nuestro medio, y viene acompañada de tener que ver ensancharse cada vez más la grieta ya abierta entre los afectos y las convicciones, no por los dictados de la conciencia, sino por el retiro de los afectos”, continúa Clara en la carta a su primo.

Su relación con Carlos Romero ha sido uno de los flancos por los que la atacan. En su familia cayó mal que andara con un comunista pobre, preferían verla con el riquísimo canadiense con el que muy joven contrajo matrimonio, o con el joven promisorio director de la Aerocivil, Álvaro Uribe, de quien fue fugaz novia. Pero en esto también se rebeló. Se casó con Carlos Romero. Se fueron al exilio juntos a Venezuela y regresaron en 2003, cuando fue elegida auditora general de la República por el Consejo de Estado.

“Aún hoy, un cuarto de siglo después, sigo convencida de que esa revolución pendiente de redención de los pobres y de inclusión social no solamente puede, sino que debe hacerse con la ley en la mano desde el gobierno. Es esa la razón de mi militancia política. Es, tal vez, la razón por la que se me considera comunista. Como ves, no me hice de izquierda por mi unión con Carlos Romero. Simplemente reconocí en él los valores que siempre me han inspirado y por eso pude unir mi vida a la suya”, concluye la carta a Juan Manuel López.

En 2005 participó de los acuerdos que le dieron vida al Polo Democrático. En 2008 llegó a la Secretaría de Gobierno del destituido alcalde de Bogotá Samuel Moreno. Episodio por el que ha sido constantemente cuestionada y al que siempre ha respondido con contundencia. Los Moreno Rojas, Samuel e Iván, son hijos de una de sus grandes amigas, María Eugenia Rojas, hija del general Rojas Pinilla, y tal vez por eso ha evitado participar del linchamiento público de que fueron objeto cuando se probó su participación en el descalabro de las finanzas de la capital. Tras la destitución de Moreno, el presidente Santos la eligió alcaldesa encargada. Mandato que cumplió con solvencia y le dejó una aprobación del 78%.

“Los que nos quedamos en el Polo hemos tenido la responsabilidad de sacar adelante este proyecto, pero ella con especial rigor. Hace un par de años por el Polo nadie daba nada, hoy es la principal organización de la izquierda democrática y en eso ella ha sido muy importante. Es una persona que en estos años ha demostrado estar convencida del proyecto histórico que representa el partido. Es organizada, disciplinada, está en la letra menuda, pero también en las cosas importantes. Tiene una mirada de estadista”, expresa el senador Jorge Robledo, el más votado en el país en las pasadas elecciones.

Hoy Clara López Obregón, miembro de la más encumbrada alcurnia colombiana, quiere ser la primera presidenta del país. Sus títulos profesionales la avalan como una de las candidatas más preparadas. Su huella histórica la presenta como una figura de izquierda sin medias tintas y su serenidad y contundencia dan cuenta de una mujer que sabe conducir en la adversidad, aun cuando quienes la critican piensen que su peor defecto es que pierde la paciencia y se vuelve autoritaria. “No dudo que ella va ser la quinta presidenta de la familia López”, concluye con ojos enamorados Carlos Romero, quien se ha mantenido al cuidado del perro y los cuatro gatos mientras su esposa hace campaña.

Siempre ligada a Bogotá

La vida política de Clara López ha estado ligada a la capital de la República. En 1980, poco tiempo después de regresar de Estados Unidos, fue elegida por el Concejo de Bogotá como contralora distrital. Dos años más tarde salió elegida concejal por el Nuevo Liberalismo. Estuvo dos períodos y allí encontró a Carlos Romero, su actual esposo.

Durante la alcaldía de Samuel Moreno, destituido y condenado por corrupción, fue su secretaria de Gobierno. Renunció en 2010 para ser la fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro, pero al ser destituido Moreno Rojas fue elegida por el presidente Juan Manuel Santos como alcaldesa (e). Estuvo seis meses en el Palacio Liévano y su gestión fue ampliamente aceptada por los bogotanos.

Las propuestas de campaña

En materia de salud, Clara López propone una reforma a fondo del sistema con eliminación de las EPS y de la intermediación financiera, así como una ‘pensión ciudadana’ para que las personas de la tercera edad subsidien sus tratamientos. En empleo, dice que se necesita generar nuevos trabajos mediante estímulos a la industria nacional. En educación, señala que asegurará la gratuidad en todos los niveles y destinaría mayor presupuesto para mejorar las condiciones laborales de los docentes. Y frente a la paz, asegura que continuará el proceso de paz de La Habana y hará las reformas sociales que necesita el posconflicto.

El Espectador, Bogotá.

 

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