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Nacional

La violencia

Por Rodrigo Borja   

Los brutales episodios de violencia que se dan alrededor del mundo —como aquellos secuestros masivos de “Boko Haram” o los degollamientos del “Estado Islámico”, entre tantos otros— evidencian que el hombre es un ser esencialmente agresivo. Lo ha demostrado a lo largo de la historia. Con excepción de ciertos roedores, ningún otro vertebrado suele destruir a miembros de su propia especie ni se complace en ejercer crueldad sobre sus semejantes.

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Por Rodrigo Borja   

Los brutales episodios de violencia que se dan alrededor del mundo —como aquellos secuestros masivos de “Boko Haram” o los degollamientos del “Estado Islámico”, entre tantos otros— evidencian que el hombre es un ser esencialmente agresivo. Lo ha demostrado a lo largo de la historia. Con excepción de ciertos roedores, ningún otro vertebrado suele destruir a miembros de su propia especie ni se complace en ejercer crueldad sobre sus semejantes.

Esto es desconcertante. La necesidad de enemigos parece ser una demanda psicológica del ser humano. No puede vivir sin ellos. El espacio vacío del enemigo de ayer es ocupado por el enemigo de hoy. Y la vida no tiene remanso.

Recuerdo que a mediados de noviembre del 2009 se capturó en Lima la banda criminal “Los Pishtacos del Huallaga”, que decapitó a cerca de doscientas personas en las regiones andinas de Huánuco y Pasco en el Perú para extraer la grasa de sus cuerpos y venderla a empresas europeas fabricantes de cosméticos.

A tales extremos llega la crueldad humana. Pero nos damos el lujo de usar nombres de animales para insultar a los demás y solemos calificar como “brutal” o “bestial” un comportamiento humano extremadamente cruel, sin percatarnos que los animales inferiores en la escala zoológica tienen conductas mucho menos despiadadas.

Sarcásticamente, los actos brutales o bestiales nacen de los hombres y no de los animales.

De todos los seres que pisan la tierra, el hombre es el más desalmado en sus odios y venganzas, en sus emulaciones y rivalidades, en sus ansias de poder y de riqueza. Su violencia se manifiesta en las relaciones interpersonales, la política, la guerra, el trato con los animales, la vinculación con el medio ambiente. Afirmó Jawaharlal Nehru, en su libro autobiográfico, que a la violencia le correspondió un dilatado papel en la historia de la humanidad y que la paz es sólo una tregua entre dos guerras.

Dilatadamente ha vivido la humanidad bajo la “cultura de la guerra”, según la precisa expresión que escuché a Federico Mayor, director general de la UNESCO. Nuestra civilización, por desgracia, se ha basado por siglos en la violencia: desde la violencia lúdica que se expresa en las competencias deportivas —que en el fondo tiene también inconscientes motivaciones agresivas— hasta la violencia necrófila de ciertos psicópatas que han alcanzado posiciones de mando político, militar o religioso a lo largo de la historia.

Latinoamérica es la región más violenta del planeta, con un promedio de 23 asesinatos anuales por cada cien mil habitantes. Aunque tiene el 9% de la población mundial suma el 27% de los homicidios a escala global. Pero sin duda hay también un anhelo de paz en amplios sectores de nuestros pueblos, no siempre compartido por sus gobernantes y otros actores políticos. Paz entendida no solamente como el silencio de los fusiles sino también como justicia social, equidad, bienestar.

 

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