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Lección aprendida: paros en Colombia

Por José Arlex Arias Arias  

Pareciera que Colombia se despertara de un tremendo y largo letargo. Son casi dos décadas y media de la implementación de un modelo de desarrollo que hizo crisis hace varios años en el mundo, pero que con insistencia se sigue profundizando en este bello “vividero”. Lo peor es que no

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Por José Arlex Arias Arias  

Pareciera que Colombia se despertara de un tremendo y largo letargo. Son casi dos décadas y media de la implementación de un modelo de desarrollo que hizo crisis hace varios años en el mundo, pero que con insistencia se sigue profundizando en este bello “vividero”. Lo peor es que no

les importa llevarse por delante a todo el mundo. Lo único “bueno”, si me permiten el término figurado, es que quebraron a todos: empresarios y productores nacionales –pequeños, medianos y grandes– tanto de la ciudad como del campo; con ellos, el arrasamiento del aparato productivo y como consecuencia lógica, el desempleo estructural que empuja a un ejército de colombianos hacia la informalidad con salarios menos que indignos, pero censados por el DANE como generadores de empleo.  Eso sin comentar la conversión de los derechos fundamentales en filones de oro del sector privado. En términos generales, una ampliación de la brecha entre ricos muy opulentos y pobres muy miserables.

Eso que he calificado como “único bueno”, sucede porque al emprenderla contra todo el país –algo que realmente se puede calificar como una conspiración–, ha conllevado a una paulatina unificación de todos los damnificados, generando un fenómeno como de “primavera árabe” que comienza a manifestarse: se juntan las reclamaciones de todos los sectores por la defensa de sus intereses, que a su vez son las mismas reivindicaciones de la Nación, sintetizadas en su soberanía económica. No de otra manera se comprende la portentosa movilización y la más amplia solidaridad recibida por quienes con valentía salen a defender la salud y educación públicas, la seguridad alimentaria materializada en agricultura y ganadería, los intereses de indígenas y minorías étnicas, la industria y el transporte. Este último, y la población en general, vienen siendo afectados por una política de combustible que ha convertido a Colombia en uno de los países más caros del mundo en el precio de la gasolina.

Parece un chiste –por no decir que cinismo– ver al presidente Juan Manuel Santos –junto al equipo de neoconservadores– balbucear, tratando de salvar su reelección, que los manifestantes tienen razón; pero a renglón seguido les envía toda la descarga de las fuerzas militares como si se tratara de aplastar al peor de los enemigos, al tiempo que los califica de revoltosos –es el epíteto más suave de los recibidos– con el fin de justificar los actos de represión más violentos de la historia más reciente del país. Los medios de comunicación denunciaron atropellos contra decenas de periodistas, como el caso de “un grupo de policías que golpearon a puñetazos y bastones al periodista Oscar Montoya del canal Hora 13 Noticias cuando cubría las manifestaciones por el paro agrario en Medellín”. La Coordinación Nacional de Organizaciones y Movimientos Sociales y Políticos reiteró que cumplidos 16 días de manifestaciones, hay un saldo de nueve civiles muertos –algunos hablan de doce–, 303 heridos, 11 de ellos con armas de fuego, y 247 detenciones. Diversas organizaciones sociales y políticas reiteraron la solicitud al Presidente Santos en el sentido de conformar una Comisión de Esclarecimiento para determinar la verdad sobre las responsabilidades de los hechos denunciados de abusos del ESMAD. Son abundantes y documentadas las denuncias registradas por los medios de comunicación y las que circulan por las redes sociales, sobre el uso excesivo de la fuerza, las infiltraciones para cometer actos vandálicos y el decomiso y destrucción de víveres y alimentos de los protestantes. ¡Lección aprendida: el neoliberalismo solo se derrota en las calles!

arlexariasarias@hotmail.com

Cartagena, 9 de septiembre de 2013.

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