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Los 11 de Septiembre negros

Por Rodrigo Borja   

Nunca tuve el displacer de conocer personalmente a Pinochet pero nos cruzamos varias veces en los caminos de la política internacional. La más numerosa delegación extranjera a la ceremonia de mi asunción del mando en 1988 fue la de los exiliados chilenos en diversos países -el Chile peregrino-.

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Por Rodrigo Borja   

Nunca tuve el displacer de conocer personalmente a Pinochet pero nos cruzamos varias veces en los caminos de la política internacional. La más numerosa delegación extranjera a la ceremonia de mi asunción del mando en 1988 fue la de los exiliados chilenos en diversos países -el Chile peregrino-.

En 1990 el presidente electo Patricio Aylwin me invitó a su transmisión del mando. Le acepté gustoso, con una condición: que pisaré Chile después de que el dictador haya entregado el poder. Y así lo hice.

El avión tuvo que mantenerse más de una hora en el aire para poder cumplir mi anunciada decisión. Y me incorporé a los actos protocolarios solamente cuando el dictador se había ido a su casa.

Un día de marzo 92 me informó el Alto Mando militar que el exdictador -que en ese momento era comandante de las Fuerzas Armadas chilenas- volaba hacia Quito. Ordené que no se le permitiera aterrizar. Y llamé al presidente Aylwin para comunicarle la decisión. Pero me imploró telefónicamente que no lo hiciera porque podría poner en riesgo la recién reinaugurada democracia chilena. Me ablandaron sus argumentos. Se le permitió aterrizar pero bajo la orden de que llegara a la terminal común de pasajeros y que ningún oficial acudiese a recibirlo. El viajero con sus guardaespaldas probablemente debió tomar taxis para ir al hotel. Y lo declaramos “no bienvenido” al Ecuador.

Invitado por la Universidad de Chile a dar una conferencia, estuve en Santiago un 11 de septiembre, a los 20 años del derrocamiento y suicidio de Salvador Allende. Me invitaron a participar en una indignada manifestación callejera de condenación al 11 de septiembre -y eso que aún no se conocían las 128 millonarias cuentas secretas del dictador en bancos extranjeros- y doña Hortensia, esposa de Allende, me pidió que hablara en el acto de masas frente a su tumba. Mis palabras causaron inquietud entre los chilenos que me habían invitado a hablar. Me ofrecieron sus casas para que durmiera esa noche y no en el hotel por temor a una reacción de Pinochet. Pero me resultaba demasiado incómodo cambiarme de domicilio.

El noviembre 25/98 estuve en Santiago para presentar mi Enciclopedia. La fecha coincidió con el fallo de los jueces ingleses sobre Pinochet, apresado en Londres bajo acusación del juez español Baltasar Garzón. Gritos de júbilo estallaron en la sala: los jueces se pronunciaron contra Pinochet. Y sólo cuando los ánimos se calmaron pudimos iniciar la presentación del libro.

El otro “11 de septiembre negro” fue el de los monstruosos atentados contra las “torres gemelas” de Nueva York y el Pentágono de Washington en 2001. Aviones comerciales, secuestrados por comandos fundamentalistas islámicos de “al Qaeda”, fueron estrellados -para “la mayor gloria de Alá”- contra las “torres gemelas” y el Pentágono. Murieron 3.248 personas.

 

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