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Mercado, Estado e industrialización: ¿son incompatibles?
Por Mario Alejandro Valencia* / Razón Pública
A diferencia de lo que sostienen algunos economistas ortodoxos, el Estado juega un papel importante en el impulso y el fortalecimiento de la industria. Colombia debe aprender la lección y el Estado debe actuar de forma decidida para apoyar la deprimida industria nacional.
Mal negocio
En el libro Desarrollo como libertad, Amartya Sen afirma que “estar genéricamente en contra de los mercados sería casi tan raro como estar genéricamente en contra de las conversaciones
Por Mario Alejandro Valencia* / Razón Pública
A diferencia de lo que sostienen algunos economistas ortodoxos, el Estado juega un papel importante en el impulso y el fortalecimiento de la industria. Colombia debe aprender la lección y el Estado debe actuar de forma decidida para apoyar la deprimida industria nacional.
Mal negocio
En el libro Desarrollo como libertad, Amartya Sen afirma que “estar genéricamente en contra de los mercados sería casi tan raro como estar genéricamente en contra de las conversaciones
entre los individuos”. Tiene razón. Sin embargo, en Colombia un pequeño sector de la población ha impuesto un dogma sobre los tratados de libre comercio, que nada tiene que ver con la libertad de mercados.
No hay razón para entender que la libertad de mercados signifique malos negocios para las naciones. Y eso es justamente lo que son los TLC para Colombia. No se trata de una lucha ideológica entre libertarios e izquierda cavernícola, como ha querido mostrarse. Se trata simplemente de si estos tratados son buenos o malos negocios.
¿Cómo va la industria colombiana?
En las dos últimas décadas Colombia ha venido perdiendo lo relativamente poco que había conseguido en materia industrial. Este sector pasó de representar el 15 por ciento del PIB en 1994 al 12,6 por ciento en 2012. La mano de obra empleada en la industria se redujo de 13,3 a 11,9 por ciento en la última década.
Al mismo tiempo, la extracción de recursos naturales no renovables gana participación de manera acelerada. Un estudio reciente de Sergio Clavijo, Alejando Vera y Alejandro Fandiño muestra que en los últimos cinco años el sector minero-energético creció en promedio al 11,8 por ciento, mientras la economía lo hizo al 3.8 por ciento. Los autores anotan que el crecimiento a través de exportaciones de commodities, tipo enclave, provoca lo llamada “enfermedad holandesa”, que afecta la competitividad industrial.
Uno de los sectores más afectados es la industria automotriz. Es difícil encontrar una actividad que genere más encadenamientos, valor agregado y trabajo de calidad. Pero, contrario a lo que ocurre en Japón, Alemania o Estados Unidos, en Colombia el sector ha tenido que desarrollarse a pesar de las políticas estatales. Alrededor de las labores de ensamblaje se ha construido una industria de partes, piezas y accesorios que genera unos 25.000 empleos formales. Entre 2007 y 2012 las exportaciones de vehículos cayeron a la mitad, mientras las importaciones se multiplicaron por dos [1]. Solo en el último año se perdieron más de 1.800 empleos. Estos son trabajos que se desplazan a servicios como los call centers, de los cuales el ministro Cárdenas se siente muy orgulloso; sin embargo, la calidad de estos empleos no son comparable a los del sector industrial.
Para empeorar la situación, hace unas semanas se supo que dos importantes empresas se van del país: la Compañía Colombiana Automotriz (CCA) y Chaidneme. Fabio Sánchez, presidente de la CCA, explicó por qué están obligados a cerrar y sacrificar más de 500 empleos directos y 2.000 indirectos: “Hemos tenido un diálogo permanente con el gobierno y está perfectamente enterado de esta situación. Sin embargo, en mi opinión, parece que el gobierno ya decidió el modelo de desarrollo que quiere seguir. Hay una apertura total, todos los días se firman más tratados de libre comercio, que permiten el acceso de muchísimas marcas y en ese sentido la afectación sobre la industria nacional sí es inevitable” [2].
Estado e industria
Es absurdo oponerse a tener relaciones con otros países, inclusive con aquellos que son potencia económica. Pero es torpe sostener que cualquier tipo de relación internacional es provechosa.
Hay factores comunes que permiten a algunos países garantizar una mejor calidad de vida para sus habitantes, superando la pobreza y el atraso tecnológico. Uno de estos factores es la industria. La producción fabril ha sido la causa principal de la riqueza de las naciones durante los últimos dos siglos y medio.
A lo largo del complejo proceso de industrialización, el Estado ha jugado un papel fundamental. Para el economista Rodrik, en Estados Unidos la política industrial dirigida por el gobierno se ha utilizado más que en cualquier otra parte. Internet, quizás el invento más importante de nuestra época, fue un proyecto del Departamento de Defensa iniciado en 1969. En palabras de Dani Rodrik, “el gobierno federal de Estados Unidos es la empresa capitalista más grande del mundo, de lejos”.
Probablemente el mejor ejemplo para Colombia sea el de Corea del Sur. Como explica Kwam S. Kim [3], Corea en pocas décadas pasó de ser un país pobre y en caos a ser el quinto productor de automóviles y el primer exportador de pantallas LCD del mundo. En este éxito -que no fue un milagro- hubo una acción deliberada del gobierno para promover el desarrollo industrial. El Estado lo apoyó con políticas macroeconómicas y sectoriales, control del tipo de cambio y la tasa de interés, subsidios financieros, aranceles diferenciados, incentivos tributarios, inversión pública en infraestructura e investigación. Incluso se obligó a la inversión extranjera a asociarse con empresas locales y en determinados momentos se prohibió la importación de bienes, según los intereses locales.
Quienes defienden el tipo de relación económica de los TLC alegan que esto fue posible en otra época, pero que en el mundo globalizado actual no es realista pensar que una nación pueda proteger su economía. Pues bien, gobiernos y organismos multilaterales coinciden en creer que el crecimiento se logra con intervenciones decididas a favor de la industria:
· En Estados Unidos, Obama destinó más de US$ 40.000 millones para evitar la quiebra de General Motors y salvar más de un millón de empleos norteamericanos.
· El Banco Mundial admite que deben adoptarse políticas industriales para acelerar el cambio estructural en los países en desarrollo.
· El Nobel de economía Paul Krugman, es uno de los principales defensores de la idea de que el motor económico no arranca por su propia cuenta y necesita un empujón por parte del gobierno [4].
· El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) plantea en su informe de 2013 que “los gobiernos pueden fomentar industrias que, de otra manera, no podrán emerger en mercados incompletos”.
· James Zhan, director de la División de Inversión y Empresas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), afirma que en el mundo post-crisis la intervención gubernamental ha ganado una enorme legitimidad. Agrega que los “tratados bilaterales de libre comercio y los tratados de inversión han reducido drásticamente las posibilidades de formular políticas públicas para proteger y apoyar industrias de forma selectiva”.
Parece que, con excepción de los fundamentalistas de los TLC, para el resto del mundo civilizado existe un consenso teórico y práctico sobre la importancia de la intervención y la protección estatal para desarrollar la industria. No obstante, los TLC con Estados Unidos, Canadá y Europa, impusieron una restricción permanente a Colombia que impide proteger e impulsar la producción nacional, so pena de sanciones y posibles demandas por obstaculizar injustificadamente el comercio.
Colombia y el estímulo a la industria
La única posibilidad que tiene Colombia de retomar la senda del desarrollo es diseñar una política industrial que estimule y proteja su producción local.
Como lo hicieron las economías industrializadas, debe haber una combinación de políticas macroeconómicas y sectoriales dirigidas a crear y fortalecer empresas competitivas. El empresario colombiano Emilo Sardi señaló al respecto: “no hay industria desprotegida en ningún país, y cuando está desprotegida sucumbe”. Es claro que el Estado y el sector privado deben ser socios en una tarea que crea riqueza y ayuda a resolver la aberrante desigualdad que afronta la sociedad colombiana.
El principal obstáculo que enfrenta esta idea son los TLC. Colombia no podrá desarrollarse extrayendo carbón y petróleo, sino transformando las materias primas en bienes de alto valor agregado. Si no se renegocian los TLC será imposible seguir este camino.
El 9 de marzo se escogerá el Congreso de la República que tiene en sus manos la responsabilidad de rescatar la producción y el empleo nacional. En la página web de la campaña tlcaldesnudo.com están los nombres de los congresistas que votaron a favor de los TLC. Los ciudadanos, usando su inteligencia electoral, tienen la oportunidad de decidir si los escogerán nuevamente.
Notas:
[1] Fuente: Asociación Colombiana de Fabricante de Autopartes, Acolfa.
[2] Aunque sin confirmar, con cierre de Mazda se perderían 2000 empleos: CCA. Bluradio, 13 febrero de 2014. Audio disponible en: http://www.bluradio.com/56584/aunque-sin-confirmar-con-cierre-de-mazda-se-perderian-2000-empleos-cca
[3] Kwam S. Kim (1985) Industrial policy and industrialization in South Korea, Kellogg Institute. 1985.
[4] Krugman, Paul (2009) De vuelta a la economía de la gran depresión y la crisis del 2008. Paul Krugman. Norma, 2009. P. 109.
*Subdirector de Cedetrabajo/Deslinde, profesor de economía de la Universidad Externado de Colombia y de la Universidad Central.
Razón Pública.