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Noticias del Vichada

Por Alfredo Molano Bravo  

Pasar la frontera entre Meta Y Vichada es dejar atrás los gigantescos bosques comerciales de caucho, teca, pino caribe y acacia mágnum, para cuyas plantaciones se han debido destruir matas de monte, esteros y morichales, modificando —para mal— el curso natural de aguas superficiales y subterráneas.

Idéntico efecto logran los infinitos y monótonos cultivos de palma y caña para fabricar biocarburantes y la tan cuestionada explotación petrolera. Más atrás queda Villavo, una ciudad cada día más populosa, más caliente y más rica, gracias, en gran medida, a que por ahí ha pasado mucha de la plata del narcotráfico.

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Por Alfredo Molano Bravo  

Pasar la frontera entre Meta Y Vichada es dejar atrás los gigantescos bosques comerciales de caucho, teca, pino caribe y acacia mágnum, para cuyas plantaciones se han debido destruir matas de monte, esteros y morichales, modificando —para mal— el curso natural de aguas superficiales y subterráneas.

Idéntico efecto logran los infinitos y monótonos cultivos de palma y caña para fabricar biocarburantes y la tan cuestionada explotación petrolera. Más atrás queda Villavo, una ciudad cada día más populosa, más caliente y más rica, gracias, en gran medida, a que por ahí ha pasado mucha de la plata del narcotráfico.

No sólo ha pasado, también se ha quedado. En Casanare pasa lo mismo y deja lo mismo: cultivos de palma en el río Upía, bosques sin fauna en el Pauto, baterías petroleras en Tauramena, centros comerciales y semáforos en Yopal. Una ola de progreso y desarrollo que ha enriquecido más a los ricos y ha vuelto millonarios a más de un político.

Puerto Gaitán, un pueblo que fue sólo el nombre de un punto en las sabanas de Meta, es hoy un vividero y sobre todo un rumbeadero de contratistas de compañías petroleras y de técnicos de empresas agroindustriales. Los obreros de hidrocarburos y los peones agrícolas se arraciman en campamentos cercados por mallas de alambre y vigilados por una especie de convivir de posconflicto. Al pasar el río Manacacías por un puente frágil y estrecho que obliga a hacer cola para pasar de uno en uno a los miles de carrotanques que llevan crudo liviano hacia Apiay y traen hacia los pozos nafta, el viajero de Semana Santa se encuentra con un puesto militar en el mismo sitio en que años antes hubo un retén paramilitar: el alto de Neblinas. Allí la carretera, que en adelante es una mera y mal conservada trocha, se bifurca: por una vía la compañía Rubiales saca petróleo y por la otra, también. En verano, el polvo no deja ver, y en invierno, el barro no deja pasar. No obstante, y en honor a la verdad, hay trechos de pavimento delgado en el camino que lleva a un pueblo naciente: La Cristalina. También fue un nido de los paracos que cuidaban los hatos de don Víctor Carranza, esmeraldero, ganadero y en sus últimos tiempos asociado a la economía de petróleo. Hacia el río Meta, la trocha conduce a Orocué; hacia la derecha, tuerce hacia Planas —territorio indígena— y ahí se llega al Guaviare. En el centro de esos dos grandes afluentes del Orinoco corre el río Vichada: la trocha llega hasta Puerto Nariño y enlaza, pasando los raudales de Atures y Maipures, baliza con Venezuela. Una extensa región que los gobiernos de Uribe y Santos buscaron —y buscan— repartir entre grandes empresas productoras de alimentos y que terminará siendo epicentro de enredos y conflictos. En La Cristalina ya se comienzan a sentir los efectos de la baja en el precio del petróleo: los indígenas sikuanis, piapocos y guahibos se tomaron hace una semana la trocha pidiendo que las petroleras les reconozcan los acuerdos firmados de exploración y explotación, y el Gobierno las regalías. En las crisis, lo primero que se corta son los programas llamados de “responsabilidad social”, que buscan embolatar a las comunidades con regalitos para dividirlas y aplazar siempre las obligaciones contraídas. Lo hacen también con contratistas de servicios y proveedores, como los de Puerto López, a quienes las petroleras adeudan una millonada. Pronto entrarán en el movimiento de protesta los finqueros del Ariari afectados por el decreto de “Navidad”, que aumentó las áreas que las petroleras pueden afectar para incrementar sus privilegios de explotación. El desarrollo en beneficio de las grandes compañías transforma sin piedad ni respeto el Llano, sin que la coca sea derrotada. No tardará en llegar el día en que los perjudicados, que son muchos, se unan para detener la ola de abusos y atropellos en nombre del progreso. Pese a todo, el Llano sigue siendo bello y altivo.

Punto aparte. Me sorprende en mitad del Llano la noticia de la muerte de Carlos Gaviria. El país pierde un valeroso defensor de la democracia y de los derechos humanos, y sus amigos perdemos un maestro irreemplazable.

El Espectador, Bogotá.

 

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