Nacional
Política y psicoanálisis: Populismo y democracia
Por Nora Merlin*
Partiendo de las categorías psicoanalíticas y poniéndolas en diálogo con la teoría política de Ernesto Laclau, nos proponemos comprender la construcción populista y su relación con la democracia. Con este objetivo en primer lugar diferenciaremos la mencionada construcción de la de masas, porque entendemos que ambas modalidades son respuestas diferentes al malestar en la cultura y producen distintos efectos en los actores de cada una de ellas.
Por Nora Merlin*
Partiendo de las categorías psicoanalíticas y poniéndolas en diálogo con la teoría política de Ernesto Laclau, nos proponemos comprender la construcción populista y su relación con la democracia. Con este objetivo en primer lugar diferenciaremos la mencionada construcción de la de masas, porque entendemos que ambas modalidades son respuestas diferentes al malestar en la cultura y producen distintos efectos en los actores de cada una de ellas.
El populismo, definido por Laclau desde la teoría del lenguaje de Saussure, supone una construcción de identidad a partir de la articulación de demandas que se hacen equivalentes. En contraposición, la masa es una respuesta social no discursiva si no puramente libidinal. Creemos que tal distinción resulta imprescindible, a riesgo de producir un saldo lamentable que redunda en la asociación de populismo, o peronismo en la idiosincrasia argentina, y fascismo. En tal sentido queremos despejar también las relaciones entre populismo y democracia: si constituye éste un peligro para ella o si es un síntoma de la misma.
Masa
Freud, en su artículo “Psicología de las masas y análisis del yo”, afirma que las masas son asociaciones de individuos que se manifiestan con características bárbaras, violentas, impulsivas y carentes de límites, en las que se echan por tierra las represiones. Son grupos humanos hipnotizados, con bajo rendimiento intelectual y que buscan someterse a la autoridad del líder poderoso que las domina por sugestión.
“Una masa primaria de esta índole es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo” (FREUD 1921, 116).
Se trata allí de una constitución libidinosa producida por la identificación al líder, en la que una multitud de individuos pone en el mismo objeto (el líder) el lugar del ideal del yo, operador simbólico que sostiene la identificación de los yoes de los miembros entre sí. Por lo tanto, dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización al líder e identificación con el líder y entre los miembros. A partir de “Introducción del Narcisismo” Freud articula identificación y amor, y confiere a éste estructura de engaño. Como consecuencia de la identificación y la idealización, se desprende el estado de hipnosis que produce fascinación colectiva, y una pasión: la del Uno que uniformiza y excluye.
Desde la última enseñanza de Lacan, cuando incluye su teoría de los nudos borromeos, es posible pensar una modalidad de lo simbólico que no hace cadena, es decir, un conjunto de elementos disjuntos, de Unos no encadenados. Lacan utilizó la imagen del grano de arena para explicar el significante no encadenado: un simbólico que no hace cadena tampoco hace lazo social, estaría más cerca de la lengua que del discurso.
“El grano de arena no establece relación, hace montón, es la multiplicidad inconsistente del montón y me doy cuenta que es un problema captar la diferencia entre un lazo social y un montón de gente. No hace falta creer que lo múltiple hace lazo social (…) lo simbólico del nudo Borromeo no es lo simbólico del grafo del deseo, por ejemplo.” (COLETTE SOLER 2009, 40).
Populismo
Coincidimos con el punto de vista de Laclau, quien concibe al populismo como expresión indiferente a la ideología y a las versiones, grupos, clases o momentos históricos, también al desarrollo económico y social de una sociedad. La construcción populista no surge como antagonista del poder conforme al modelo marxista de la lucha de clases, sino que Laclau lo define como “lucha popular democrática”, formación social que depende de una lógica de articulación de demandas que se relacionan y conforman identidad. Dicho autor produce una teoría del populismo a partir del análisis del discurso, utilizando la lingüística saussuriana, la teoría lacaniana y la política, y concibiendo lo social como realidad de discurso, de significación. La concepción del lenguaje de Saussure, permite a Laclau explicar el concepto de populismo basándose en la retórica y el análisis discursivo. Considera el fenómeno como una lógica de valores, un sistema de relaciones entre elementos equivalentes y diferentes; al igual que la lingüística estructuralista con los significados del sistema de la lengua, desestima la trama ideacional y moral de las demandas. En su formulación Laclau también incluye la concepción lacaniana del lenguaje, en particular del significante en tanto sistema de oposiciones y diferencias que se relacionan entre sí y producen de esta forma infinitos efectos de sentido. Según Lacan, no hay universo de discurso porque el Otro en tanto batería significante está barrado (A), es decir, no es un conjunto cerrado y por lo tanto ninguna significación es absoluta ni abarca lo real. Para que el lenguaje se constituya en un sistema de diferencias, es necesario establecer un límite, un elemento excluido que está más allá del límite, un heterogéneo radical que deviene en otra diferencia. De este modo se deduce que el cierre del conjunto no es posible y que no hay universo de representación.
A diferencia de otros autores que se ocuparon del populismo, Laclau no parte del concepto de pueblo como supuesto ontológico dado, sino más bien lo plantea como un efecto contingente, una construcción política particular que tiene como unidad de análisis a y se origina en la demanda social.
“Los símbolos o identidades populares, en tanto son una superficie de inscripción no expresan pasivamente lo que está inscripto en ella, sino que de hecho constituyen lo que expresan a través del proceso mismo de su expresión. En otras palabras: la posición del sujeto popular no expresa simplemente una unidad de demandas constituidas fuera y antes de sí mismo, sino que es el momento decisivo en el establecimiento de esa unidad (…) La única fuente de articulación es la cadena como tal” (LACLAU 2008, 129).
Las demandas no son sólo significación de una necesidad, sino que además implican demanda de reconocimiento, de identidad y de inscripción en la comunidad. Como las demandas siempre se dirigen al Otro (el campo del lenguaje), siempre suponen la dimensión relacional, “el entre”, y es allí, en la relación de equivalencia con otras demandas, donde se significan, y no a priori, pues no son unidades de sentido sino que acarrean una práctica articulatoria. A través de la lógica de la equivalencia las demandas devienen construcción de identidad populista, que supondrá la unificación de las mismas, conformando de este modo una construcción política hegemónica. Laclau recorta dos clases de demandas: las democráticas, que son satisfechas por las instituciones y por eso están aisladas de la equivalencia, y las populares, que establecen relaciones de equivalencia. Esta distinción no implica fijeza conceptual pues una demanda democrática absorbida por la institucionalidad puede devenir popular si se reactiva y entra en equivalencia con otras; las demandas no son estáticas sino dinámicas. Las demandas populistas siendo diferentes se hacen equivalentes y por intermedio de este proceso van construyendo hegemonía popular, de tal modo que un elemento es susceptible de representar la totalidad, representación de una imposibilidad en el que un particular asume el universal. En el mismo sentido que el objeto a lacaniano, un simbólico que designa lo real imposible, el pueblo del populismo es entendido como una parcialidad que intenta funcionar como totalidad y que por eso mismo construye hegemonía; el pueblo será entonces metáfora o nombre de la comunidad “toda”. Por otra parte y a la vez, el populismo aparece como efecto del antagonismo propio de lo social y es de dimensión rupturista, pues se trata de interpelaciones y respuestas sociales que generan una división dicotómica en la sociedad.
Populismo: ¿peligro para la democracia?
Para pensar si la construcción populista constituye un peligro conviene retomar la diferencia establecida por Freud en “Inhibición síntoma y angustia” entre un síntoma y un peligro. Allí el síntoma queda ubicado como una respuesta posible de un aparato que da una señal de angustia y es capaz de defenderse sin quedar avasallado ni paralizado ante lo que aparece como situación de peligro, definida como amenaza de castración proferida por el padre de la ley. “Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada por el desarrollo de angustia”, (FREUD 1927, 122). Para Freud el síntoma, como resultado del conflicto entre lo pulsional y lo prohibido, será:
– una formación de compromiso, un mensaje a ser descifrado dirigido al Otro. Aquí podemos ubicar la lógica de las demandas populistas que se articulan y se hacen equivalentes.
– un modo de satisfacción, sustituto pulsional de estructura extraterritorial en el yo, extranjero egodistónico. Lacan lo define en R.S.I. como un signo de algo que no anda en lo real, un efecto simbólico en lo real.
Si extrapolamos la referencia psicoanalítica del síntoma al campo social y ubicamos al populismo como modo de respuesta de un aparato que se defiende y reacciona, se deduce que el populismo no es un peligro sino un síntoma, que se realiza y manifiesta en la realidad social como pedido a ser descifrado por el otro del reconocimiento. Siguiendo a Laclau, producto de demandas articuladas que cobran significación en la articulación misma y que expresan algo que no anda y aún no tiene respuesta institucional.
Lo común y la democracia. La identidad en la masa y en el populismo
Según Laclau el populismo es un modo de construcción de lo político inherente a la comunidad porque es impensable que esta satisfaga todas sus demandas. La demanda populista agrupa y separa en lo público, implica hablar y hacerse escuchar. De esa diferencia surge como consecuencia el pueblo y la política en tanto batalla discursiva
La concepción de la política en la construcción populista refiere a la pluralidad de los seres humanos en un mundo común, siendo lo plural y no la fusión, condición indispensable para la política. Lo común desde esta perspectiva, no se asimila a la unidad homogeneizante ni a la producción mercantil de objetos y de sujetos tomados como objetos, propia de la masa. En esta última se produce una destitución subjetiva propia del discurso capitalista, el sujeto no es tratado como tal, no tiene voz ni voto.
La construcción de identidad difiere cuando la caracteriza el enlace libidinal con el líder, como sucede en el caso de la masa, de la que se consigue por la lógica de las demandas, propia del populismo. Laclau rescata al líder de “Psicología de las masas y análisis del yo” como enlace libidinal, pero el acento en la construcción populista no está puesto en la identificación a esa figura, si no en la lógica equivalencial de demandas. No es lo mismo la identidad alcanzada sólo por la identificación y obediencia al líder, sujeto y amo de la palabra que articula mandatos e imperativos, que la conseguida a través de la lógica de demandas que piden inscripción. En el populismo, al poner en juego su palabra colocando una demanda en el lugar del agente, en tanto enunciado y enunciación dirigida al Otro, a una escucha, los sujetos devienen actores políticos Se trata entonces de la suposición de un sujeto de deseo que se inserta desde su demanda reclamando reconocimiento; es un sujeto que legitima su figura, renovado en su potestad y en su soberanía. En el fenómeno populista verificamos que es posible otra conformación de identidad que no consiste en la identificación al “Führer” y ajena a la pasión por el Uno. En oposición, el sujeto de la masa es pasivo, servil y sugestionado, con un yo empobrecido sometido a un amo que articula ideologías preconcebidas y fijadas e ideales en los que obviamente no se produce política. En este caso, el líder es el único que encarna las demandas que funcionan como imperativos o mandatos a obedecer. Freud vio en el rebaño, la fascinación colectiva y la homogeneización de la psicología de las masas un prolegómeno del totalitarismo. A este respecto, Lacan es muy claro y nos recomienda, en “La dirección de la cura”, no confundir la identificación con el significante todopoderoso de la demanda ni con el objeto de la demanda de amor. En el mismo sentido, en el Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, propone ir más allá del plano de la identificación: mantener la máxima distancia entre el Ideal y el objeto, ya que la superposición y confusión de ambos lleva al estado de hipnosis. Advertimos que la masa no es un modo de lazo social, de discurso, si no que se constituye por un montón de gente seriada, indiferenciada y unificada. A partir del sujeto lacaniano es posible pensar un espacio común y para todos sin que se anule lo singular. Este sujeto radicalmente incognoscible e incalculable es la única garantía que tenemos contra el racismo y el totalitarismo propio de la masa.
A diferencia de la masa que se sostiene en el ideal, el populismo pone en acto la pluralidad discursiva, por lo que supone la idea de democracia como fundamento.
Por lo expuesto concluimos que la construcción de pueblo no es igual a la de la masa pues ambas representan dos modos distintos de respuesta social al malestar en la cultura. Entendemos el populismo como un fenómeno que refiere fundamentalmente a la democracia participativa, que pone en evidencia los límites de la democracia representativa. Revitaliza en su accionar mismo la vieja retórica moralizante y predestinada y permite que la creatividad de todos produzca iniciativas populares nuevas, posibilitando la irrupción de acontecimientos imprevistos e irreductibles a formas previas. Una cultura política posible, libertaria, emancipatoria, implica la construcción de hegemonía popular como condición, a través de la invención cultural, sin gradualismos ni puntos de llegada, con antagonismos que se inscriben en la democracia dentro de sus límites y posibilidades, asumiendo el riesgo de la verificación colectiva.
Referencias bibliográficas
1. FREUD, S. (1914) “Introducción del Narcisismo”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1986, XIV, 71-98.
2. FREUD, S. (1921) “Psicología de las masas”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2006, XVIII, 67-196.
3. FREUD, S. (1927) “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2004, XX, 83-161.
4. LACAN, J. (1975) “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En Escritos, México, Siglo XXI, 1984, II, 773-807, A.
5. LACAN, J. (1975) “La dirección de la cura”. En Escritos, México, Siglo XXI, 1984, II, 565-626, B.
6. LACLAU, E. (2008) Debates y combates: por un nuevo horizonte de la política, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, A.
7. LACLAU, E. (2008) La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, B.
8. SOLER, C. (2009) La querella de los diagnósticos, Buenos Aires, Letra Viva, 2009.
*Nora Merlin es licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Psicoanalista, docente universitaria de la cátedra “Psicoanálisis Freud I”. Ensayista y autora de varias publicaciones. Realizó su tesis de maestría en Ciencias Políticas en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de Argentina con el profesor Ernesto Laclau.
Email: nora_merlin@yahoo.com.ar