Nacional
Privatizar es vender barato
Por Eduardo Sarmiento Palacio
A mediados del año pasado escribí un artículo premonitorio sobre la venta de Isagén. (El Espectador, mayo 23/2015). Señalé que la rentabilidad de la empresa en el caso de que se vendiera al precio determinado por el banco de inversión (Inverlink) en $5,2 billones, y que luego sirvió de base para el levantamiento de la suspensión por parte del Consejo de Estado, significaría una rentabilidad de 15% para el comprador.
Advertí que en los anuncios públicos y los cálculos habían deprimido las ganancias y los Ebitda para reducir el precio de venta y atraer compradores.
Por Eduardo Sarmiento Palacio
A mediados del año pasado escribí un artículo premonitorio sobre la venta de Isagén. (El Espectador, mayo 23/2015). Señalé que la rentabilidad de la empresa en el caso de que se vendiera al precio determinado por el banco de inversión (Inverlink) en $5,2 billones, y que luego sirvió de base para el levantamiento de la suspensión por parte del Consejo de Estado, significaría una rentabilidad de 15% para el comprador.
Advertí que en los anuncios públicos y los cálculos habían deprimido las ganancias y los Ebitda para reducir el precio de venta y atraer compradores.
La columna generó una fuerte reacción por parte de analistas como Rudolf Hommes, que le hacía eco al Gobierno para mostrar que se trataba de una empresa de baja rentabilidad, algo así como un CDT de 2,5%.(Portafolio. Junio 9/2015).
Anotaba que las apreciaciones sobre la empresa se basaban en los bajos márgenes de ganancia registrados durante la obra de Hidrosogamoso, en la cual los costos operacionales aumentan con respecto a los ingresos que se generan posteriormente, y porque los rendimientos futuros de la inversión se menospreciaron. Aceptaron a medias en el cálculo que se realizó después del pronunciamiento del Consejo de Estado. En ese cálculo se acepta que el Ebitda es superior a la estimada inicialmente y, en consecuencia, se eleva el valor a $ 6,4 billones. Lamentablemente, la revisión se hizo con márgenes de ganancia inferiores a los registrados en los balances de 2015, cuando entró Hidrosogamoso. En el nuevo cálculo oficial se contempla un Ebitda de $70.000 millones anuales, en tanto que en los balances aparecen $1,2 billones.
En todo esto ha faltado transparencia. El estimativo de la empresa empezó en $4,4 billones y se elevó hasta llegar a $6,4 billones. La diferencia se sale de los márgenes de error de la metodología. Por lo demás, las dudas sobre la incorporación de Hidrosogamoso y la devaluación no fueron explicadas por el Gobierno. Frente a la incertidumbre introducida por los procedimientos de cálculo, era indispensable una subasta donde varios compradores pagarán por la alta rentabilidad y elevarán el precio de venta. En su lugar, se sacó progresivamente a los proponentes y terminó en uno solo.
Así las cosas, la incorporación final de Hidrosogamoso y la cuantiosa devaluación incrementaron la valoración presentada al Consejo de Estado en 60% y el ajuste oficial fue apenas de 22%. En consecuencia, y tal como se previó en su momento, el negocio les significará a los compradores una rentabilidad estrafalaria de 15%. Los acontecimientos se encargaron de mostrar que Las privatizaciones y el valor de las ventas de las empresas no se pueden dejar en un funcionario, máxime cuando es rechazada por el 90% de la ciudadanía.
Tristemente se ha repetido la historia. Gobiernos construyen infraestructura con modestas rentabilidades debido a los altos requerimientos de capital y a la urgencia de los servicios. Es difícil que cualquier obra pública tenga una rentabilidad mayor que el crecimiento económico; luego, en la medida que los proyectos se consolidan y se tornan exitosos, los gobiernos encuentran que pueden ampliar el gasto entregando sus activos al capital nacional y trasnacional por debajo de su valor y, por lo tanto, a elevadas rentabilidades. El resultado: un perfil de gasto público de baja eficacia para sostenerse e impulsar las economías y de escasa capacidad para reducir las desigualdades de los colombianos.
El Espectador, Bogotá.