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Nacional

Propaganda política

Por Rodrigo Borja   

Fueron los fascistas los descubridores de los efectos hipnóticos de la propaganda política sobre la masa popular. Mussolini y Hitler desentrañaron los secretos y el influjo de esta herramienta política -usada como verdadero “lavado cerebral” sobre los pueblos- y la manejaron con

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Por Rodrigo Borja   

Fueron los fascistas los descubridores de los efectos hipnóticos de la propaganda política sobre la masa popular. Mussolini y Hitler desentrañaron los secretos y el influjo de esta herramienta política -usada como verdadero “lavado cerebral” sobre los pueblos- y la manejaron con impresionante destreza para detentar el poder con respaldo popular por largo tiempo.

El nazismo creó el Ministerio de Propaganda al servicio de su partido y de su gobierno, que fue dirigido desde 1933 por el genio maléfico Joseph Goebbels, cuyos principios de la acción propagandística en el ámbito político han sido copiados al pie de la letra por regímenes posteriores: adaptar la propaganda al nivel del menos inteligente de los individuos a los que va dirigida; inventar buenas noticias para desviar la atención sobre las malas; repetir incansablemente los temas propagandísticos -recordemos el cínico lema de Goebbels de que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad- y acompañarlos de la “orquestación” de sus secuaces; acallar los temas sobre los que se carece de argumentos; silenciar las noticias que favorecen al adversario; colocar a los enemigos en una sola categoría y adjudicarles todos los errores y defectos, incluidos los propios; responder el ataque con el ataque; magnificar las pequeñas amenazas para justificar las acciones represivas.

Con el progreso tecnológico la propaganda política pasó del formato escrito y de lenta y restringida difusión a la ubicuidad de la radio, a la transmisión audiovisual de la TV y después, con la revolución digital, a las imágenes proyectadas por internet y otros modernos software electrónicos al servicio de las comunicaciones de alcance planetario.

La publicidad fue inventada para vender mercancías, la propaganda política para “vender” ideas y personas, pero ambas coinciden en sus métodos. El consumidor y el elector, cada vez más parecidos, son el objeto de sus asechanzas. Las modernas empresas de promoción política fabrican candidatos y los venden como mercancías. Forjan artificialmente carismas y manufacturan imágenes para entregarlas al “mercado” político o electoral. Las campañas eleccionarias difieren poco de las campañas publicitarias de las grandes empresas comerciales que colocan sus productos en el mercado. La técnica y los ardides promocionales son bien parecidos. Acuden al subconsciente -donde germinan las motivaciones profundas de los actos humanos- para modificar sutilmente la voluntad de las personas y condicionar su conducta.

Dentro de los trucos electrónicos del “marketing” político hacen fortuna los “phrasemakers” -hacedores de frases-, los “wordsmith” -que interpolan pensamientos de los grandes personajes de la historia- y los “escritores fantasmas”, que escriben los discursos que los políticos leen como suyos en el teleprompter.

14 de julio de 2013.

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