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Que el acuerdo en La Habana no sea solo un ‘buen negocio’

Juan Manuel López Caballero  

Hace un cuarto de siglo se impuso en el occidente lo que se conoce como el modelo neoliberal. Los reagonomics, el consenso de Washington, los Chicago Boys configuraron una propuesta ante la cual hubo dos visiones: una algo mesiánica, basada en la crítica a lo anterior y sin desarrollo

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Juan Manuel López Caballero  

Hace un cuarto de siglo se impuso en el occidente lo que se conoce como el modelo neoliberal. Los reagonomics, el consenso de Washington, los Chicago Boys configuraron una propuesta ante la cual hubo dos visiones: una algo mesiánica, basada en la crítica a lo anterior y sin desarrollo teórico alguno,  que decía que habíamos llegado al ‘fin de la historia’ porque con el triunfo de los principios del sistema capitalista y democrático la humanidad encontraba la panacea para todos los males; y otra, basada en la economía política y haciendo el análisis y el desarrollo que los otros omitieron, que se enfocaba al tipo de resultados económicos y sobre todo sociales que produciría, considerándolo peligroso.

El balance hoy da amplia razón a los segundos.

Globalización llamaron los países desarrollados el aprovecharse de la mano de obra barata  y los recursos naturales del ‘tercer mundo’, aumentando la distancia respecto a él. Simultáneamente ese ‘mundo en desarrollo’ se engañó con la idea que se beneficiaba de una bonanza, sin darse cuenta que en la práctica significaba un atraso respecto al primer mundo donde se fue concentrando el capital, el conocimiento y la tecnología; por supuesto, como previsto, el ‘laissez faire’ o la libertad del poder en todos sus campos agrandó la brecha en la calidad de vida entre ambas partes. Internamente en cada país se reprodujo un fenómeno paralelo en que los más poderosos ganaron más poder y a los menos favorecidos solo les quedó la opción de expresarse ‘indignados’ en la protesta callejera.

En Europa los países periféricos –España, Portugal, Grecia e Irlanda- cayeron en la peor crisis económica, reflejada -como también era de esperarse- en los aspectos sociales, como el mayor desempleo de su historia, sobre todo en la generación que entra. Dentro de la misma lógica Alemania, la nación más poderosa asumió el liderazgo y en la práctica la dirección de la región, aumentando la distancia que ya tenía respecto a sus vecinos.

En América los movimientos sociales reaccionaron eligiendo gobiernos ‘de izquierda’ como respuesta a los resultados que aportó la filosofía neoliberal; con mayor o menor énfasis, desde el Chavismo hasta Obama los gobernantes han reorientado la atención del Estado hacia los temas ‘sociales’.

En Colombia nos ha tocado la peor suerte, siendo el país donde menos se han dado mecanismos de corrección para salir del neoliberalismo. Esto porque la terquedad y la torpeza de la guerrilla al aferrarse a una propuesta y sobre todo a unos medios que la humanidad ya superó, y la ‘habilidad’ de Gaviria, los ataques a Samper y el proceso 8.000, la incapacidad de Andrés Pastrana, y la obsesión mesiánica y guerrerista de Uribe, han impedido que se debata sobre posibles alternativas. La decadencia de la industria (del 23% del PIB en 1988 a 12% en el 2012), o el mayor desempleo del continente y la mayor desigualdad en la región, no se reconocen como la consecuencia esperada de haber seguido esas políticas, sino como una simple y desafortunada coincidencia.
En tal sentido es un falso dilema el de ‘la guerra o la paz’, representadas respectivamente por el candidato de Uribe y la reelección de Santos. La propuesta es la misma -acabar con la confrontación armada con los insurgentes- aunque por caminos diferentes –uno por la vía de las armas el otro por la negociación-.

No es poco y es un paso sin el cual no se puede llegar a buscar la paz. Pero también coinciden en la búsqueda de la preservación del mismo modelo de sociedad y de Estado que tenemos, ya que no creen en la necesidad de un cambio de las reglas del juego para que a su turno se dé un cambio en las relaciones sociales y en las condiciones de la mayoría de la población colombiana.

Un acuerdo con la guerrilla no es la paz sino solo un paso hacia ella, y parafraseando a Einstein: “nada más tonto que aspirar a que con las mismas reglas se den resultados diferentes”.

Debemos reflexionar sobre qué tan buen negocio es la reelección de Santos si además de la firma de un acuerdo implica seguir desarrollando el país como hoy lo criticamos.

O sí para lo que sigue, para el próximo mandato, para el post conflicto, se requiere un presidente que haga lo que el actual no hizo, que se interese por lo que para Santos no ha sido de suficiente relevancia, que se concrete en lo que para quien gobernó estos cuatro años no era lo importante. Alguien que no vea solo indicadores macroeconómicos y entienda la urgencia de incluir cambios en el ‘contrato social’ que ataquen el subdesarrollo político y la organización social injusta e insostenible que nos caracteriza.

Debe dársele el respaldo a las conversaciones y a su continuidad a quien se comprometa con ello. Pero no resignándonos a que es un ‘buen negocio’ mantener las condiciones que nos caracterizan (desigualdad, exclusión, otras formas de violencia social, etc.) si con eso logramos un cese al fuego. Puede que sea buen negocio para algunos, pero no para la mayoría de los colombianos.

20 de enero de 2014.

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