Nacional
Que el gato no sea Pardo pero que sí coma ratones
Por Juan Manuel López Caballero
Para ser candidato a un puesto público se debe llenar ciertos requisitos no solo mínimos sino básicos. Se habla de ‘honestidad’, la cual debería darse por descontada y presumida, pero sobra decir que la experiencia muestra que no es así. Al respecto debe entenderse que el mal puede no provenir tanto de la persona, como del modelo neoliberal que no distingue entre los valores y los estímulos que mueven el sector privado y los que rigen en el sector oficial. La idea de escoger individuos para que ejerzan funciones públicas por su éxito en la actividad privada, no tiene en cuenta que lo que motiva al uno —el lucro personal—, es lo que es indeseable —y motivo de ‘corrupción’— en el otro.
Por Juan Manuel López Caballero
Para ser candidato a un puesto público se debe llenar ciertos requisitos no solo mínimos sino básicos. Se habla de ‘honestidad’, la cual debería darse por descontada y presumida, pero sobra decir que la experiencia muestra que no es así. Al respecto debe entenderse que el mal puede no provenir tanto de la persona, como del modelo neoliberal que no distingue entre los valores y los estímulos que mueven el sector privado y los que rigen en el sector oficial. La idea de escoger individuos para que ejerzan funciones públicas por su éxito en la actividad privada, no tiene en cuenta que lo que motiva al uno —el lucro personal—, es lo que es indeseable —y motivo de ‘corrupción’— en el otro.
Por lo tanto, más que hablar de honestidad se debe exigir vocación: que sea inherente a la condición de quien ejercerá la función pública una visión de esta como un mandato, una oportunidad de servicio y no de prosperidad personal, ya sea económica o de poder sobre los ciudadanos. Países como Francia tienen esto bien definido, al punto que existen los estudios y la carrera misma que se desarrolla para acceder a la calidad de funcionario.
Lo segundo es el conocimiento del campo y del cargo al cual se aspira. No se puede pensar que una persona que nunca ha conocido por ejemplo la problemática de una ciudad, ni siquiera su geografía o su demografía, pretenda administrarla. Es como entregar el mando de un avión a quien nunca ha montado en uno.
Por supuesto si se trata de cargos administrativos también debe tenerse alguna trayectoria, experiencia o formación —de ser posible ambos— como administrador. Escoger a alguien por el respaldo que le da un partido político o por ser un gran orador puede pesar mucho como figura ante los medios de comunicación, pero en nada favorece o garantiza la capacidad para tomar las decisiones que se requieren para una buena gestión.
Ejemplo de lo que puede producir no llenar estos requisitos estamos viéndolo en el presente con la alcaldía de Gustavo Petro.
Ya para ser candidato de un partido se requiere adicionalmente pertenecer a él o por lo menos tener afinidad ideológica con sus orientaciones y sus objetivos.
Ni Pacho ni Pardo tienen estas credenciales. Ambos desconocen prácticamente todo de la ciudad. Difícilmente saben dónde quedan las localidades, cuantos barrios hay o la naturaleza de las respectivas comunidades. El primero de administración pública no puede mostrar nada, ni en cuanto a formación ni en cuanto a experiencia. El segundo se encuentra cobijado por una sentencia que lo califica de actuar contra el interés colectivo, de violar la moralidad administrativa, de desconocer los principios democráticos, y de producir actos contra la Constitución.
Los candidatos Peñalosa y Clara López cumplen de sobra con esos requerimientos. Nadie les cuestiona ni la honestidad, ni la vocación de servicio, ni el conocimiento de la ciudad, sus características y las dificultades de su manejo; tampoco su formación académica o su experiencia política o administrativa.
Sin embargo la votación en Bogotá ha estado y probablemente seguirá estando en manos de la corriente del liberalismo de izquierda.
Porque la verdad es que el oficialismo del Partido Liberal sí se salió del liberalismo, o por lo menos de la vertiente social y social demócrata que lo ha identificado con y ante el pueblo. La dirigencia oficialista solo se ha limitado a ejercer el poder como fuente de su propio poder, habiendo abandonado tanto la orientación social como los mecanismos democráticos para escoger a quienes deben ser sus voceros en todos los niveles de representación popular, y su electorado lo ha abandonado hasta casi perder la personería jurídica en las urnas en las elecciones nacionales, y desaparecer en la práctica en las anteriores votaciones para la Alcaldía de Bogotá, al dejar a sus huestes con la única alternativa de adherir a candidatos algo más cercanos a su pensamiento, siendo determinantes para la elección de los últimos alcaldes del Polo.
Así las cosas, es probable el retiro de candidatura de Pardo —ya sea motu proprio o por fallo de alguna de las demandas en contra de ella—. Igualmente se prevé el frente de izquierda ampliado con la alianza ya formal de partido a partido entre el Partido Liberal ya legitimado y el Polo.
Todo indica que en los comicios de octubre se definirá entre seguir la orientación social que con los mandatarios de izquierda ha llevado a que Bogotá tenga los mejores servicios de educación, de salud, y de empleo del país; o si repetir con Peñalosa —sea con o sin la adhesión de Pardo— y volver a los bolardos y las lozas del Transmilenio de la mano de su enfoque neoliberal.
Las 2 Orillas, Bogotá.